Mi gran cena

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Mi gran cena

 

Esa noche era especial, y no porque celebrásemos algo exclusivo, no, simplemente una noche para disfrutarla nosotros, Manolo y yo; más que suficiente para que fuese importante.

La tarde había resultado del todo explosiva, con una fuerte carga de emociones y los ánimos alterados por el recuerdo –o añoranza- de juventud.

Una llamada de teléfono, de mi prima Astrid, fue el detonante de una incontrolada labilidad emocional, es decir, de un manantial de lágrimas que no cesaba. Hablé con Astrid por espacio de treinta minutos, lo razonable para no extendernos demasiado y conversar lo justo, ni mas ni menos. Al colgar el teléfono, y verse mis emociones tocadas con la varita de los recuerdos, lloré para escapar de la silueta de la pena. Mi llanto, fue inmediato, breve –pero intenso-, y según llegó se marchó.

Mi marido, viéndome cabizbaja y alicaída, me propuso algo “Arréglate, ponte guapa  que nos vamos a cenar” “Manolo, no estoy de ánimos y probablemente no seré la mejor compañía para ti. Tengo mudas las palabras, cariño” “Mudas o hablantes, nos vamos”, me respondió.

Solo hicieron falta veinte minutos para estar más o menos decente -al ser de noche los efectos del cansancio en la piel no se notaban tanto- engalanándome con un collar de perlas a juego con los pendientes. Además tuve suerte porque mi pelo me  respetó no encrespándose, así que una cepillada rápida fue más que suficiente para adecentarlo.

 

El coche nos llevó destino a un restaurante que me parece exquisito en cocina y presentación. “El buen gusto”; su nombre lo dice todo.

Al salir del coche me abrigué porque hacía frío, o al menos yo sentía cómo calaba la humedad en mis huesos.

A las diez en punto de la noche nos sentábamos en una de las mesas situadas al fondo, en donde los enamorados suelen disfrutar de juegos de palabras y caricias escondidas. En nuestro caso, yo omitía cualquier palabra y Manolo, sin esconderse, acariciaba mis manos gélidas, intentándolas calentar. Enamorados sí, adolescentes, no.

El aire  que se respiraba, sin humos, era sumamente agradable. Las mesas, con un mantel blanco, estaban adornadas con una sugerente vela de color vainilla, y junto a ella había un vasito con una margarita blanca. Idílico. Ambiente, estómagos y amor, conjugados en una perfecta armonía.

 

Empezamos la cena con una botella de vino rosado, convencida de que su sabor, en el paladar, neutralizaría los consecuentes efectos etílicos, obstaculizando toda confusión mental posterior. Estaba claro que de regreso a casa, para una mayor seguridad, sería yo la que condujera el coche evitando males mayores. Tomé una sola copa, sorbo a sorbo mezclado con un excitante placer gustativo, deleitándome en sus chispeantes y discretas burbujas. Minutos después de acabárseme el vino noté bastante calor en mis mejillas, que se correspondió con cierto sonrojo. Parte de la ropa que llevaba comenzó a sobrarme. Me despojé de la rebeca -que una hora antes fue mí aliada contra el frío-, al tiempo que se hacía presa de mí un acaloramiento que encrespó, inevitablemente, mi cabello, pero no me importó demasiado porque la Lasaña de verduras, el Queso Brie en ensalada y los Tallarines a las finas hierbas no serían relegados por situaciones ajenas a ellos, y menos, provocándonos, en esos platos tan sugerentemente preparados.

Tuve que desabrochar el tercer botón de mi blusa y ahuecarla un poco; la seda salvaje me estaba haciendo sudar incontroladamente. Yo creo que más que la seda, el causante de tal sofoquina fue el vino. A Manolo, ver mi escote, le iluminó su cara aún más, encontrándose de antemano algo encendido por el sabor de las guindillas que acompañaban a los Tallarines.

Debió de ser el efecto del alcohol lo que hizo que Manolo centrase su atención en su imparable mente -sus problemas de trabajo le tenían absorto- moviendo su boca únicamente para comer y no para hablar. Visto lo visto, dejándole en la compañía de sus meditabundos pensamientos, opté por dirigir mi atención, y mis oídos,  hacia las personas situadas en la mesa de al lado. La cercanía me facilitó la escucha en su conversación.

