El dulce sabor del chocolate
Mi historia comenzó un miércoles ocho de Agosto, supuestamente el día adecuado para establecer planes concretos de futuro. El comercio, “Helados artesanales de Mauro” fue el lugar elegido por el azar, o quizá el que debiera ser enmarcado para mi primer encuentro con él.
Cuando cierro los ojos, siento cómo los recuerdos reviven ese instante como si fuera hoy…Esa dulce voz, y el helado de chocolate que tomé, sedujeron por completo mi paladar, y mi corazón.
Un mostrador exultante en helados de variados sabores, se detuvo frente los ojos de la joven…
– Hola Mauro! Vengo con mucha sed, hace un calor de muerte, y “te necesito” urgentemente; así que, ponme una bola de fresa, una de nata, y a ser posible, otra de chocolate. Ya sabes que me priva el dichoso chocolate –sonrió.
– Tus deseos son órdenes –respondió el heladero, mientras se aseguraba de que el cucurucho no tuviera ningún hueco en el que faltase un ápice de helado.
– Nena, ya sabes que el chocolate es un excelente afrodisíaco –aseguró Mauro-. Como italiano que soy, te lo puedo confirmar: el célebre Giacomo Cassanova, veneciano como yo, ingería grandes cantidades de chocolate antes de entregarse a las artes amatorias. ¿Estás por tanto segura de que quieres que te lo siga poniendo?…–sonrió pícaramente.
Reconozco que entre el dulzor del helado, y el gusto picante de aquél diálogo, se pusieron en alerta todos mis sentidos, uniéndose a ello la placentera sensación que experimentaron mis ojos al verla. El gran Mauro, un italiano entrado en carnes, generoso con la joven, era capaz de endulzar la luna para ofrecérsela a ella en uno de sus magníficos cucuruchos. Una, dos o tres bolas de helado poco importaban para él; complacer a la muchacha era imprescindible para sentirse satisfecho.
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Mi nombre es Javier, un mero engranaje humano protegido adecuadamente por los cálidos encantos de la chica de la heladería, y como me considero un caballero en toda regla, daré prioridad y protagonismo a quien realmente lo tiene para mí: Eva, la mujer que aquella tarde robó, diestramente, mi corazón. Comenzaré pues a relatar lo que me supuso un flechazo.
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Esperando pacientemente a ser atendido, Javier, tras la joven, observaba la larga y dorada cabellera que caía sobre su insinuante espalda. Detrás de él, un par de adolescentes rendían sus prisas, también, ante las dulces súplicas de la muchacha al heladero. Curiosamente, las prisas de Javier y del resto de clientes, dejaron de ser preferencias del día; observar los encantos de la chica era calificado como primordial.
Cuando llegó el turno de Javier, el heladero hubo de preguntarle, varias veces, por cuál había sido el sabor que se suponía ya había elegido durante los minutos que alargaron la llegada de su turno. Antes de responderle, ensimismado en sus pensamientos, Javier imaginaba diversas situaciones que facilitarían un acercamiento hacia la chica. Quizá un gesto galante como, “se te ha caído el pañuelo”, o la pregunta de, “¿está rico el helado?, ¿me lo recomiendas?” serían buenas excusas para la futura aproximación.
– ¡Joven! ¿Me escucha? –exclamó el heladero.
– ¡Oh, sí, disculpe! –respondió Javier azorado.
– ¿Qué sabor ha elegido?
– Pues…–susurró mientras revisaba cada uno de los helados expuestos. Al fin se decidió-. Yo, como la señorita: una bola de fresa, otra de nata, y un extra de chocolate. Una “ayudita” nunca viene mal, ¿no es así? –preguntó esperando una respuesta cómplice por parte del heladero-. Según escuché, ese helado hubiese sido el elegido por el célebre Cassanova…
– Entiendo…-respondió-. ¿Le pongo entonces dos?
– Dos o tres –afirmó Javier-. Lo dejo a su elección.
