El instinto maternal
Soñé, y me retiraron el sueño de soñar con lo que más ansiaba desde mi niñez, cuando acunaba a mis muñecas en una nana de maternal amor. Ahora sé que todo es irreal, una cruel pesadilla atrapada en mi desilusión.
Con mi vientre vacío y mi corazón repleto de sentimientos por regalar, lloro en el silencio de quien no ha sido concebida para concebir. Tendré que guardar mis lágrimas y secar mis ilusiones para poder seguir caminando por una vida que se supone árida de amor para mí. No es justo, yo, que nací para dar, para amar, para sentir cariño, me confirman que jamás podré tener hijos. Don Marcelino, amigo y médico de la familia, amparado por la confianza en nuestras palabras, tras practicarme la retirada en filas de todos mis órganos funcionales para procrear, fue claro. <<Mari Luz, no podrás dar a luz pero podrás dar tu luz a cientos de niños que esperan que alguien ilumine sus vidas oscuras>>
Conmovedor, desde luego, pero no para mí, y menos después de tan dolorosa información que habré de procesar paulatinamente; soy mujer y jamás podré fecundar el don con el que nacemos las mujeres, o la mayoría de ellas, el de la maternidad.
Mi madre dice que mi temperamento paraliza mis acciones y turbia mi libertad, pero a día de hoy seré la mujer más libre del mundo, aquella que tendrá para ella solita todas las horas de las que disponga sin tener que “depender” de un niño que necesita de mi presencia a cada segundo… Pero prefiero no ser dueña de mi libertad y estar maternalmente encadenada a un hijo que precise de mis atenciones.
Me hubiera gustado estar amorosamente atada a unos lloros en la madrugada, a unos segundos de angustia por gases, hambre y mimos de quien no sabe vivir solo, de quien necesita que todo se le haga porque por sí solo no puede subsistir. Me hubiese gustado oír las nanas que eran música celestial en mi infancia, cuando mi madre consolaba las lágrimas de mis hermanas pequeñas con hermosas sintonías que todo lo curaban. Recuerdo una en especial, aquella que cantaba mi abuela a mi madre y que después ella repetiría con nosotras, sus hijas: <<Llámame en la noche, princesa mía, para que oiga cómo amanece el día. Llámame sin miedo para ser tu consuelo>> Con el miedo de la noche, mi madre auxiliaba nuestro insomnio cual vela encendida para adormecer nuestros temores; se acostaba con el sueño para despertarse con el día, a nuestro lado, eludiendo la lóbrega soledad de la noche.
¿Por qué la naturaleza se puso en mi lugar decidiendo por mí? ¿Por qué me negó un derecho que me debía corresponder?¿Por qué no contó conmigo y con lo que pudiera ofrecer a quien naciera de mis entrañas? Tal vez dejé escapar una espléndida oportunidad, cuando aún era pronto para que Jaime, mi marido, y yo engendrásemos un hijo: la juventud frenó nuestro intento de ser padres. <<Hay tiempo. Debemos disfrutar de nuestra juventud. Algún día formaremos una gran familia>>
Es verdad que queríamos disfrutar los primeros años de nuestro matrimonio sin pensar en nadie más allá que en nosotros, viajando, recorriendo el mundo, dándonos el uno al otro.
Jaime siempre ha sido muy chiquero, y yo, por mi profesión -más bien mi vocación, profesora de infantil-, adoro y entiendo a los niños. Creo que, de alguna forma, mis necesidades se han ido cubriendo con el cariño que me han dado todos mis “pequeños”, quienes me colmaban de alegría y de buenos sentimientos. <<Un día tendré un hijo y estará con vosotros>> pensaba, viendo esas caras inocentes que escuchaban atentos lo que les contaba,
En mi familia, dicen, que es mejor no contrariarme, y menos en los momentos en donde la razón no controla la alteración del estado anímico, y creo que no les falta razón porque no hay forma de lograr cierta serenidad, de encontrar consuelo dentro de mí, sabiendo que nadie tiene la culpa de éste dolor, ni siquiera mi pobre marido, Jaime, quien silencia sus palabras para que nada me haga más daño del que ya estoy sufriendo. ¿Será éste un comportamiento unidireccional en donde solo yo siento una frustración que me ahoga?
Pero no puedo hacer nada para paliar mi pena, no me consuelan los bálsamos verbales de quienes me quieren, y es que sufro este calvario intensamente sin considerarme en ningún caso una víctima de tal distintivo.
Mis padres, dentro de su modesta prudencia y su apoyo incondicional, lo están pasando mal, y más mi madre porque me crió para consumar mi inquebrantable Instinto Maternal.
En fin, intuyo que al dolor no hay que añadirle más dolor porque puede desajustar la salud, y eso es algo que no me puedo permitir, por mí y por quienes me rodean; me asomaré a la ventana de las emociones para no dejar pasar al vendaval de la tristeza y esperaré paciente a que pase el tiempo y reconstruya serenamente mi pensamiento.
