El lenguaje de la imprudencia

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Como la vida misma…

 

¿A quién no le ha pasado, cuando se buscan indicios de felicidad, encontrarse inesperadamente con una persona que pareciera querer hundirte en la miseria?

Me ocurrió hace apenas unos meses. Ésa mañana me levanté cansada. La noche había sido larga –demasiado-, los dolores desvelaron mi sueño. Tras el insomnio, llegó el momento de levantarme; me costó mantenerme en pie. Todo me daba vueltas. Las articulaciones perezosas, sin ganas de apiadarse de mi, me impedían andar bien. No obstante, empujada por un recién amanecido “buen ánimo”, imploré a mi esqueleto que mandara sobre el resto de cuerpo…Yo me limitaría a seguirle como buenamente pudiera. Un nuevo día había amanecido ¡Había que aprovecharlo!

Comencé con el desayuno. Un café (para despertarse a conciencia) y un zumo de naranja fueron consejeros de la debilidad. Primera dificultad superada: exprimir naranjas, todo un reto para llevar a cabo. Consigo “estrujar” 3 naranjas. ¡Bien!

Aunque la noche fue descortés (Morfeo no fue capaz de cobijarme con su abrazo), presentía que el día sería benévolo conmigo. Decido poner todo de mi parte para que sea una buena jornada. Después de ordenar la casa y hacer lo propio que hacemos las “amas de casa”, reviso los mensajes del ordenador y contesto algunos emails. Mi pensamiento hoy descontrola las palabras y no hay quien les dé forma alguna; no obstante, no me rindo y consigo escribir una reflexión para “colgar” en mi blog. Mis manos, algo aturdidas, deciden colaborar dejándome teclear. ¡Vamos bien! –digo para animarme, algo que intento no dejar de hacer ni un solo día frente a la enfermedad-.

Sentí que “vencí” y que gané un sitio en la vida con el nuevo despertar…¡Me sentí victoriosa!

(Debo comentar un apunte, y es que la Fibromialgia no suele aliarse al sueño, y sí al dolor y a la rigidez muscular. Ponerse en pie es más que una “cruzada” que ganar, y seguir el día con ganas es un acto de superación en dicha cruzada).

Había decidido que sería un buen día. ¿Por qué no? Mis ánimos eran buenos y seguro que tirarían de mí con respeto. Así lo había dispuesto para mi cuerpo y mi mente, y más tras hacer conclave con “ambos” para salir a dar un paseo. Necesitaba respirar el aire de la calle, aún con su recién amanecida polución; quizá luego lloviera.

Y, como la vida no siempre se pinta del color que quisiéramos, llegaron los inevitables “obstáculos”…

Primer “escalón a subir”: una avería en los ascensores: OJO, AVERIADO. ¡No puede ser! El dichoso cartel me obliga a bajar ésas escaleras que me miran desafiantes, y a los que no dejo vencer fácilmente. Sin la presión de “las prisas” (algo que he tenido que aprender a base de paciencia), voy superándolas una a una, “pisándolas” con la máxima tranquilidad. Una vez que logro mi “objetivo”, me animo y me digo: ¡Sigue “palante”!

Segundo obstáculo: ¡Increíble! ¿Cómo puede cambiar de pronto el paisaje ambiental? Desde mi ventana se veía el sol, y ahora, en la calle,  como por arte de magia, ésa luz ha desaparecido. Unas gotas de agua de lluvia caen sobre mi cabeza, resbalando sobre la punta de la nariz; algunas me hacen hasta cerrar los ojos. No importa. La lluvia también tiene su encanto, o por lo menos así me lo parece. Antonio, mi buen, y servicial “portero”, me facilita uno de sus paraguas para dar el paseo, un intachable “salvador” frente a la lluvia. Pero ésta segunda “dificultad” me lleva directamente a un tercer obstáculo: suelo mojado, posibilidad de caídas. Ya lo que me faltaba: ¡Besar el suelo con las narices! No obstante, esquivando al miedo real de una caída, me animo y me convenzo de que no pasa nada…En mi cabeza hay una frase que me ayuda a continuar. ¡Sigue “palante”!

Cuarto obstáculo: con los nervios de querer “oler” la calle, olvido algo esencial: el monedero. ¡Solucionado! Me ofreceré en “prenda” a cambio de un par de barras de pan…En el “super” me conocen de sobra, y saben de mis despistes, por lo que se fiarán de mi y sabrán que no voy a salir corriendo con un par de paquetes de chicles escondidos en los bolsillos del pantalón…Sigo animándome y, viendo que las dificultades se pueden “desenfocar” restándolas importancia. Preocuparse por lo nimio llega a ser absurdo; una pérdida real de tiempo. Además, por el mundo siguen quedando buenas personas que se apiadan de uno…

Me notaba fatigada, con un repentino calor en la cara que no podía evitar. Intuyo que no era provocado por haberme olvidado el monedero, ni por no poder pagar mi deuda, sino porque la caminata hasta el supermercado me habían parecido los 100 metros lisos. En mi cabeza la frase del día resonaba una y otra vez: ¡Sigue “palante”!

