(Hoy quiero dedicar esta reflexión a los amigos que sufren a diario los coletazos de una FIBROMIALGIA. Pienso que tomar con un HUMOR, y una chispita de OPTIMISMO, lo que no nos queda más remedio que ACEPTAR, como es la enfermedad, es un paso más para ASUMIR nuestra fortaleza frente a ella.)
Un día más…¡Un plato menos! Son frases que ponderan mi día a día, algo a lo que en casa ya estamos acostumbrados…
En un ratito de la tarde he colocado mis manos frente al teclado del ordenador para hilvanar alguna que otra palabra, con la intención de traeros unos cuantos ”sentimientos a la carta” servidos en bandeja bajo la supervisión de un protocolo especial, el que mejor saben expresar las emociones.
Quiero contaros la historia de mi “azucarero”. Pudiera parecer, en principio, una historia simple, pero no lo es….Empezaré por reconocer que soy una sentimental empedernida, y que me aferro a lo que me aporte, a nivel emocional, “objetos” que han compartido de alguna manera mi vida cotidiana….Intentaré que comprendáis que lo que para unos pueda parecer insignificante, para el interesado significa algo valioso si está dentro del campo de las emociones…
En fin…Como dice aquél…¡No pasa res!
Era un “salero” precioso, al que el tiempo no restó brío en sus colores a pesar de sus lavados, un regalo “saleroso” que nos otorgó sabrosos deleites al paladar, un regalo de los que no olvidas, de los que te conmueven…. Nueve años entre nosotros y en cuestión de segundos ¡zas!, lo hago desaparecer como por arte de birlibirloque.
Modifiqué su finalidad, su “fondo de armario” -cambiando el de azúcar por la sal-, porque apetecía aliñar la comida al tiempo que alimentar la vista con esas preciosas flores decorando su frágil cuerpo. El cambio nos vino bien pues en casa somos más “salados” que “dulces”, y recurrimos antes a un salero que a un azucarero (siempre dentro de unos limites, claro está). Hasta aquí todo estupendo…
El “salero” tuvo su cometido en la familia: endulzar nuestras comidas (dentro de lo que cabe jamás perdió sus orígenes)…Pero, como siempre pasa en la vida, hay algo que nos agria una determinada acción, aunque sea un simple hecho cotidiano…Ese día, hace un par de semanas, había filetes para comer. A mis tres chicos les gusta la carne “en su punto”. A mi más pasadita (tampoco que sea una real suela). Y entre vuelta y vuelta, el gesto de añadir una pizquita de sal es imprescindible…Por ello agarré por un asa el salero y…¡cataplás!, de pronto cayó directo a la encimera, quedando de él un asa rota por varias partes, la base fraccionada, y un pobre salero “manco”. Cuando vi cómo había quedado tras la batalla, cerré los ojos, me enfadé conmigo misma, y exclamé una palabra recurrente que me viene de inmediato cuando estoy enfadada….¡Mierda!
(Reconozco que las prisas son muy malas, y más en alguien que se ha convertido con el tiempo en una “salerosa torpona”: séase, yo. Conmigo los elementos de la cocina no están asegurados y se convierten en meros pasajeros que suelen darse de baja a la primera de cambio si caen EN mis manos –o pudiéramos matizar: si caen DE mis manos-.)
Mi necesitad porque cada filete estuviera adecuadamente salado, me hizo trampas y me empujó, siendo las prisas quienes lanzaron “mi dulce azucarero” contra la fría encimera…Cada uno de los pétalos de esas flores que adornaban el “salero” se hicieron añicos…¡Cachis! Era el azucarero que me regaló la abuela Carmencita por mi cuarenta cumpleaños, y le tenía especial cariño.
Pero hay que reconocer las cosas cuando se llaman por su nombre, y no adjudicar falsos adjetivos a la realidad…Hay una frase común que subraya mi mirada de culpabilidad ante este tipo de “accidentes domésticos: “Todo se me cae”.
Real como la vida misma.
Con este ejemplo quiero contaros mi habitual choque contra los objetos caseros…
No voy sola por la vida; tengo una sombra que se pegó en las plantas de mis pies para recorrer un camino juntas. Es una enfermedad, de esas que llaman “raras”, que vive pegadita a mi. A veces se porta bien, es tratable, y en otras ocasiones se vuelve bastante rebelde, haciéndose notar con rabietas difíciles de aminorar. Quiero dejar constancia de que me siento una persona normal y corriente, nada “rara”, al menos eso creo yo. Aunque también es verdad, que por el hecho de ser humanos, de vez en cuando nos salimos del tiesto y hacemos heroicidades, o actividades que resultan para algunos un tanto “raras”.