Sentados a la mesa estaban dos matrimonios; uno de ellos con dos niños, y el otro con tres niñas; ninguno traspasaba la frontera de los diez años. Los pequeños infantes estuvieron tranquilos toda la velada, algo inaudito para mis ojos; mis cuatro hijos, todos ellos unos grandísimos cafres, seguro que estarían ya por encima de las mesas chillándose, tirándose migas de pan y haciéndose perrerías.

 

De pronto me chirriaron los oídos con la voz estridente de uno de mis “vecinos”, un tal Borja, quien intentaba restar protagonismo, con su oratoria, a su contrincante, un hombre apelado como “Sebas”.

Yo estoy aquí. Me tienes para lo que quieras, amigo”, no paraba de decir, moviendo inquieto los brazos y manos con aspavientos exagerados, y gesticulando su cara con una mímica agresiva como si su intención no fuese otra que dar bofetadas a todos los presentes. Si ocurre así –pensé-, cojo a mi Manolo y echamos a correr.

 “Ya sabes cómo soy, me estás conociendo hoy, aunque vivamos en la misma urbanización y nos hayamos visto en alguna ocasión, y te puedo decir que ya me conoces perfectamente porque a mí con un ratito es suficiente para calarme…¡Y tanto! pensé yo. Te digo que, mi barbacoa es tuya, lo sabes, el jardín y la piscina también, en mi casa puedes sentirte como en la tuya, y eso que no abro la puerta al primero que pasa por ella porque no me fío de nadie, pero de ti sí, por supuesto. Fíjate lo que te digo, Sebas, os cedo hasta mi cama, sin mi mujer claro” dijo riendo a carcajadas.

No salía de mi asombro, me encontraba atrapada, inesperadamente, en su conversación, integrándome en ella como  si también me fuese a invitar a mí a su casa, para dejarme hacer unas chuletitas en su super barbacoa y después dormir una siesta en su mega cama…

Mientras tanto, el pobre Sebas no podía replicar, su opuesto le hacía callar en cuanto iniciaba un vocablo Tú calla, que para eso estoy yo, confía en mí, porque si estoy a vuestro lado, ahora, es porque me necesitáis. Sé que lo estáis pasando mal y si hace falta te cedo mi bici, mis skys, mis palos de golf, es decir, te presto todo aquello que te haga la vida más fácil. Y si no tienes dinero para pagar unas vacaciones a los niños, os venís este verano al chalet que tengo en la Costa del Sol y con eso solucionas vuestros problemas estivales”

 

Me subían unos calores tremendos y por más que quería explicarle a Manolo la puesta en escena, me resultaba imposible, porque yo también me había quedado sin palabras, como él. Lo cierto es que si cerraba los oídos al monólogo del tal Borja, minimizaría la conversación que tendría después con mi marido, pobre, y no sería yo quien se lo negase porque no era quien para dejar de informarle de lo que la vanidad y la prepotencia de una persona es capaz de expresar, y si hablaba de tontainas con Manolo dejaría de tener material suficiente como para poder hacer mi particular juicio de valores.

Mirándole dije “¿Cariño, quieres más vino?”

 

Tengo hijas, Sebas, –exclamaba echando un vistazo a las ausentes niñasy las adoro, hasta el punto de que mataría por ellas si hiciera falta. Soy así, ¡así!, y tal cual me ves, no verás otra cara en mí porque ¡soy transparente! Tengo amigos, ¡los justos!, porque para qué maslos justísimos diría yo- y me quieren todos porque me hago querer, te lo aseguro” Y dicho esto dio un golpe contra la mesa dejándose el puño en ella.

¡Dios mío, cómo podía ser verdad tanta humildad, discreción y sencillez! ¿Pero éste hombre de dónde había salido? ¿Por qué el mundo –tan aburrido- no estaba lleno de gente “sincera y noble” como él?