Una vez concluida su petición, notó cómo su rostro se enrojecía en cuestión de segundos; no entendía cómo su ironía pudo resultar tan burda. Él, todo un caballero, comportándose neciamente…No podía creer que el efecto que le proporcionaba una chica, como la que tenía delante de sus ojos, le ocasionara semejante trastorno verbal, visual y mental.
Tras coger el pesado cucurucho –las tres bolas de helado rebosaban el cono-, salió hacia la calle con la esperanza de toparse con la joven. Había mostrado ante ella una imagen que no le correspondía –cualquiera que le conociera lo aseguraría-, y posiblemente la joven hubiese salido despavorida para alejarse de semejante alimaña de hombre.
En el parque, decidió buscar la sombra de un árbol para degustar el helado con deleite, sin poder retirar de su cabeza la ridícula escena vivida en la heladería, pero el excesivo calor facilitó que el helado se fuera deshaciendo antes de ser paladeado lentamente por él.
Javier, se notaba agitado; pareciera que esa dichosa chica hubiese acelerado lo que debiera ser un momento relajado del día. Además, mancharse con el chocolate, por muchos efectos excitantes que tuviera, no le apetecía nada. “Si lo hubiese pedido de nata no tendría que pasar ahora por este absurdo problema”, se decía para sus adentros. Y ocurrió lo que preveía: una oscura mancha se plasmó en su camisa.
– ¿Quieres un clinex? –dijo una voz femenina.
¿Quién le había dicho aquello? No era otra persona que la joven de la heladería, sentada en un banco contiguo al suyo. Javier, quien estuvo pendiente de su helado, no tuvo ojos para ver lo cerca que ella estaba de él. “Ese hombre estúpido -según pensaba Javier que creería la chica frente a los comentarios vertidos sobre el helado afrodisíaco-, el Eros del parque”, resultaba, en ese momento, vilmente denigrado por el “lado oscuro” del chocolate, visible en una esquina de su impoluta camisa blanca…
– Gracias, no lo rechazaré –le dijo a la joven-. Ya sabía que no todos los efectos del chocolate tenían que ser perfectos –afirmó Javier con incómoda ironía, evitando de alguna forma manifestar su escondido sentido del ridículo.
– Es una toallita húmeda; te ayudará, al menos, con la mancha…Con otras cuestiones no sé -comentó la joven en modo de burla.
– Me has salvado de una buena bronca con mi jefe; tengo una reunión demasiado importante como para que se fije en qué pierdo el tiempo cuando no estoy con él…¡Te debo una!
– Tranquilo, siempre llevo este tipo de ayudas para ocasiones como ésta; soy adicta al helado de chocolate, y cuando hace tanto calor, como hoy, suele derretirse sin miramientos.
Era inconcebible que algo así le estuviera pasando a él, un gran ridículo frente a una de las mujeres más hermosas que habían visto sus ojos. Esa figura sí que era un bombón, y no el dichoso chocolate que el “simpático” heladero le había puesto en un cucurucho que se desplomaba sin remedio contra el suelo. Tras escuchar de esa boca sensual, un “Adiós”, Javier pensó que no podía dejarla escapar tan fácilmente.
– ¡Eh, un momento! –exclamó.
La joven se giró al escuchar el reclamo.
– Discúlpame, no te di las gracias en condiciones.
– Me las diste –confirmó-. Llego tarde, adiós.
El ridículo de Javier era desatinado, pero bien merecía la pena rebajarse ante ella, brindándose a la vergüenza, con el fin de conseguir una cita.
– ¡Espera, no me presenté! Soy Javier, y estoy a tu entera disposición.
– Muy bien, gracias –respondió con prisa-. Adiós.
– ¿Has oído? –volvió a insistir-. Soy Javier…
– Yo, Eva…
Era increíble, la mujer de la heladería le había respondido y dicho su nombre, a pesar de que le hubiese podido encasillar como un tipo aparentemente necio por los comentarios jocosos vertidos en la heladería.
