Marlen y Sandy

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Los sonidos del día llegan a su fin. ¡Ya es hora de cerrar el telón de la vida real y dejarse mecer por el sueño de lo irreal! Cerrar los ojos y soñar no tiene precio para mi…

El mejor instante del día se escucha con el soniquete de las llaves al cerrar la puerta del recibidor. “Es tiempo para dormir”, pareciera que anunciara el ruidoso movimiento de ésa llave. La casa, en la penumbra del sosiego, se encuentra cerrada para cualquier eventualidad…Solo quedamos dentro Marlen, mi compañera de viaje, y yo…¿Para qué más?

Es maravilloso cuando la noche nos concede sosiego; mi boca calla y mis propuestas de actividad cesan. Reconozco que es complicado disimular mi afán por el descanso de los párpados caídos: cuando los ojos tapan su visión y no hay forma de abrirlos… Me entra la flojera energética al advertir cansancio, como si mi cuerpo, intuitivamente, advirtiese el cese completo del movimiento…

Me considero muy diligente a lo largo del día, pero cuando decido dormir no hay quien me levante… Acomodo el cuerpo a un estiramiento muscular generalizado y el sopor entra por cada poro de mi piel como si fuera un excelente invitado… Me considero un magnífico anfitrión para éste tipo de lindezas, las que dejan “grogui” al cuerpo, que no a la mente, quien acelera su estado de alerta ante cualquier estímulo externo que llega a mi pabellón auditivo…. Marlen no tiene queja de mi, lo sé a ciencia cierta, y confieso que, dentro de una respetuosa modestia, estoy en todo y a todo… Soy como mi padre, quien a lo largo de su vida ejerció de guardián de su casa, sabiéndose ajeno a quejas inexistentes, y menos por parte de una familia a quienes cuidaba con sabía naturaleza protectora. No tuve el privilegio de conocerle; desapareció de mi vida demasiado pronto, cuando yo aún era un pequeño ser que estaba aprendiendo a sobrevivir en una jauría humana que le asustaba en exceso.

Hoy la noche asomó de una manera especial por nuestro hogar, después de un día agotador, justo en el instante en el que el último invitado tuvo la prudencia de retirarse. Creí que jamás llegaría ése momento; es algo que me pasa cuando mis anhelos se estresan en demasía… Las dos campanadas que canturreó el reloj del salón advirtieron la hora del descanso. Buscar cobijo en mi cama, arropado por una manta acolchada y una temperatura ideal, se convertía en el último cometido de la jornada… Solo necesitaba de dos compañías para soñar: la de mi Marlen, y la del silencio que en ése instante merodeaba por mi cabeza…

De pronto, como de la nada, surgió la voz melosa y acariciante de Marlen, quien desde la salita de estar solicitaba mi presencia… Yo había sido más rápido que ella en irme a dormir, y me encontraba sumido en una desconexión total con el mundanal ruido: la vida… Hice por no escucharla, pero al minuto, llevado por la inercia de mi conciencia, atendí a su llamada, y es que a pesar de que una de mis mejores habilidades sea hacerme el distraído, con ella es inadmisible desatenderla; me tiene completamente a sus pies, es verdad, pero también es cierto que ella cubre el piso con alfombras para que cada una de mis pisadas esté almohadillada y evite la frialdad de las baldosas. Le ha costado entender que rechace calzarme en casa, y menos con ésas zapatillas de punto que teje para mi; son un martirio, aparte de resultar horripilantes y poco funcionales.

Marlen y yo somos un gran equipo. Jugamos con una sólida relación y defendemos cualquier ataque ajeno que venga contra nosotros.

“¿No quieres estar un ratito conmigo? ¿Hoy no me he ganado mi beso de buenas noches?…”, escucho como soniquete de solícita compañía…”¡No me puedo mover!”, le respondo con un quejido sumiso casi imperceptible para el oído…

La costumbre de todas las noches es la de recostarnos en el sofá, uno al lado del otro, arropados por una manta de lana –siempre y cuando sintamos frío-, mientras vemos las noticias de la noche o alguna que otra serie, pero la televisión no es mi fuerte, me aturde, incluso me cansa, y por ende, prefiero que se amenice la velada con una buena música de fondo que acompañe cualquier espacio cotidiano con ella… Ésa es la forma que elegimos para despedir el día, y es que nos gusta ilusionarnos con el más mínimo detalle; es una manera estupenda de equilibrar el estrés al que estamos abocados a diario con el dichoso trabajo de mi chica.