Bendito mi Manolo que, aunque callado, su discreción valía más que todas las palabras que ese “individuo” escupía por minuto.

Si tenía algo claro es que no me iba a ir del restaurante antes que ellos. ¡Ni hablar!, y si hacían falta 7 cafés y 2 copitas más para continuar sentada –oyendo-, bien merecían la pena, pero la intriga de cómo acabaría la cena no me la perdería por nada.

La mujer del “gran orador”, dedicaba su atención a los niños, sin decir ni pio; ¡a ver quién era la osada de decir una sola palabra! A ésta pobre solo la escuchaban sus hijas que, gracias a Dios no habían llegado a la adolescencia y aún la sabrían escuchar.

 

“Borja, agradezco tus palabras pero creo que…”, intentó comentar Sebas “Tú no me tienes que agradecer nada, amigo, no quiero que sufras más. Mira, os admiro por cómo estáis llevando vuestra situación, que es durísima”¡Venga hombre, a meter el dedo en la llaga que es lo que parece que a ti te gusta!

“Te advierto que yo no sería capaz de sobrellevar la situación con esa dignidad con la que la llevas tú. Dichoso dinero, ¿eh, Sebas?, vivimos dependiendo de él”

Ganas no me faltaron de levantarme y meterle una servilleta en la boca para que se callara de una buena vez. Me preguntaba si sería verdaderamente una persona con corazón y cerebro, o simplemente el reflejo de lo que sería la mente de un mosquito…Y yo me iba a perder semejante tragicomedia. ¡Viva la noche, viva el Lambrusco, y viva mi Manolo!

“Princesa ¿qué te pasa?” “Nada, Manolo, que estoy oyendo una conversación interesantísima de los que están sentados en la mesa de al lado” “Cuenta, cuenta, soy todo oídos” “Ya te contaré luego en casa, no nos vayan a oír; hay que ser prudentes” “¿Quieres que nos vayamos ya?, se me están cerrando los ojos y me estoy durmiendo”

Pero no, no podía dar por zanjada la situación. Menos mal que al ver al camarero se me encendió una luz “Por favor, puede traernos dos cafés bien cargados”.

Y gracias a la generosa dosis de cafeína que ingerimos, la velada se prolongó durante treinta minutos más, todo un regalo para mí. En esos momentos ya tenía un aliado, Manolo, mi marido, el cual esperaba paciente conmigo a que los tertulianos se levantaran de sus asientos.

   “Mira, Sebas, no tengo hijos varones y le doy gracias a Dios por ello porque la droga y el alcohol, según están las cosas, les llevan a la ruina, y te digo una cosa, ¡a mí no me lleva nadie a la ruina! Las mujeres son más sensatas, no dan tantos problemas”

Era increíble, parecía que el pobre Sebas tenía que ser insensible a lo que le decía “san perfecto sabelotodo”, y más con dos hijos a los que retirar, ya mismo, de la droga y el alcohol, a pesar de tener cuatro y ocho años.

    “Ay, Sebas, no sabes qué pena me das porque sé lo mal que lo estás pasando” Pues no lo parecía porque él, erre que erre, con la misma cantinela…Juro que estuve a punto de levantarme en más de una ocasión para lanzarle el agua que aún quedaba en mi vaso, para intentar que despertase de su estado de profunda vanidad.

El tal “Sebas”, en un alarde de pensar en lo mismo que yo y ver que no le conduciría a nada llevarlo a cabo, bebió el último sorbo de agua y así evitar arrojárselo, y se levantó

 “Hijo, vamos al baño“Papi, no quiero; no quiero hacer pis”, “Si quieres, Bruno, si quieres, te lo digo yo”

Y el pobre Bruno acabó yendo al baño con un padre que tan solo quería vomitar todo lo que le estaba tocando tragar.

¿Y qué hizo “don sabio” en ausencia de “Sebas”?, Atracar a su otra presa, a Asunción, la mujer de “Sebas”; la pobre tenía unas ojeras impropias de su edad pero asociadas, lógicamente, a su problemática.