Mi enfermedad se llama FIBROMIALGIA, y aunque la llaman “rara”, yo no la veo como compañera “rara”; es más, la conozco cada día mejor, nos hemos visto cara a cara, por lo tanto es familiar, y le hago caso, no la ignoro, por el hecho de pertenecer a esta gran familia que tengo la suerte de tener. Todos la hemos visto de cerca, y sabemos cuáles son sus posturas, y la forma en la que se comunica con nosotros a diario. Entenderla es solo cuestión de practica, pero se consigue, aunque no nos gusten algunos de sus modales. A veces se hace cansina, repetitiva y caprichosa.
Quería hablar de mi “azucarero” en forma anecdótica, en PRO de muchos enfermos de “fibro” que les pasa lo mismo que a mi y que no saben cómo expresarlo. Algunos, incluso, les cuesta asumir este pequeño gesto cotidiano, y se funden en un amargor que no debiera resultar ser más problema de lo que en realidad es.
El equilibro en la vida es necesario, y si hay una enfermedad de por medio, sea cual fuere, se hace mayormente indispensable para poder vivir con cierta calidad de vida. Un problema es tal cual, ni más ni menos, no deja de ser un problema, y punto. Si le sumamos angustia, es ya una fortaleza imposible de traspasar, donde, seguramente, el pánico sea su cimentación más firme…
En éste caso, mis palabras serán para quienes lo estimen oportuno aceptar, o se sientan identificados con esta breve pincelada de vida. De nada sirve tener “algo mejor” o “menos bueno”, y no compartirlo, no expresarlo…No por ser “menos bueno” hemos de arrinconarlo y no darle la luz que merece, como sombra que es para muchos. Expresar un sentimiento que agobia y paraliza nos quitará angustias y nos permitirá mayor movimiento en nuestro pensamiento, aunque el cuerpo no acompañe en este correteo cinético.
Reconocer lo que es tangible, como es la realidad de una enfermedad, asumirla, es uno de los pasos que hemos de dar los enfermos, en este caso de Fibromialgia, y de otras muchas enfermedades que nos causan temor, para poder llevarla “lo mejor posible”. Es MUY respetable cómo la lleve cada enfermo, porque sumamos a la enfermedad las lógicas situaciones personales de cada uno.
Hoy, mientras tecleo en mi ordenador, para compartir con vosotros este compás de vida, miro con detenimiento mis manos…Ya no son las que eran, como cuando terapeuta daba masajes a personas que estaban postradas en una cama, quietas frente a una enfermedad crónica, degenerativa, incapacitante, o a personas a las que la edad les había causado algún que otra contratiempo y sus manos se tornaron torpes…Esos recuerdos son los que me traen más de una sonrisa pues durante años tuve el privilegio de acercarme a grandes MAESTROS de vida que hoy me enseñan a “seguir adelante” desde la evocación de sus impactantes vidas…
Mis manos han cambiado…¡Ya nos soy una jovencita!, y me amoldo a sus cambios, y más con las arrugas que le otorgan los coletazos de la enfermedad, como son las dermatitis crónicas, recidivas…
Mis manos se convierten en frágiles “alitas” que recorren la inestabilidad de mi equilibrio, se hacen lentas, perezosas, costándoles bastante sostener “pesos” moderados…Ni qué decir tiene el abrir una botella o una lata con singular torpeza…(en el caso de conseguirlo) Me he “cargado” alegremente platos y más platos (eso sí, han pasado por casa de todos los modelos, ocupando el puesto de los “desaparecidos en combate”. Blancos, de colores, con alguna filigrana, lisos. Los más fáciles de romper son los de postre…¿Porqué los harán tan livianos? ) Y no digamos en el tema de “los vasos” Desaparecen por pares cada semana (altos, bajos, de café, de vino…o copas estupendas almacenadas en el archivo de los recuerdos de mi “pobre y santo marido” ¡No veáis cómo resbalan las copas! ¿Las harán con una capa de aceite?)….