Javier sintió la imperiosa necesidad de aproximarse hasta ella. Sus pies respondieron de inmediato, y más que pisar el suelo pareciera volar por un espacio repleto de ilusiones. ¿Qué hacía dejando escapar ese orgullo que le caracterizaba -el arma incomparable que le definía como un magnífico seductor y caballero-, corriendo de esa forma? Poco le importaba caer y tenerse que levantar, si es que encontraba en la joven el pilar afectivo adecuado a sus propósitos. Se detuvo en seco cuando la chica, molesta por la actitud del joven, le recriminó su ofensiva persecución.
– ¿Se puede saber qué haces? No me gusta que me persigan
– Lo siento, no era mi intención molestarte…
– ¡Pues ya te estás yendo! –respondió enojada.
En ese parque, acabaron para Javier las esperanzas de lograr cualquier tipo de acercamiento. Destronado de su poder de seducción, optó por acelerar su marcha y alejarse de cualquier indicio frustrante que le recordara la patética escena. En días sucesivos, evitó acercarse a ese dichoso parque, evitando así los recuerdos que tan solo le aportarían inquietud y heridas punzantes en su honor.
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En días sucesivos, en donde se sentía embestido por la rabia, su amigo Luis calmaba su desesperación como buenamente podía. Javier estaba enamorado de una muchacha que llevaba adherido a su persona magníficos efectos que le hacían enloquecer.
– Déjalo ya, hombre –le animó Luis-, no te interesa estar así de mal; ya se te pasará la sensación de estar encadenado a ella, y si no mírame a mí, prendado de una belleza que surgió como de la nada, sin yo buscarlo, y por la que tengo confiscado mi amor. Por cierto, ¡a ver cuándo te decides a conocerla!…Aunque ella también tiene poco tiempo, y el que tiene lo utiliza para su trabajo; los viajes de negocio la tienen desorientada y completamente abstraída. La próxima me la buscaré más libre.
– Cuando tú quieras. Luis, te aseguro que no puedo olvidar a esa chica, es imposible.
– Enloquecerás más de lo que ahora estás, y no te viene nada bien complicarte la vida con un rollete de esas características. ¡Olvídala! -exclamó.
– No puedo…
– Además, ¡tú no lo tienes fácil! recuerda que tienes novia, y que la pobre está por medio, quieras o no, aunque no se entere…
– Prefiero enloquecer a prescindir de esa muchacha. Mayte no tiene sitio en esta situación, me niego.
– Mal asunto, Javier. Para animarte, bien podría decirte que te tirases a “la piscina de sus encantos”, con un buen flotador para no ahogarte, pero como me considero tu amigo, será mejor no decir nada y dejarte actuar con libertad.
– Me estás dando la razón. La conseguiré, te lo aseguro; me juego contigo lo que quieras –aseguró Javier.
– Está bien; una cenita en “La Marina”, ese restaurante al que sólo van los ricos, y así conocerás a mi chica, y yo a la que pudiera ser tuya, si es que la consigues. Recuerda que aunque a Mayte aún no la conozco, a ésta me encantaría…
– ¡Trato hecho! –dijo Javier, apretando su mano a la de Luis-, y te aseguro que allí te sentirás uno más de esos ricos…
…Dicho y hecho. Javier comenzó a elaborar su plan. Debiera ser exacto si quería que estar acompañado por un resultado óptimo. Bien valía la pena dejarse sus ahorros en una nimia cena, que no tenía ni punto de comparación con lo que pudiera ser una vida repleta de amores con esa mujer.
Javier tenía claro que, intercambiar palabras con Mauro, en próximas visitas a la heladería, sería requisito obligado para lograr su propósito: dar con ella. De igual forma, era también consciente, de que regalaría a sus carnes algunos kilos de más, por el mero hecho de ingerir, de manera prolongada, los helados que garantizaban un éxito total en sus pesquisas. Lo cierto es que ese “pormenor”, no le resultaba obstáculo insalvable para llegar a su meta. Una dieta baja en calorías, y mucho ejercicio físico, siempre y cuando fuese con ella, resultaría el mejor de los remedios para hacer desaparecer esos kilos demás, una vez ganado el “trofeo”.