Luis Carlos, un buen compañero, amigo y psicólogo de Primaria no me consiente que baje la guardia en mi actual proceso emocional, aconsejándome que no me esconda de mis emociones, como muy bien dice, <<a los problemas hay que darles la cara para que el tiempo les dé la espalda una vez resueltos>>. Él me conoce bien y sabe que es difícil que yo me tambalee por nada, pero en ésta ocasión teme por mi estabilidad.
En estos días de convalecencia, después de la histerectomía que me aplicó Don Marcelino, lo único que me pide el cuerpo es dormir para que la realidad se meza de sueños, ya que las pesadillas permanecen en mi consciente, desgraciadamente. Hay quien me ha dicho <<¡Da gracias a Dios de que estés viva!>> Bueno, viva, pero no me gusta la idea de vivir con ésta daga en mis entrañas, una daga que ha sesgado una posible vida. Tengo derecho a sentir mi dolor y no a reír los júbilos de quienes burlan mi seriedad? Hubo un tiempo atrás, no demasiado lejano, que quería plantar mi vida en la maceta de las ilusiones, y ahora éstas se han marchitado sin poderme deleitar en su ejecución.
Y la vida pasa, como marca el cronómetro de las circunstancias, ya sea para bien o para mal. El tiempo suaviza los acontecimientos vividos con desagrado y cuela su poso amargo, algo que hemos podido vivir mi marido y yo últimamente; así que, siguiendo los consejos del bueno de Luis Carlos, no me ha quedado otra opción que dedicar empeño a mi reconstrucción emocional, cargando los postreros cartuchos que tenía almacenada mi voluntad para vivir acorde con mi realidad. Reconozco que gracias a mi empuje por salir adelante tuve la suerte de topar con una esperanzadora noticia que me pondría en alerta… Ocurrió hace tan solo un año…
En una reunión escolar en la que me cité con los padres de un alumno mío, Bruno, fui cegada por un rayo de luz, y digo bien, quizá mi ceguera ocasional me impidió ver por qué ventana de la vida me tenía que asomar para otear lo que me ofrecía a gritos. Recuerdo ese día como si fuera hoy…Era la primera vez que les reunía al no haber tenido ningún problema con su hijo, un niño sin complicaciones, tranquilo, estudioso y muy amoroso.
Quedé con ellos a eso de las tres de la tarde, una vez terminada la hora de comedor. En el transcurso de nuestra conversación comentaron lo agradecidos que estaban a la vida por cómo les había tratado, y en especial con su hijo primogénito. Pero su gratitud iba mucho más allá, lo capté en la intensidad de sus palabras. Cuando oí “la palabra” inesperada no pude frenar mi mutismo, y con gran respeto les pregunté…
<<¿Han dicho ADOPTADO?¿ Bruno es adoptado?>>
<<Si>>
<< No sabía nada. ¿Cómo no me lo comunicaron?>>
<<¿Hubiera hecho falta acaso? Entendemos que no cambia nada saberlo, no tiene mayor importancia de la que le queramos dar. Nuestro hijo tiene 6 años y desde que nació ha sido y será Bruno, tal cual, por muy adoptado que sea, matiz que no modifica nada nuestra vida familiar, y mucho menos impide quererle de la misma forma que a nuestro otro hijo >>
<<Entiendo a la perfección lo que me quieren decir, pero entiéndanme a mi, su profesora, que sabiéndolo…>>
<<Saberlo no tiene que cambiar su vida. Queremos una normalidad para él y para nosotros, por el bien de todos. Bruno fue un regalo del cielo, todo un gesto de generosidad>>
<<Admiro su valentía y comparto su emoción>>
<<Valiente fue él por escogernos como padres -rió el marido y prosiguió-. La valentía frente a una adopción se llama amor. Si esa base es firme todos los problemas que vengan añadidos tienen soluciones varias>>
<<Pero a veces nuestro egoísmo y vanidad nos impide verlo así>>, respondí.
<<¿Tiene usted hijos?>>, dijo el padre.
<<No>>
<<Cuando los tenga cambiará esa idea. La maternidad o paternidad amplia el circulo del amor y lo abre para que se extienda a raudales>>
<<No puedo tenerlos y creo que nunca sentiré así>>
Reconozco que fui tajante, un poco brusca, pero metieron el dedo en una llaga aún por sanar.
En los minutos que nos precedieron les expliqué mi caso y mi paulatina curación psicológica, y ellos me arroparon con el suyo. Me dijeron algo que me emocionó: <<No se quiere a la sangre como tal, MªLuz, se quiere al corazón, a una mirada, a una sonrisa, a la caída de dientes, las primeras palabras, a los cambios de pañales, a los días sin dormir, a la fiebre de toda una noche, a los primeros pasos, a sus cambios hormonales, a una personalidad fuerte, etc, a una persona en su totalidad. El amor se da mirando, tocando, callando, sonriendo, amando…>>
Me fueron comentando confidencialmente todos los pormenores de su adopción y los trámites por los que tuvieron que pasar. Antes de pensar en la adopción, Ana, la madre, creía ser lícita para engendrar, pero después de años de espera y no ver cumplido su deseo decidieron recurrir a otra forma de vivir la maternidad ya que su “instinto maternal” se lo pedía a gritos. Fue entonces cuando llegó Bruno.
