Hay días en los que el cuerpo se alía al cansancio, a la apatía, a la sensación de no saber bien qué pasa por nuestro terreno vital. Nos sentimos extraños, ajenos al mundo que nos rodea, a lo que hay fuera de nuestra percepción…
Es una sensación que igual que viene, se va, y lo hace sin que lleguemos a comprender el motivo por el que aparece y desaparece de esa forma…Y nos quedamos con una extraña sensación de desconcierto…
Es una sombra cercana que nos molesta a conciencia, sin preguntarnos si la queremos, o necesitamos. Tampoco la buscamos. Pero surge. Como de la nada…
Hay ocasiones en donde es el miedo quien pondera nuestros días y, sobre todo, nuestras noches…
Parece que has de habituarte a experimentar estas sensaciones que provocan desazón….No entiendes como “tú”, una persona perfectamente capaz de superar los obstáculos diarios, te encuentras ante un enemigo arpio que sabe bien por dónde agarrar tu paciencia y tu coraje. Y te esfuerzas mentalmente en sobreponerte a lo que está ocurriendo por tu mente, sobre todo para que “nadie” de los que están contigo se den cuenta del caos que esto origina…Porque en el fondo “esperas” a que “pase”, y que lo haga lo antes posible. Te crees con la fuerza necesaria para conseguirlo, pero también la realidad te advierte de tu debilidad. Y es cuando aparece esa cuerda invisible de la que tiramos y tiramos hasta intentar romper…Una cuerda que actúa como bálsamo de nuestra fuerza, que se mantiene de manera invisible, pero que está ahí, como observadora de nuestra capacidad física.
A veces ésa cuerda se quiebra antes de lo previsto. En otras, se rompe por forzarla demasiado…Hay ocasiones en donde es tan frágil que con un simple movimiento de tensión se despedaza…Pero nos agarramos a ella con intensidad, confiando en que las sensaciones que corretean por la mente van a estabilizarse tarde o temprano…
Y nos decimos una y otra vez “¡Podemos!” Pero…¿podemos?…Depende de cómo hayamos tensado la cuerda de la vida…
Cualquier atisbo de vida nos “asusta”, nos crea inseguridad, provocándonos malestar y una mudez en las palabras…En ese momento preferimos buscar soledad que compartir compañía con alguien que posiblemente creamos no nos entienda…Y no sabemos que aislarse es la peor solución para alejar ese “miedo”…Y acumulamos niveles de tensión que no nos benefician para nada…Podemos incluso llegarnos a obsesionar con una situación o un problema que a otros les pasará inadvertidos
Y la enfermedad se recrea contigo. Llama a porrazos a tu puerta para que le escuches, porque intentas no oírla, y se hace notar desde el desagradable halo del dolor…Y observas como si el cuerpo se separara ligeramente de la cabeza, para dominar uno u otro, sin respeto, como queriendo ser propietarios exclusivos de la parcela de nuestro animo…
Tenemos una enfermedad de la que somos dueños, no súbditos de su energía…Y debemos entender que ella no ha de ser protagonista de nuestros días y noches…
Recomiendo conocer las sensaciones de nuestro cuerpo para escucharle en sus expresiones físicas. Es muy importante reconocer estados de bienestar o de alarma para actuar con la mayor tranquilidad posible y con la seguridad que nos hace falta tener.…Un buen reconocimiento corporal nos proporcionará sensación de tranquilidad y restará miedo a situaciones que no podamos controlar demasiado. Somos personas, no máquinas de salud que quieren curar la enfermedad. Hacemos lo que podemos, ni más ni menos. Por eso, sé amigo de tu enfermedad, cómplice de ella para que exista un buen diálogo de comunicación y comprensión.
«sobre todo para que “nadie” de los que están contigo se den cuenta del caos que esto origina…»
esa SOLEDAD que nos acompaña siempre, ese saber sufrir las embestidas para nuestro adentro, comparto tus palabras, en parte son mías, ese saber sufrir mil besos querida Pilar
Josep