En días sucesivos, Javier preguntó a Mauro, con esmerada discreción, por la chica y su paradero.
– La verdad es que es raro que Eva –la joven por la que suspiraba Javier- haya dejado de venir por aquí; seguro que estará en algún viaje de placer, con un hombre que se haya dejado seducir por sus encantos; Eva es igual de dulce que mis helados –aseguró Mauro.
– Algo recuerdo de su físico, y sí es verdad que es agraciada –respondió Javier, creyendo suficiente tan discreto comentario.
– Vive en una casa del portal vecino a la heladería –confirmó Mauro, sin sospechar nada sobre las pretensiones de Javier- con dos hermanas. Vinieron las tres, desde Barcelona, hace años para instalarse aquí, por lo que Gijón es ahora quien las acoge.
– La verás entonces todos los días, ¿verdad, Mauro?
Casualmente, una vez finalizada su pregunta, la chica apareció por la puerta de la heladería.
– ¡Mira qué casualidad! Hablábamos de ti y surges por aquí como por arte de magia –exclamó Mauro sorprendido.
Javier la saludó tímidamente notando, de inmediato, cómo el corazón aceleraba su función a marchas forzadas.
– ¡Eva, soy yo! ¿Recuerdas?…-exclamó Javier, clamando al cielo
que la chica se acordara de él.
– Si, claro, el tal Javier… ¿No era así como te llamabas?
– Si –respondió satisfecho.
– Oye, ¿no serás por un casual un espectro que anda entrometiéndose entre mi sombra y yo? –preguntó Eva.
– No suelo tener por norma perseguir a las personas, y menos a las damas; tan solo vine a tomar un helado, como tú.
– Pretendía hacer eso mismo –respondió Eva rotundamente.
– ¡Te invito! ¿Recuerdas que te debía una? La mancha de chocolate, mi camisa…
– Está bien, pero si me invitas, ¿dejarás de seguirme?
– ¡Tenlo por seguro!
Mirando a Mauro con disimulada complicidad, le pidió su helado.
– Una o varias bolas de chocolate, para la señorita, y a mi me llenas el cucurucho con tres bolas de igual sabor…-pidió a Mauro.
El simpático heladero fue testigo de ese segundo encuentro, y después de un tercero, un cuarto y un sinfín de citas dulces y apasionadas entre Javier y Eva…
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– Te lo dije, Luis, mi chica picó el anzuelo.
– ¿Gracias a los efectos afrodisíacos del chocolate? –exclamó Luis irónicamente.
– Te puedo asegurar que Eva está perdidamente enamorada de mí. Pero…
– ¿Es que hay algún pero? –preguntó Luis extrañado-. ¡No me digas más!… la muchacha ya está comprometida.
– ¡No! Es solo que a veces tiene un comportamiento distante conmigo, como si…
– ¿No será que intuya que puedas tener novia? –comentó Luis, afianzando la angustia de Javier-. ¡Se te ha visto el plumero!
– No creo –respondió titubeante-; además, lo que yo tengo con Mayte es un noviazgo atípico, más bien un amor que viene y va, según los viajes que deba hacer. ¡Lo mismo que te ocurre a ti con tu chica! Prima el trabajo frente al amor.
– Excusas, Javier…Novia o no, tienes un “apaño” con Eva -afirmó Luis-, un amor clandestino seducido por el engaño, y del que no quieres prescindir…Así cualquiera: dos por el precio de uno.
– Mayte no se enterará de ésta relación –afirmó Javier-, está a muchos kilómetros de aquí, y la clarividencia, creo, no es su fuerte.
– Pero Mayte regresará algún día, ¿no? Esa chica merece ser nombrada santa por tus hábiles astucias para esconderte de la fidelidad.
– Pasarán meses hasta que ella regrese; se debe a su trabajo, yo estoy en un segundo plano…-afirmó Javier.
– Y Eva en un puesto destacado…Te puedes quemar si piensas que tardará en volver, y perderse el amor de alguien tan estupendo como tú –afirmó Luis queriendo provocar a su amigo-. Mayte debe ser –y digo “debe” porque no la conozco-un encanto que no te merece…
– No pongo las manos en el fuego, por si me quemo…-respondió Javier con total seguridad.
