Muchas veces esperas…
Y te sientas, para que la espera no sea demasiado cansada para ti…
Y sigues esperando…
Y continúas sentado, para evitar el lógico cansancio…
Una llamada…
¡No hay tiempo!…
¿Un recuerdo?…
¡Están casi olvidados!…
Un soplo de cariño que diga: «aquí estoy»…
Pero el viento amainó dejándote sin palabras…
No hay ni siquiera un suspiro de esperanza…
La espera te desespera…
Pero…
cuando nos necesitan…
tienen nuestro apoyo,
nuestro cariño,
nuestras palabras,
el hombro de nuestro consuelo…
Y cuando somos nosotros quienes necesitamos…
surge una gélida lejanía que te insinúa abandonar tu espera…
(ya no hay tiempo, ni tampoco ganas, no se quiere escuchar lo que «no es bonito»)…
y se evita cualquier cercanía…
Alejamos, por tanto, la silla que nos hizo creer,
la que sostuvo el peso de una evidente indiferencia…
la que nos sirvió de apoyo en un momento de desilusión…