No se obtiene ningún beneficio en la acción del “siempre comparar”.
Sin ser conscientes, a cada paso que damos tendemos a comparar, como si fuera un impulso descontrolado imposible de contener…
¿Siempre debe haber “algo” que sea mejor que “otro”?…
Pensamos, o expresamos impulsivamente: “esto” es mejor…”aquello” es peor…
¡Bienvenido al mundo de las imparables comparaciones! …
Hechos simples, cotidianos, sirven en bandeja comparaciones que ponen en alerta nuestra observación…Es un hábito humano común al que recurrimos continuamente sin pudor ni titubeos.
¿Es el juego de las comparaciones, o se trata de una descarada ausencia de conformidad?
¿Es que no hay un termino medio en donde las cosas, las personas, y las situaciones sean aceptables y no tengamos que recurrir al uso de la comparación ?
Está claro, es inevitable olvidarse del loable equilibrio, yéndonos a unos extremos que demuestran que siempre hay un “mejor o un peor”, “un guapo, un feo”, “un bueno, un malo”…lo que nos provoca una irremediable fascinación por la “comparación” …Todo aquello que veamos como “opuesto” nos incitará a comparar. Es inevitable.
Si cada segundo en la vida es único, cada vivencia es exclusiva…
Pero en el día a día, impulsivamente, sin recurrir a pensar las cosas dos veces antes de decirlas, creemos que nos beneficia la acción de estar siempre comparando…
Hay un sol…Una luna.
Un cielo…Una tierra.
Hay un hijo, dos, y tres…Un único cariño.
Y en este punto hago especial empeño en afirmar que uno de los mayores errores que cometemos los padres es comparar a los hijos…Cada uno tiene su carácter, sus preferencias, sus personalidades, siendo todos sangre de nuestra sangre. Compararlos les lastimará, les provocará rencillas entre ellos y surgirán los temidos “celos”. Mantengámoslos a salvo de las comparaciones en el ambito familiar.
Hay unos padres…
Cuántas veces hemos escuchado: “¿A quién quieres más, a papa o mama?”
Craso error formular esta pregunta tan común, y dañina, en épocas infantiles. Nos educaron a ello, y, sin darnos cuenta, por ahí comienza el colorido mundo de las comparaciones afectivas, las que más daño pueden hacer.
Hay hermanos (cada uno de una determinada personalidad, pero todos diferentes, aún con rasgos comunes, evidentemente. No compares, todos los hermanos son especiales).
Hay amigos (con unos tendrás más confianza, pero son amigos, y punto. En el momento en que se les compara se crea una línea de alejamiento que apenas se percibe pero que molestará en relaciones futuras)
Hay perros, gatos, u otros animales domésticos.
Hay una situación concreta,
Una emoción especifica.
Está el día,
también la noche…
Y todos, cada uno, tiene su esencia con su rasgo que le ha de caracterizar.
Si nos miramos al espejo solo veremos el reflejo de una sombra, la que proyecta nuestra persona…
Cada uno de nosotros tenemos una identidad propia, y por mucho que digan que «nos parecemos a otros», poseemos rangos diferentes por los que somos «únicos». Habrá matices por los que nos puedan comparar…Es inevitable…
Alguien dijo que las comparaciones son odiosas…Estoy de acuerdo…Desde luego que no provocan sensación de amor. ¡Nada más lejos de la realidad!
Un afecto es único… Un gusto también lo es…
No podemos comparar el amor, cuando es propio…Pero lo hacemos.
No podemos comparar formas de pensar…Pero lo hacemos.
La vida es un escaparate único de comparaciones…