– No cambiarás nunca, y te animo a que te mantengas así, sin alianzas de por medio y sin la pesada carga de la culpabilidad –afirmó Luis-. Si me dieran a elegir, yo, posiblemente haría como tú, aunque mi chica me tira demasiado.
– ¡Pues déjala y haz como yo! Es fácil –confirmó Javier-. Te doy el mismo consejo que me has dado tú. ¿Para qué complicarte?
– Mi chica me gusta, y no juego con dobles parejas, como haces tú…Cuando la veas entenderás porqué estoy prendado de ella. ¡Organicemos un encuentro con nuestras chicas para conocernos todos! –exclamó Luis emocionado.
– Esa presentación sería “oficial”; entonces, ¿qué pasa con Mayte? –preguntó Javier.
– Tú lo has dicho,“está lo suficientemente lejos como para enterarse de algo tan excitante como esto”…¡Hay que vivir, Javier!
– Está bien, acepto la propuesta por ti y por tú chica…
– ¿Cuándo? Pon día y hora, que el lugar ya lo tengo elegido…-dijo Luis.
– Estás en todo, amigo. ¿Dónde pues? –preguntó Javier.
– ¿Recuerdas nuestro pacto? Te refrescaré: Restaurante “La Marina”, el “cielo” de los ricos…
– Tú vuelas muy alto, Luis, pero reconozco que un pacto es un pacto.
– ¿Pensabas acaso que me iba a olvidar?
– Para que veas que no, me adelanté a ti, y reservé una mesa en “ese lugar de ricos”, para mañana por la noche –afirmó Javier.
– ¿Para los cuatro?
– Exacto –confirmó Javier.
– ¡Tú si que vales! Se lo diré a María, que precisamente llega de viaje, e intentaré omitirle la existencia de Mayte. Mi María es una chica con principios y ese “detalle” inapreciable –se rió-, no le gustará…
– ¿Principios has dicho? ¿Y cómo es que está contigo? –preguntó irónico Javier.
– Yo engaño a mi amigo Javier, y protejo a mi novia
– Luis, tengo ganas de conocer a la chica que ha conseguido ganar a tus pecados.
– Un tipo como yo carece de pecados…-sentenció Luis.
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Javier les convocó a las diez de la noche. El restaurante estaba repleto, no había ni una sola mesa vacía. Luces tenues, aromas exquisitos y una velada que se preveía inolvidable, era el excelente plan organizado para la noche.
Al mirar hacia la puerta de entrada, Javier vio llegar a su amigo con su chica. En un primer vistazo, se percató de que la joven, aún encontrándose algo alejada de su punto de mira, parecía agraciada. “Luis tiene buen gusto”.
– Buenas noches, Javier. Ves que soy puntual, como siempre.
– Hola Luis…
Por más que revisaba cada uno de los rincones del salón, Javier no llegaba a ver a la acompañante de su amigo; era como si hubiese desaparecido de la faz de la tierra.
– ¿Y tú chica? –le preguntó a Luis-. ¿No ha venido contigo?
– Fue un momento al lavabo. Está nerviosa por conocerte y saber si le darás el visto bueno como “novia para su amigo”. Es demasiado remirada. ¿Dónde está la tuya? –preguntó Luis, tras comprobar que su amigo estaba solo en la mesa-.
– Imagino que estará llegando –afirmó Javier nerviosos, y es que no podía quitarse de la cabeza esa sombra de infidelidad que ocultaba su tranquilidad.
Los dos amigos dispusieron de unos minutos de charla.
– Te aseguro, Luis, que ésta cena no es algo con lo que esté a gusto. El nombre de Mayte no para de recordarme mi mal; es como si estuviera cometiendo un delito y supiera, de antemano, el castigo que me haya de imponer la vida; sea cual fuere, me lo merezco…
– No sufras de esa forma, Javier. Mayte no te ve, está demasiado lejos como para hacerlo, así que, disfruta de la cena y olvídate del resto.
