Un amor y una verdad escondida.

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UN AMOR Y UNA VERDAD ESCONDIDA

 

Elisa no conseguía olvidarle. Había quedado atrapada en su cuerpo, en su amor. Recordaba su aroma, el contacto con su piel, la fuerza con la que le abrazaba, y cómo su torso desnudo le hacía estremecer.

Sola, pensando en él, se agitaba. Su mente, sucia bajo su percepción, no podía ser más limpia. Sabía que hacía mal, que sus pensamientos deberían ser frenados pero su pasión por aquel hombre no la contenía en sus intentos.

Elisa vivía con su pareja, pero en el fondo convivía sola porque su amor no sabía corresponderle de igual forma, y sabiéndolo, no le podía pedir más; era una buena persona que no merecía mal alguno.

 

Elisa amanecía pronto, antes de las siete de la mañana, y su primer pensamiento se lo regalaba a su amado. Desayunaba acompañada de un café y de un recuerdo para él. Se duchaba, y bajo la lluvia de agua deslizándose sobre cada curva de su cuerpo, imaginaba compartirla con él. Envuelta en su albornoz, se arropaba con la imagen de él, con sus brazos, con su cuerpo. Ungiendo el aceite corporal por su tez, suavizaba el fantasma de las manos sensuales de su amor. Estiraba las sábanas de la cama –esas que fueron testigos vivos de sus encuentros-, pensando en volverlas a desordenar en una noche de desatada pasión. Nadie como él sabía amarla y transportarla a la felicidad total. Se vestía, frente al espejo, contoneando su cuerpo para verse en la imaginación de su hombre. Se perfumaba con gotas esparcidas por cada poro de su piel, delicadamente, como si su aroma pudiera llegar hasta él.

 

Era obsesivo, enfermizo, no podía dejar de estremecerse recordándole; una mujer tan femenina no debiera reprimir las delicadas sensaciones táctiles, olorosas y gustativas frente al cuerpo de su hombre, más bien, de su amado, quien sabía darle placer proclamándola toda una diosa.

Ese era un regalo que el cielo la había otorgado en un momento de adaptación a las circunstancias, pero cómo decírselo a su pareja era su tormento, su más feroz pesadilla. Vivía bajo la sombra de su propio engaño, de la infidelidad, de los temores, al tiempo que podía percibir cómo se avivaban sus sentidos al fundirse con él, y es que no quería que fuera de otra forma, o por lo menos no podía. Una fuerza más valiente que ella la llevaba a la deriva del más puro deseo de la carne.

 

Buscaba soluciones para olvidarle pero cuando atisbaba alguna que pudiera encajarle, la desechaba. La vida le estaba regalando algo que jamás hubiera imaginado.

Por un lado se sentía libre al no haber parido hijos que recriminasen sus actos. Sus padres y familiares tampoco estaban al tanto de su nueva aventura, y por mucho que activaran el ejercicio de la imaginación no darían nunca en la diana del acierto. Algunos incluso, la tenían por fría y calculadora, dando espacios a amores que la pudieran ahogar.

 

Ella, que siempre había controlado los actos en donde la emoción se transformaba en su propia trampa, sin traerle grandes consecuencias, aquellos en los que hubiera podido fallar, se encontraba ahora atrapada en los delirios del sexo, los que sin duda encadenaban su mente a su cuerpo sin control alguno.

Su primer gran amor, inocente, fue en el colegio, cuando el corazón crece con el sentir. En su adolescencia, un amorío de propaganda fácil le hizo perder la cabeza durante unos meses, y ya, entrada en la juventud tardía se ganó el amor de su pareja actual, con la que lleva conviviendo más de diez años, los justos para acompañarse de rutina, carencias y algún que otro acercamiento sexual pleno…

 

Elisa no quería por nada que este nuevo hallazgo de amor pasional hiriera la relación sentimental que mantenía desde hacía años, y aunque ésta no fuese completa le resultaba tranquila, pausada, templada en problemas, y es que en el fondo ella era una grandísima conformista que no pedía demasiado por si le quitaban lo que ya tenía.

 

Y allí, frente a la impresora, se encontraba en una cita diaria con su amado, Carlos. Unas hojas eran testigos de sus caricias ocultas, de sus miradas, hojas escritas con palabras que no sabían hablar y contar lo que su tinta veía.

Papeles escritos con frases atrevidas, eran juegos esenciales a los que recurrir para confesar lo que sus necesidades carnales sentían, esquivando las miradas insolentes de los compañeros que, estando al corriente de la relación, optaban por no querer conocerlo en profundidad. Sabían que Carlos era libre para amar pero Elisa no, por lo que no estaban dispuestos a compartir  y  alimentar en la oficina amores que olían a infidelidad.

 

Las hojas arrugadas y apretadas contra el corazón, chivaban el romance: <<Elisa, te necesito, quiero tenerte ya, hoy, mañana y siempre. No puedo pasar de ti ni un minuto más>> <<Mi corazón ardiente no puede calmar el fuego del deseo que siento contigo>> Todo un cúmulo de sensuales mensajes que no dejaban impávida a una Elisa que se enfrentaba a pensamientos morales y éticos mezclados con la sed de amar intensamente y poder sentirse amada también.