 

Mi historia con Marlen comenzó en una cálida mañana de abril, hace ya la ventolera de ocho años…¡Caray, cómo pasa el tiempo, y más cuando en una relación tan sólida como la nuestra! Ya quisieran muchas personas considerar el amor fuera tan leal y tan noble, con tintes de eternidad…

No puedo negar que fue un flechazo en toda regla… Quizá más intenso por su parte que por la mía (a primera vista me cuesta confiar en la gente, compartir mi intimidad con ellos. Sé que no soy fácil para las conquistas)…En cambio, yo necesité de más tiempo para conocerla, para entenderla en toda regla, para saber los mensajes ocultos que escondía su peculiar forma de comunicarse, de expresarse, y es que Marlen tiene un deje peculiar en su lenguaje que cuesta captar y, sobre todo, procesar en mi cabeza.

Me resultó una damita agradable que desprendía una energía sincera, lo que hizo que poco a poco supiera ganarse mi corazón y confianza… Su maña conmigo hizo que nuestra relación se consolidase y, pese a su desconfianza inicial, en un par de semanas me tuvo comiendo en sus manos, muestra absoluta de mi entrega por ella.

Marlen me muestra su nobleza a través de sus emociones, embelesándome con cada uno de sus encantos, a cual más hermoso.

Ya inmersa en el escenario de su vida, al tiempo que llega a los demás con una voz firme y contundente, afloran también en ella valores de su ser interior, como la calidez, la honradez y el respeto, algo que he sabido captar en su mirada, y que ha sido estandarte para sentirme bien a su lado hasta ahora… No me gustan las personas que se dejan manipular con facilidad, y más en cuanto a sentimientos se refiere.

Un día, como por arte de magia, comenzaron a hablar nuestras miradas, reconociendo en ellas al mejor aliado para formalizar nuestra relación… Había pasado de ser un manojo de nervios frente a ella, a ser su sombra en cada una de sus pisadas. Sus palabras, su comprensión, sus caricias y su afecto han logrado hacerme el ser más feliz que pueda existir sobre la faz de la tierra.

En realidad somos como el agua y el aceite, pero el amor, empeñado en acompañarnos en nuestra relación, ha sido un magnífico maestro en nuestras asignaturas pendientes… Tesón, templanza, comprensión y tiempo han sido los otros aliados para llegar donde hemos llegado, y es que nadie daba un duro por nuestra relación, sobre todo la familia de Marlen, a quienes salpican de lleno sus singularidades (es evidente que hay que conocerla bien para quererla). Están al corriente de su amor por la soledad y de sus recelos a compartir con los demás espacios de intimidad. No me quiero poner demasiadas medallas, pero reconozco que ésta me la he ganado a pulso resultando ser un estupendo imán para atraer conocidos a casa, quienes se encuentran a gusto disfrutando de mi compañía; Marlen se deja llevar por la habilidad que tengo para llegar a los demás, y confía el peso de las relaciones a la completa libertad de mi intuición. Soy consciente de ser poseedor de un sexto sentido que advierte energías poco amigables dentro de la casa, algo que le hago saber a ella sin que los demás lo perciban. Solo los dos sabemos de qué se trata; solo ella entiende mi llamada de atención…

Si me dejó entrar en su vida fue por pura casualidad, o porque el destino apostó por nosotros y nos reservó un lugar para coincidir en ése espacio de tiempo…

La nuestra es una historia de amor en toda regla, y quien diga lo contrario no entiende el significado de la palabra “cariño”. El mío por ella es eterno; el de ella también.

Por mi tuvo rifirrafes con su familia. No entendían cómo podría funcionar nuestro compromiso, y apostaban a que Marlen no sería capaz de compartir “su casa” con un “extraño”… El tiempo logró su entendimiento, y aceptación, y es que tuve que llegar a su vida para que todos comprobaran que era una mujer de gran corazón y generosidad, que Marlen sabía amar y entregar su vida a alguien como yo, de quien apenas sabía nada y quien logró hacer de cuatro paredes un hogar en condiciones.