Había llegado la hora de la verdad.
De pronto, como si una desmesurada fuerza le impulsara, Javier se levantó de golpe, dejando caer la silla al suelo. La chica, y Javier, se miraron. Mientras, Luis, apurado por el escandaloso ruido organizado, ayudaba a levantar la silla, disculpándose ante los comensales que había en la mesa próxima a la de ellos.
– Javier, ¿se puede saber qué es lo que te pasa? Te has quedado blanco. ¿Te has hecho daño? ¡Vaya golpe, tío!
– Estoy…bien…-respondió titubeante Javier.
– María, te presento a mi amigo. Éste hombre escandaloso, al que le gusta hacerse notar delante de chicas guapas como tú, es Javier –dijo con guasa.
– H-o-l-a –apenas pudo responder Javier, sin retirar la mirada de la joven-. ¿”María”? –preguntó extrañado.
– Si –respondió Luis-. Es María, mi chica. ¿Qué demonios pasa aquí?
Javier se dejó caer sobre la silla, mientras que Luis y María se quedaron de pie, en silencio, esperando a que Javier respondiera.
– ¿Hablas tú, o lo hago yo? –dijo Javier refiriéndose a “María”.
– Lo haré yo –respondió ella-. Querido Luis, mi nombre es María, y también Teresa; si unimos los dos…el resultado es, Mayte.
– Pues muy bien. ¿Y eso es todo?
– No. Como se me conoce es con el nombre de Mayte, y no el de María.
– ¡Estupendo! –exclamó Luis sin entender claramente la actitud de su compañera-; de ahora en adelante te llamaré así, si es lo que tú quieres… Javier –dijo mirando a su amigo-, tenemos novias con igual nombre. Dos “Maytes” en nuestras vidas…
– Mejor diremos que “una” –respondió Javier con el semblante serio.
– ¿Una?-preguntó Luis-. ¿A qué te refieres?
– Tú Mayte, es mi Mayte –confirmó Javier-. No hay dos…
– ¿Qué? –exclamó Luis mirando a ambos. No entendía nada, o mejor dicho, era mejor no entender lo que su pensamiento le estaba advirtiendo como cruda realidad.
Mayte decidió dar la cara para dejar hablar a su sinceridad, evitando mostrar más engaños. Quizá se viera obligada a hacerlo para que su carga de culpas disminuyera
– Luis, efectivamente, soy Mayte, la que se puede encasillar como “novia” de Javier…
– ¿Mayte? ¿Tú? –respondió sorprendido, queriendo buscar en su amigo una explicación a las palabras de, ¿su “novia”? Una traición, por partida doble, velaba su pensamiento-. ¿La que está en el extranjero?…Por eso lo de tus viajes, tus “idas y venidas” casi a escondidas…
– He estado lejos, sí, pero solo de Javier. Mentí a su amor, pero no al tuyo.
– ¿Dices que al mío no? –preguntó Luis enfurecido-. ¡Quién lo diría!
Mientras tanto, sentado, con un vaso de vino en la mano, Javier escuchaba, sin atreverse a mirar a los ojos de Mayte, cuanto ella tenía que confesar. Un momento tan tenso como aquél debiera de estar acompañado por la lógica prudencia.
– Desconocía que tú eras Luis, el amigo de mi novio –aseguró ella sin pretender ser perdonada bajo ningún concepto. Tal vez el mejor perdón era su propia verdad-.
– ¡Has dicho tú novio! –exclamó Luis-. Tú no eres su novia, sino alguien a quien la distancia ha mantenido alejada del querer…
– Nunca imaginé que pudiera ocurrir algo así -respondió cabizbaja-. Entiendo que cuando uno hace mal, paga su deuda, y este es mi pago al engaño.
– Has abaratado mi cariño, y eso no lo puedo perdonar –respondió Luis.
– No sé qué decir…-comentó Mayte, al tiempo que rompía a llorar. Javier sacó de su bolsillo un pañuelo y se lo dio.