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Su historia comenzó meses atrás, en una travesía por el Mediterráneo, un crucero que aseguraba grandes aventuras. Las aguas de Venecia, de Grecia y de Estambul, se transformaron en el balanceo de un amor escondido

Se había organizado el viaje de empresa y en él los trabajadores mejor considerados tendrían la suerte de recorrer lugares maravillosos. Carlos, recién llegado, y loado por su buen trabajo en una empresa asociada a su nuevo destino, se sintió privilegiado de poder hacer las maletas para compartir conversaciones y vida con nuevos compañeros.

A sus oídos no llegaron los comentarios zafios de quienes conocían a Elisa y quienes no la aceptaban. Él, ajeno a habladurías ilegibles, se enamoró de ella en el mismo momento en que la vio por primera vez sintiendo un deseo irrefrenable por conquistarla. No solía atacar a su presa de inmediato, pero esa mujer merecía la pena, o al menos así lo creía.

Ella, por el contrario, ignoró la presencia de Carlos, hasta que ocurrió lo que debiera estar escrito por alguna parte del destino.

Un baile fue quien les favoreció una danza fogosamente caliente. Su pequeño camarote no tuvo reparos en acogerles para que las caricias hablasen en la intimidad. Su instinto femenino, tímido hasta ahora, supo mostrar a la fiera ardiente que se hallaba oculta bajo una piel de terciopelo.

Y bailaron toda la noche al tiempo que se amaron…

 

Lo que pasó en alta mar solo lo saben las gaviotas que revoloteaban juguetonas por en derredor del barco, y las noches envolventes con las que deleitar los besos.

Una vez pisaron tierra firme, decidieron olvidar sus escarceos amorosos y tocar el suelo con los pies para no volar con alas de ilusión. Pero fue inútil. Verse por la mañana era necesitar acabar el día juntos, sin despegar sus cuerpos de una pasión candente.

Esa danza de amor continuó. Besos, caricias, juegos de adolescentes y trabajo. Demasiado estrés carnal y profesional…

 

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El sonido de las llaves advertía la entrada de alguien a la casa. Elisa, tapando su cuerpo con una bata de seda color salmón, activó de inmediato sus nervios. Estaba claro, todo se había acabado, o quizá comenzara algo que debía haber empezado hacía tiempo.

 

Abriendo la puerta con sigilo, no fuese a despertar a su mujer, se encontraba la persona a la que Elisa había mentido engañando a su corazón y a sus principios. Tantos años ocultándolo y ahora había llegado el momento de desenmascararlo, de enfrentarse a su realidad, a la que no debiera mentir.

Elisa intuía su pánico: el hacer daño a la persona con la que había compartido tantos momentos de su vida.

Elisa, la mujer a la que su feminidad le había traicionado, se sentía desnuda ante la verdad, teniendo que quitarse la máscara de la farsa para mostrarse como en realidad quería ser.

Ese hombre, Carlos, había sido el artífice de que sus deseos de mujer se liberasen dando esplendor a unas pasiones ocultas.

 

Y allí, frente a Mª Dolores, Lola, como en su vida íntima la llamaba Elisa, su pareja de tantos años, se disfrazó de miedo sabiendo de la amarga traición y del daño que eso le pudiera generar.

Lola era su otro amor, aquél por la que se enfrentó a toda una sociedad que no las entendía y a una familia que quiso retenerlas dentro de un armario saturado de mentiras. Ahora Elisa debía enfrentarse a ella misma y a su nueva condición, quizá al trago más amargo que disimular.

 

En el dormitorio, tendido sobre la cama, vestido inocentemente con la piel de la verdad, esperaba el cuerpo desnudo de su amado, Carlos, entre sábanas revueltas de amor y deseo.

 

Mª Dolores, en el que también era su nido de amor y con una profunda pena que evidenciaba lo que nunca imaginó, tuvo que encontrarse cara a cara con Carlos, el hombre que se quedó con lo mejor y más preciado que ella tenía.

Elisa, dolorida por la realidad de un embuste cobarde, tuvo que verse la cara consigo misma…

Carlos, sin entender nada de lo que estaba ocurriendo allí,  dirigió la mirada a las dos mujeres esperando una respuesta que no se hizo esperar.

 

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El amor no sabe de colores, de sexos ni razones, solo sabe amar sin límites, sin pausas, dando toda la intensidad  que alberga su sentir.

Quizá el amor ame cuando se sustente verdad  no cuando la mentira le quite la vida.

 

Pilar Cruz Gonzalez

Acerca de Pilo Cruz

No me gusta complicar lo que considero sencillo. Estoy en perpétuo estado de aprendizaje. Aún tengo muchos sueños por cumplir, y disfruto de los que ya soñé cuando anduve despierta. Aprendo cada día mirando a los ojos de quien me mira, escuchando palabras no habladas por mi, y sintiendo el sentir de los demás. Soy un aprendiz de la vida...

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