Los acontecimientos importantes no suelen llegar solos, y éste era uno de los casos. Al cabo de dos años, tras tener a Bruno, y sin esperarlo, llegó Carlos, el hijo pequeño de estos maravillosos padres…Ésta incipiente personita se hospedó en la matriz de Ana –su madre- de manera natural, cuando la mente de ella pudo liberarse de sus angustias por quedarse embarazada. Sin duda fue toda una sorpresa que recuerdan con intensa emoción.
Los designios de Dios fueron trazados con el permiso de un invitado sorpresa: la maternidad… La alegría fue enorme, y la felicidad se multiplicó por dos, ¡hijos!
Salí de la sala de reuniones emocionada y con un nerviosismo que emergía por cada poro de mi piel. Lo que iba a ser en un principio una charla sobre la evolución escolar de Bruno, se transformó en una esperanzadora luminosidad para mí. La vida señalaba el camino que debía atravesar, solo tenía que delimitar bien su trazado.
Una vez dentro del coche, camino a casa, mi pensamiento estaba en Jaime, en hablar con él, en comenzar a pensar en una nueva vida, en un maravilloso inquilino que ocupara nuestras vidas, en alguien a quien dar todo nuestro amor. Un hijo.
¿Por qué no?…
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He tenido que esperar algo más de un año para que llegue mi emocionada maternidad, es el momento que se cumpla el gran sueño de mi vida, el de ser madre, y he de decir que la paciencia coloca las soluciones en las ventanas de la vida por donde hemos de mirar.
Jaime y yo, inmersos en una aventura vital, navegamos en un barco que nos llevará rumbo a nuestro proyecto de vida, un hijo; en realidad es una niña que se llama Estrella, nombre que eligió quien la recogió de los brazos de la madre cuando ésta la desprendió de su vida por los motivos que fuere. Desde mi interior no tengo por más que agradecerle a ésta madre que tuviera la valentía suficiente como para dar a luz, aunque la noche se echara sobre ella todos los días de su vida…No somos quién para enjuiciar a nadie, y menos a quien nos ha concedido el milagro de ser padres.
Estrella tiene dos años de edad y nació cuando nadie la esperaba, en una cuna arropada por la pena y en un lugar en donde la pobreza era la gran verdad.
Gracias a Dios y a la enorme fuerza de nuestra pequeña, supo arribar en este mundo, justo para que nuestras manos vacías se llenasen con las suyas. Comenzaremos a trazar un camino juntos.
No puedo por menos que recordar unas palabras que calaron hondo en mí, y las dijo mi amiga Lucrecia, madre de cuatro hijos, en edades comprendidas entre los 5 y 14 años y a cual más inquieto. <<MªLuz, todos los hijos vienen con una lista de problemas por solucionar -ya sean biológicos o adoptados-, y lo único que está en nuestras manos es intentar suavizar con amor esas dificultades para poder mirar hacia delante. Yo tengo cuatro toretes, nacidos de mi vientre, y no sé cual es el que menos complicaciones me ha dado. Se que he de luchar por ellos y que jamás terminará esa lucha>>
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MªLuz y Jaime disfrutarán de su propia historia, aquella narrada con la luz de una Estrella, la que emana su hija.
Los acontecimientos ocurren por algún motivo y para algo en concreto -aunque no seamos plenamente conscientes de ello-, sin ser dirigidos por una simple casualidad o una excepcional quimera; por ello conviene atrapar las oportunidades que se nos brindan y no cerrar los ojos a nuevas propuestas vitales.
La desinteresada generosidad de la naturaleza se proyecta con la magna concesión que otorgó a la mujer un día, aquella en la que nos permitió ser madres.
Desde el inicio de nuestra vida nos van preparando para llevar a cabo el germinar una vida en nuestras entrañas. Hay quienes eligen la opción de ser madres y quienes no la desean, a pesar de nacer, de alguna forma, con el fin de procrear.
No debemos olvidar a aquellas mujeres que la naturaleza les negó tan hermoso don de la maternidad. No en vano, aunque su vientre no acune una vida, sienten la necesidad imperiosa de experimentar lo que sienten quienes se quedan embarazadas sin ningún tipo de problemas. Ellas si poseen un cariño rico en emociones, algo que quizá no sientan muchas de las mujeres que pudiendo ser madres no lo desean.
El Instinto Maternal, germina nuestra mente y nuestro corazón sin la necesidad de que vaya ligado a nuestro vientre obligatoriamente..
Ser padres es amar. Amar es vivir y dar la vida por quienes han crecido al tiempo que se crecía también como persona…
Un hijo es amor. El amor de un hijo es amarle y enseñarle a amar.