– No digas nada, y vete por donde has entrado…-dijo Javier dignamente, mientras permanecía sentado, como si la tensión no le alterase en exceso. Su amor por Mayte era efímero y poco valorado.
– ¡Ella se queda! –afirmó con rotundidad Luis-. A lo mejor el que tiene que abandonar éste lugar para ricos eres tú, ya que me has demostrado ser un pobre hombre…
Viendo el cielo abierto, con cara de mentirosa consternación, y evitando descubrir gran parte de su estado de liberación, Javier se levantó mostrándose como una víctima más del trío amoroso.
– Creo que será mejor que me vaya –dijo de inmediato para desaparecer de allí y no tener que justificar su infidelidad-. Somos demasiados.
– ¡Ah, no! –exclamó enojado-. De esa forma no desaparece un caballero como tú…-expresó Luis, percibiendo con claridad el papel de “víctima” al que se acogía su amigo-. ¿No tienes nada que confesar a “tu novia”?
– Me voy –exclamó Javier con determinación, dejando un billete de doscientos euros sobre la mesa-. Un pacto es un pacto, Luis. aquí te dejo lo que pactamos –respondió tirándole el billete sobre la mesa.
– No quiero tu dinero también; ya tengo demasiadas pertenencias tuyas –afirmó Luis enojado, no pretendiendo vender su amistad por un mísero billete de doscientos euros; perder toda relación con él le beneficiaría más.
– Soy un caballero y cumplo mis promesas –sentenció Javier-. Adiós Mayte, y disfruta de “tus viajes” con quien tú quieras. Eres libre para hacerlo –dijo con retintín.
– Y yo soy un tipo con principios que no necesita los restos de basura –afirmó Luis tirando el billete al suelo.
Javier regaló, la que posiblemente sería la última mirada, a su amigo, al tiempo que observaba el billete dispuesto justo delante de sus zapatos. Después, mediante un gesto con sus ojos, se despidió de Mayte. Buscó la puerta de salida y se dirigió hacia ella, donde el maître, encrespado por todo lo ocurrido, le esperaba.
– ¿Le indico la salida?
– No gracias, sé bien por dónde se sale –respondió Javier ofendido-. Sé cuándo un lugar no se adapta a mis necesidades, y éste me queda…
– ¿Grande, señor? –preguntó el maitre con una ironía que expresaba al mismo tiempo ira.
– Indignos modales –advirtió Javier-… Adiós –se despidió.
En la calle, Eva, bellísima, salía de un taxi. Se dirigió hacia Javier, y emocionada al verle esperándola, dijo.
– ¿Qué haces fuera si habíamos quedado dentro?
– Soy un caballero, lo sabes.
– Eres el mejor hombre del mundo ¿Entramos?
– Disculpa Eva, no te lo dije…Mi amigo anuló la cena; le surgió un problema…
– Entiendo…¡Pues entremos nosotros! –exclamó Eva.
– Déjalo, es un lugar demasiado caro para nosotros, y nuestro amor se conformará con cualquier otra cosa…
– Es mejor ser pobre y honesto, que rico y pretender ser alguien que no se es…
– Completamente de acuerdo. ¡Taxi! –gritó Javier con prisas por escabullirse de allí.
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Mauro, el heladero veneciano, se preparó para atender a la clientela. Una joven se acercó hasta el mostrador y pidió un helado.
– ¿De qué sabor? –preguntó el heladero.
– De chocolate –afirmó ella-; como siempre.
– ¿De chocolate? –preguntó su acompañante.
– ¿Sabía que el chocolate tiene magníficos efectos afrodisíacos…
– ¿Afrodisíaco, dice? ¡No lo tomes, María! –gritó Luis.
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Este inmenso mundo es lo suficientemente pequeño como para pretender ocultar mentiras, y ser finalmente descubiertas; también es demasiado grande como para encontrarse en el sitio más inesperado con la persona que menos se imagina. El ojo de la vida todo lo ve, nada oculta.
Quien es pobre de corazón jamás enriquecerá sus sentimientos. Nunca será pobre quien mantiene las emociones ricas en generosidad.