Una vez fuera de la tienda, con las bolsas en la mano, ensimismada en mis pensamientos mientras intentaba no tropezar con el paraguas, quien bailaba a mi lado al compás del movimiento de las bolsas, reaccioné: ¡Santo cielo!.. ¿Cómo puede ser posible que dos latitas de nada y un par de barras de pan pesen tanto? Y, no es que quisiera engañarme a mí misma, más bien que no quería reconocer que no solo eran 2 latitas y 2 barras de pan, sino unas cuantas cosas de más. Tres bolsas en mis manos serían la incómoda compañía de regreso a casa. ¿Era éste un obstáculo para sumar a mi lista de dificultades? ¡Sí! ¿Y qué? ¡Tira “palante”, que queda menos!, resultaba ser el mejor de los ánimos para continuar. Y es que, cuando andamos con alguna “molestia”, la “meta” parece no ser alcanzada en el tiempo que quisiéramos. Mientas avanzaba, pensaba en mi hazaña: salir a la calle, y me sentía más que orgullosa de haberlo conseguido. Me gustan los retos; odio estarme quieta y mirando a las musarañas. Sé de lo que soy capaz, y cuándo he de quedarme quieta…

Ya frente a la puerta de casa, escuché una voz que me llamó…¡Oh, Dios, mi primo Luis! ¿Qué hace aquí? Mi primo es de ésas personas a quien es mejor no tener demasiado cerca; un “ramal” de la familia poco “necesaria” y más bien “molesta”.

Mirándome de arriba abajo, con descarada indiscreción, me saludó:

“Hola, chata (y encima me llama “chata”, con lo poco “chata” que soy), me enteré que andas pachucha, y me dije: ¡qué mejor que ir a ver lo mala que está la prima! ¿Habrá que animarla, no?”

Éste nunca cambiará…Su grado de “cretinez” es superlativo…). Y encima viene justo ahora, después de “pelearme con la lluvia y las dichosas naranjas. Y pretenderá que le haga un zumo…”Santa paciencia”, dame parte de tus fuerzas…-me dije mientras escuchaba el desagradable tono de su voz-.

Con un simple gesto le indiqué que me ayudara a abrir la puerta. No tenía aire en los pulmones para hablar, aunque, tampoco hubiera servido de nada tenerlo pues él solito preguntaba y respondía con pasmosa habilidad. Mi cara debió de ser un poema tras lanzarme la primera de sus “pullitas”.

“Pues es verdad, prima, tía Amelia tiene razón. Te veo desmejorada y estás algo hinchada. ¿Gordita, quizás? ¿No estarás embarazada?”.

“Embarazada”. ¡Será cretino! ¡Hala, vete al pueblo y cuenta a tía Amelia lo gorda que está “la prima”; ya estás tardando!

Y el “muy…”,continuó soltando de las suyas, aprovechando mi mudez…

“Ya me han dicho que estás muy “tocada”

Sí, “tocada”, pero por tú imprudencia.

“Qué pena me da verte así, con lo que tú has sido de joven…”

¡Mándale narices! Le doy pena, sin saber por qué, y encima me llama “vieja”…¡Que viva la familia y los “idiotas” de la familia.

“Ya me han dicho que tú enfermedad es muy dolorosa”

Pero vamos a ver, ¿no se dará cuenta que estoy sudando como un pollo, que estoy empapada y que el dolor que tengo ahora es de lo que le estoy escuchando?

“¿Y lo malo es que no tiene cura, no? Prima, cuánto lo siento”

…¡Tú dí que sí, metiendo el dedo en la llaga. Diana en la imprudencia!…Menos mal que, como hoy me levanté de buen humor, éste pedazo de “espécimen familiar” no me hundirá en la miseria hoy; ya tuve que enfrentarme a las escaleras, como para que éste “angelito” me tire por tierra la moral.

Su cara decía todo. ¿Para qué sigues hablando? –pesaba yo mientras la escuchaba-. Pero no, él necesitaba poner de manifiesto su falta de prudencia.

“Ya me han dicho que no tienes tratamiento. Tia Amelia está realmente preocupada contigo…¿Qué mal lo tienes que pasar, ¿no?”.

Y seguía pensando: no primo, no lo paso mal, intento vencer mi día a día hasta que aparece alguien como tú y me lo fastidia.

Y prosiguió…

“Oye, dime…¿Crees en Dios?”

Desde luego, si Dios fueras tú, ¡me volvería atea! –pensé-.