Durante estos ocho años he aprendido a apaciguar los nervios de “mi chica”, y es que el trabajo ocupa todos sus quiebros y agobios. Ya en casa me encargo de que olvide sus problemas con la demostración de nuestros afectos, entre ellos mis besos, el mejor paliativo para calmar sus calambres y dolores articulares nocturnos. Son los mimos, el cariño, los paseos al sol, juntitos, un excepcional bálsamo para cada uno de sus males…

Me gusta ser resolutivo con ella y facilitarle el camino en la medida de lo posible, sobre todo cuando la siento deslavazada, sin fuelle, apática. Un buen paseo por el campo nos quita las penas y nos da vida, lo tengo comprobado; la naturaleza hace verdaderos milagros con nosotros. Yo estaría andando a cualquier hora pues me encuentro en plena forma física, pero ella se apoltrona en su sofá y no hay forma de moverla, salvo si me quejo demasiado.

Dedico parte de mi tiempo a atender a Marlen como una reina cuando llega del trabajo, a escucharla con atención, a hacerla reír con mis cosas; en definitiva, a vivir por y para ella…

Su familia pasó de verme como “un estorbo” a considerarme pieza indispensable para el equilibrio emocional de Marlen. Yo también he aprendido a quererles y a recibirles como merecen cuando nos reunimos en alguna celebración familiar, como la de hoy: el cumpleaños de mi chica… Me excita soplar las velas y, más aún, ver su carita cuando ha de pedir un deseo…“Solo deseo que quiera seguir conmigo”, digo para mis adentros, al tiempo que expulsa el aire de sus pulmones hacia fuera.

La casa ha quedado exhausta, como lo estoy yo… Papeles por todos lados, restos de tarta de chocolate por el suelo, lo cual no me importa porque me encargo personalmente de borrar su rastro con esmero. Ruidos, gritos y exclamaciones se han marchado ya, y con su partida llega la alegría para mi cuerpo y para mi tranquilidad…

Dicen que soy sosegado, apacible, templado, y que les sorprende que no me produzca estrés el estrés que generan las celebraciones familiares, pero es que sentirla a ella feliz es lo que a mi me proporciona felicidad…Ni más ni menos…

 

Me llaman “su perrito faldero” y no sé bien a qué se refieren… ¿No ven que no llevo faldas, y que solo mi corazón se viste de su amor?

Me llamo Sandy, como la cerveza con limón, la bebida preferida de mi amita… Soy un perro labrador que ha acompañado a Marlen en todos estos años de su vida, su mascota, el rey de la casa, un afortunado morador de su hogar, nuestro hogar.

Hoy el día ha terminado y Marlen se ha quedado dormida en el sofá, como siempre. Yo disfruto del descanso en mi camita.

Al igual que sé que siempre estará cerca de mi, sé que ella me tendrá a su lado hasta que la vida decida por los dos. Sin su cariño mi vida sería un caos, una “vida de perros”.

Al escucharla me levanto sin pereza para despertarla; mi misión de esta noche es lograr que se vaya a la cama. He de poner en marcha mis armas de seducción, y arranco con uno de mis lametazos, los besos que saben cómo despertarla. ¡”Oh, no, Sandy! Mañana sin falta te llevo al veterinario para que te limpien los dientes!” “¡Conseguido. La he despertado!”

Es hora de dormir, compañera de mi vida. Descansa. Hoy nos lo hemos ganado”

Agacho las orejas, y me dejo acariciar y achuchar. Hoy el día se terminó. Mañana será otro día…

 

(Publicado en libro «Cuadernos de Poesía y palabra». Número 002 -Adagio Otoñal 2015)

 

 

 

 

 

Pilar Cruz Gonzalez

Acerca de Pilo Cruz

No me gusta complicar lo que considero sencillo. Estoy en perpétuo estado de aprendizaje. Aún tengo muchos sueños por cumplir, y disfruto de los que ya soñé cuando anduve despierta. Aprendo cada día mirando a los ojos de quien me mira, escuchando palabras no habladas por mi, y sintiendo el sentir de los demás. Soy un aprendiz de la vida...

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