Ser madre…

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«Mi madre es ese ángel que Dios me envió como regalo celestial…La luz de mis días y mis noches. El Faro de mis problemas y la alegría de mis risas. Gracias por darme la vida».

Ser madre…
La madre comienza a ser madre en el mismo momento en el que los hijos somos aceptados como vida de su vida, ya sea engendrados por ella misma o adoptados. Esa ternura maternal se desarrolla al tiempo que crecemos dentro del seno materno, donde ella nos cobija con el calor de su cuerpo. La madre es madre allá donde esté, aunque el espacio que le separe, o acerque, de su hijo sea lejano, aunque sea una distancia terrenal o celestial…
Se es madre durante el día y a la llegada la noche, durante los meses del año y en cada año de la vida. Se es madre aunque no haya una comunicación deseada, aunque no haya entendimientos “necesarios”. Se es madre a través del pensamiento, con el alma, en el corazón…Es un título concedido por la naturaleza y del que se hacen “masters” continuados para aproximarse a lo que pudiéramos reconocer como “buena madre”, algo que nace sin ser premeditado, salvo en ocasiones desgarradoras en las que la cordura mental está exenta de cualquier vínculo materno filial. Hay quienes necesitan ser madres y quienes rechazan serlo.
Se es madre mientras se aceptan problemas desde la prudencia, con la discreción propia que se crea en la relación con el hijo.
Aprendemos de ellas: primero somos hijas para después ser madres…Se es madre cuando se es también abuela (abuela-madre-hijo, tres pilares fundamentales en el desarrollo personal). La abuela es el ápice del inquebrantable trinomio.
Hay abrazos que “saben” a madre, olores que “huelen” a madre, palabras que solo son acariciadas con la delicadeza, o la contundente sinceridad, de una madre.
Cuando las madres “se nos hacen mayores”, los hijos cuidamos de ellas con la credencial protectora aprendida en su enseñanza vital, y es que nos educaron para dar y compartir amor desde una sólida y respetuosa protección.
Las abuelas son madres para nuestros hijos –segundas madres-, aunque ellos las llamen “abuelas”. Las oyen quizá antes que a sus propias madres. Con ellas ceden en “riñas” con respeto y sin pronunciar palabra alguna de “queja” o desobediencia. “Lo ha dicho la abuela y punto”. Los nietos escuchan lo que su abuela dice y éstos les conceden la razón que a las madres tal vez pudieran obviar. Es el “derecho de ser abuela”.
Hay madres que son también suegras; suegras que son madres, y suegras que ejercen de “suegra”…A titulo personal, siento que el término “suegra” se acerca al de “madre” o al de “abuela”, una segunda madre para mí, a quien conozco desde niña, y a la que quiero desde que tenía doce años.
Hay esposas que a una edad avanzada ejercen de sutil “maternalismo” con sus esposos, quienes se dejan cuidar, querer y proteger por la madre de sus hijos y compañera de vida.
Hay “madres” que nos cuidan en la tierra, y hay madres que aún no estando presentes, habiendo volado su alma al cielo, siguen protegiendo a “sus polluelos”, a quienes tuvieron que dejar bajo la protección del mando de la tierra. Esas madres vigilan la seguridad y envían energía para que los problemas sean compartidos con su presencia, un aura que vela momentos familiares y que se hace partícipe en los recuerdos –se la evoca continuamente-, en el corazón –jamás se la deja de querer-, en tonos de voz que se aproximan a al sonar de su voz, a “olores” que hacen creer sentir que “ella anda cerca”…Las madres siempre están, aunque creemos que no lo están ya…
Hay madres que han de seguir viviendo aún habiendo perdido un hijo. Esas madres están vivas porque saben que fueron cuna para ese “angelote” que un día hubo de alzar sus alas al cielo. Son madres que viven porque aún otros hijos necesitan de su cuidado. Son madres que cada minuto de su existencia alzan su amor hacia esa estrella que brilla en el firmamento y en la que está posada la luz de su hijo.
Hay madres que “aguantan” cansancio, dolores, fatigas y problemas porque les compensa el amor de un hijo: una sonrisa, una mirada y un “te quiero, mamá”, es algo que no es comparable con el dulce más suave que pueda existir.
Las madres son el mejor confesor de secretos, quien los protege en la guarida de la cautela. Son el agua mansa de las dudas, el guardián de las quimeras, la persona que “sabe” y “calla” para que el amor siga siendo puntero de la confianza. Son nuestro lazarillo cuando creemos avanzar por un sendero perdido, quien nos regaña a pesar de tener ya cierta edad y a la que escuchamos como si aún fuésemos niños que intuyen la reprimenda con su sola mirada (en ese momento somos niños disfrazados con un cuerpo adulto).
Una madre es quien puntualiza conformidad con “la última palabra”.
Y, aunque llamemos a su puerta con algún problema, gestionando con él dolores de cabeza e insomnio, nos abrirá con la llave de la complacencia y con la sonrisa y ternura que solo ella sabe ofrecer.
Una madre y un hijo siempre tendrán el vínculo del amor vivo, aunque uno de ellos ya no esté presente…Esa vida que ella nos dio se transformará en “milagrosa energía” que apaciguará soledades, penas y melancolías difíciles de ocultar.

Dedicado a los hijos de las madres que un día la vida les alejó físicamente: “Miré al cielo sabiendo que estabas ahí, observándome. Las estrellas confirmaron que me escuchabas, que seguías la estela de mi vida. Desde el firmamento tú estás pendiente de mí, y se que jamás te alejarás de mi. Espérame para que cuando nos volvamos a ver, el abrazo con el que envuelva nuestro amor sea eterno”.

 


Una madre, siempre está…
Una madre, siempre es una madre.
Gracias mamá.

 

Pilar Cruz Gonzalez

Acerca de Pilo Cruz

No me gusta complicar lo que considero sencillo. Estoy en perpétuo estado de aprendizaje. Aún tengo muchos sueños por cumplir, y disfruto de los que ya soñé cuando anduve despierta. Aprendo cada día mirando a los ojos de quien me mira, escuchando palabras no habladas por mi, y sintiendo el sentir de los demás. Soy un aprendiz de la vida...

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