 

“Ya se lo he dicho a tu marido, que el dinero es vía fácil mientras que los problemas de las emociones, esos en donde andáis metidos ahora, hacen daño y dejan una gran herida ¡Qué pena me da “Sebas”, de verdad Asunción, y tú también, claro está. Me dais pena los dos. No es justo este mundo, que cuando unos tienen tanto a otros les quitan lo que tienen. Ya le he dicho a tu marido que el dinero que os haga falta os lo doy, y amistad, también os la regalo. Aquí me tienes”

Desde luego que “estás”, machote, para fastidiar la poca ilusión que les queda. Qué asco, me hubiera gustado chillarle, arrebatándole la palabra, para decirle lo estúpido que me parecía, y para que dejase en paz a la pobre pareja, que aunque estuvieran en un mal momento sería pasajero, no como todos los malos momentos que el tal Borja les estaba haciendo pasar.

“Manolo, en breve nos vamos cariño“ “¿Queda mucho para que se vayan?” “Ya falta menos. ¿Por qué no vas al baño y te das una vueltecita?” “Lo haré, pero tú oye y luego me cuentas”…

Mi Manolo no es cotilla, solo es curioso, como yo.

 

Gracias a Dios todo termina, y ese momento tan ansiado llegó. El camarero, mano izada, con la bandeja que acunaba a la bendita cuenta, se dirigió a la mesa. “Sebas” hizo ademán de coger la nota pero”¿Qué?, ¡Sebas, por favor, que no hombre, que no vas a pagar tú, faltaría más!” “Gracias Borja”, respondió con la mirada fija en su cartera.

Pero…,Borja abrió la cuenta, doblada por la mitad, la miró y, ¡se la pasó a Sebas!”Bueno, mira, para que veas que soy un buen amigo, voy a dejar que pagues tú, para que no te sientas malamente”.

Olé por tu par de…narices.

“Asi que, ¡venga, paga!, y si quieres mañana volvemos a cenar aquí, al mismo sitio, pero eso sí, con la condición de que pague yo, no vayas a pagar tú dos veces por no sentirte mal!

                                                           —–

 Dios mío, esto era un mal sueño, seguro, no podía ser verdad. Abrí mi boca al tiempo que mis ojos porque no los podía cerrar. Semejante individuo no lo había visto en mi vida.

Esto sí que fue una gran cena para mí, y una penosa velada para el pobre Sebas, que rebuscaba entre su cartera intentando encontrar uno o dos euros para dejar de propina. Mientras lo hacía, el “payaso”, disimulando, hacía reír a todos los niños, evadiendo las miradas de su “amigo”.

Una palmadita en la espalda, y un “Gracias, amigo”, fueron suficientes para que Borja se fuera feliz a la cama. Y digo yo, ¿se acostaría tranquilo? Sebas seguro que sí porque preferiría el no tener un euro en su cartera a que un supuesto amigo, en el que confiar, que le arrancase su vida poco a poco.

 

“Manolo, cuando quieras nos vamos”

“¿Pagas tú, cariño? tienes cincuenta euros en el bolso”

“Manolo, por Dios, ¡no! ¡Tú no!”.

 

Mañana volveré, aunque tenga que pagar yo…

 

Pilar Cruz Gonzalez

Acerca de Pilo Cruz

No me gusta complicar lo que considero sencillo. Estoy en perpétuo estado de aprendizaje. Aún tengo muchos sueños por cumplir, y disfruto de los que ya soñé cuando anduve despierta. Aprendo cada día mirando a los ojos de quien me mira, escuchando palabras no habladas por mi, y sintiendo el sentir de los demás. Soy un aprendiz de la vida...

2 pensamientos en “Mi gran cena

  1. Pilar Cruz GonzalezPilo Cruz Autor

    Este relato está basado en un hecho que me ocurrió un día cualquiera de mi vida…No pude, por menos, dejar testigo de ello…

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  2. Maria Luz

    Me ha encantado..y que bien hecha la descripción del «machote» …te digo que hay mucha gente así…lamentablemente…te dicen…»lo que necesites,me llamas»…y cuando los necesitas …nunca estan…..pero como Sebas…se duerme mas tranquilo…un abrazo…

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