Hay que pegar trocitos de optimismo a lo que se hace añicos en la mente…
Las manos tienen una especial sensibilidad para acariciar cada segundo de vida. Son multifuncionales. Aparte de tocar, rozar y asir, sienten en su piel los cambios de temperatura siendo el frío y el calor aliados o enemigos dependiendo de la sensibilidad con la que se enfrenten a ellos…
Pero creemos que nuestras manos son infalibles, que siempre están ahí para sacarnos de los enredos en donde las metemos, y no nos damos cuenta de lo importantes que son para concluir las actividades de la vida diaria…En mi caso, tengo cremas hidratantes para las manos, esparcidas por todos los rincones de la casa (cuarto de baño, sobre mesita de la habitación, en la mesa del ordenador, cocina, sala de estar). Cuido las manos porque sé que ellas me cuidan a mi con esmero…
Y digo esto porque en mi caso añado el tema de las ya habituales “quemaduras”. Me quemo porque se me cae encima leche caliente, café, manzanilla o lo que toque…Hago la comida, y también me salta el aceite, porque, por ejemplo, echo unas croquetas a la sartén, o patatas, sin la fuerza medida, la adecuada –en ocasiones-…como si una dismetria no me permitiera medir las distancias entre mano y “objetivo” a tratar (cualquier cosa que se acerque a las manos). Son buenas compañeras la hipotonía y la debilidad muscular. Fallan las manos y se quedan completamente laxas, sin que las articulaciones respondan como mereces.…No se puede controlar cuando así surge. El suelo se convierte en reducido basurero de cuanto choca contra él. Barredora, y recogedor a mano, y…¡solucionado!
Seguro que podemos hacer otro “apaño alimenticio” si es que el suelo glotón se zampó nuestra comida. En este caso un poco de tranquilidad, y reducir las prisas a la hora de querer terminar rápido nos ayudará. Sin duda es un truco efectivo. Si vamos más lentos, los reflejos son más precisos y nos advierten en poner atención a la hora de sujetar algún objeto con las manos. Ayudémoslas…Evitaremos quemarnos más de lo habitual, y cambiar constantemente la vajilla. Algo es algo…
Mis hijos han pegado trocitos de la jarra, de una taza, un vaso…Hemos apañado figuritas que delante de mi mano se escaparon burlando a magistrales trucos de magia, ligeras como el viento, y he sonreído porque mis hijos y mi marido han sonreído también…Está claro que no me aplauden –más les vale, jeje-, pero aceptan lo que hay. Confieso que aunque no me guste ese tipo de “heroicidades”, las asumo con resignación después de tirar al contenedor varias vajillas rotas y después de entender que son “despistes” propios de mi inseparable “amiga” …
Antes me preocupaba, me fastidiaba romper cosas sin ton ni son, y más con lo cuidadosa que fui siempre en ese aspecto…Ahora es un problema menos con el que preocuparme…No obstante, disminuyo problema poniendo más lentitud a los movimientos para salvaguardar lo que cae por mis manos.
He ido aprendiendo en estos años a dar prioridad a lo que verdaderamente merece la pena, y no detenerme tanto en lo que me va a generar más de un problema…
Cuando se escucha el soniquete contra el suelo ¡“crasssss”!, en casa se puede escuchar “tranquilos, es mama”, y aquí no ha pasado nada. Alguno viene por si necesito ayuda, por si hay que pasar fregona al suelo, en vez de barredora solamente, y es que ¡no sé qué tienen las “salsas” que se quedan pegadas al suelo amorosamente!…
Tened a mano un buen pegamento en casa, el que lo pega todo, hasta el buen ánimo cuando éste se quiebra a trocitos…Y también una crema (en algún armario de la cocina) que apacigüe el dolor de una quemadura en la mano, o en el antebrazo, las zonas donde más se adhiere el aceite de la sartén, y evitareis también así que la quemadura se haga molesta para vuestro bienestar.
No pretendo frivolizar con el tema, soy perfectamente consciente de lo que significa “romper un plato, vaso o…lo que sea”…Mi intención, desde mi enfoque personal, es haceros ver que muchas veces los agobios aumentan si los hacemos protagonistas con la única ayuda de nuestros miedos y temores…(factores evidentes, indudablemente, pero que no deben compartir mesa ni cama con nosotros a diario)
Tomar cautela, en la medida de lo posible, hará disminuir nuestras dudas y aumentaremos en confianza…Romper algo, porque nos fallan las manos, no es el fin del mundo, es solo un coletazo más de “nuestra amiga la fibro”.
Permitiros ver unos trocitos de cristal desparramados sobre la encimera o suelo, a cambio de una sonrisa compartida con los tuyos…Y en el caso de que “no lo entiendan”, hazles saber que no has venido a este mundo a romper cosas, a dejarlas caer al suelo, sino a compartir comprensión cuando “algo que tú no puedes controlar se escapa de tus manos”…
Sin duda, a quien más duele es a uno mismo.
PD: No es que me guste “romper”, pero “rompo”…No es que sea masoquista y me guste quemarme, pero me quemo…No es que me guste manchar el suelo así como así –y menos porque soy yo la que luego lo tengo que limpiar, y ¡para qué limpiar más de lo debido!-, pero lo ensucio con una habilidad pasmosa. Poner los medios suficientes para que no ocurra me sigue motivando. Intentarlo, lo intento intento…Conseguirlo ¡es otra cosa!…
¿Quién quiere jugar conmigo al tiro de platos? ¡Soy una buena rival! jejejeje