“Pues dile que haga algo contigo, que Él te escucha…Tú confía en ti, y mira hacia delante…Aunque entiendo que te sea difícil”….Y lo peor son las depresiones por estar así, ¿no? Ya me ha dicho tía Amelia”.

¡Cuando pille yo a la tía Amelia, va a saber lo que es una depresión!”…

En ese momento, como empujada por una rabia contenida, no pude por menos que responderle. Tras una inspiración profunda de serenidad, recriminé su imprudencia y falta de tacto…

“Mira, “primo”, sí, tengo ésta enfermedad…¿Y qué? Quien la sufre soy yo, no tú. Asi que, tranquilito…Hay muchas personas que están peor que yo, y ¡siguen viviendo, porque es lo que nos toca! Y éso es lo que intento hacer: vivir asumiendo mi enfermedad y mis limitaciones. Y punto (el primo dejó de hablar). Los dolores son un hecho, pero los intento llevar de la mejor manera posible. Y sí, no hay mucho a lo que agarrarse para que se vayan. Pero…¿sabes una cosa?, lo que me ayuda es mi ánimo (el que tú, en cuestión de segundos, has intentado de anular, pensé…). ¿Sabes otra cosa? Es mejor no detener la vida ante una dificultad, porque hay que seguir teniendo ilusiones. Intento grabar en mi cabeza una frase que me ayuda: ¡SIGUE, PALANTE QUE TÚ PUEDES!…Y sí, hay depresiones ligadas a la enfermedad, y te aseguro que las que intento evitar para no depender de la tristeza (aunque sí te viera todos los días seguro que cogía más de una depresión).

¿Dime primo, no crees que Dios ya tiene bastante con la que está cayendo por el mundo, como para ir yo a pedirle “miserias”? ¡Deja a Dios en su sitio y encarguémonos cada uno de nuestro camino! Y le doy gracias a Dios que todo lo que me has dicho ha caído en un saco roto, porque sí “tus improperios” lo llegas a decir a otra persona, la enfermas aún más.

Y para que te enteres, y cuentes después a tia Amelia, te voy a decir que hoy no es de mis peores día, a pesar de que no dormí, de que apenas pude levantarme. Me costó que las piernas quisieran caminar. Mis manos tiraron varios objetos al suelo, por la poca fuerza que tengo…Conseguí llegar al supermercado (y aquí obvié mi despiste con el monedero, y es que si ya me molestaba dar todo tipo de explicaciones, más me daba reconocer que soy un desastre con el tema de la memoria)…Y todo ello lo hice porque creo en mí, y creo en que soy capaz de seguir viviendo como buenamente pueda, o me dejen. Y no, no voy a hacerle perder tiempo a Dios para que me escuche…Yo solita tengo que vencer las dificultades, como lo hacemos todos los que pisamos esta tierra día a día…Y, ahora, si no te importa, voy a seguir viviendo…disfrutando de las pequeñas cosas que hacen de la vida algo grande. Tengo una enfermedad, sí, pero estoy viva, y quiero seguir estándolo…

Gracias por haber venido, pero la próxima vez vente a tomar un café, y a mirarme como un ser humano normal y corriente, no como un pobre ser mortal “enfermo y gordito”. Cada uno llevamos nuestra propia cruz. Y, dile a tía Amelia lo bien que me has visto.

 

Reconozco que un estado de pena me inundó, una vez respondido. Le miré, intentando quitar el nudo que se me había puesto en la garganta, y le dije: ¿quieres un café? Y es que en el fondo me dio pena haber sido tan cruel con mi respuesta.

Él me respondió:

“Lo siento por verte tan triste y enfurecida. Siento tú depresión y tus dolores. Pero es algo que nadie te puede quitar. Yo no te puedo ayudar. Ten cuidado con los nervios, que se alteran rápidamente…Ay, prima, qué lata tener esta enfermedad…Por cierto, ¿cómo se llama? “

——–

Ése día me había levantado con la vida por delante. Había dejado las dificultades en el cubo de la basura y había decidido VIVIR. Nadie me iba a estropear el momento…

 

(Lo que en éste relato expreso NO es ficción. Está sacado de una situación que viví recientemente. Y no quería dejar de contarla para que nos demos cuenta hasta dónde podemos llegar con nuestra falta de delicadeza, y el daño que podemos hacer a una persona que intenta asumir “su enfermedad” y, simplemente, VIVIR)

 

Pilar Cruz Gonzalez

Acerca de Pilo Cruz

No me gusta complicar lo que considero sencillo. Estoy en perpétuo estado de aprendizaje. Aún tengo muchos sueños por cumplir, y disfruto de los que ya soñé cuando anduve despierta. Aprendo cada día mirando a los ojos de quien me mira, escuchando palabras no habladas por mi, y sintiendo el sentir de los demás. Soy un aprendiz de la vida...

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