Y llegó un nuevo brote de Fibromialgia a tu vida.
Las piernas pesan tanto que no te dejan apenas andar; el cansancio es tanto que te agota. De la noche a la mañana eres incapaz de subir y bajar escaleras, o rampas, ni siquiera eres capaz de apretar las manos para cerrar el puño, para coger el tenedor o ayudarte de un cuchillo para cortar algo de comer; casi se paraliza la normalidad de las actividades de la vida diaria (AVD).
Las uñas de los pies y de las manos duelen, y las pintas como si las acariciaras y apaciguaras así la sensación de punzante dolor, distraerlo, aunque suene absurdo. Cerrar y abrir los ojos provoca un dolor en las pestañas que sube hacia la frente produciendo un dolor de cabeza intenso (lo suelo visualizar como si un guante de dolor apretara la frente).
Durante un brote de Fibromialgia, vives las horas del día a cámara lenta; la rapidez no se ajusta a tu realidad, más bien la ignoras porque no puedes seguirla, va demasiado rápido, y te vuelves “denso”, no intenso, con una masa corporal muy molesta, como una losa pesada que no te diera libertad de expresión de movimiento. No eres libre, o así al menos uno se siente. Asumes que estás en pleno brote, que el dolor y el cansancio te la están jugando, que se han puesto en tu contra y no puedes hacer nada para evitarlo, tal vez evitar no pensar que quieren ganar la batalla para salir de esa sensación de agotamiento, pero confías en ti, y lo haces por ti y para evitar asustar a quien te mira con ojos de impotencia y no sabe qué decirte ni qué hacer para ayudarte, y ese es el dolor más grande, ver a los tuyos sufrir dolor por tu dolor.
El brote ralentiza todo tu cuerpo: te vuelves patoso, se te cae todo, tropiezas con todo…pero, qué es, ¿“todo”?, pues, ni más ni menos que cualquier obstáculo que a diario no es un obstáculo, pero que ahora lo asumes como tal.
Tienes un dolor ¿sostenible, asumible, canalla?, y es que dependiendo del nivel de agotamiento que tengas, el dolor se disipa y puede ser más leve porque la debilidad no te permite valorar el grado de dolor por el que estás pasando. Cuando se va pasando el cansancio, se asoma el dolor para saludarte y advertirte que está contigo (vamos, toda una gentileza a la que ya estás acostumbrado).
Asumes, aceptas y esperas a…¿mejorar?, y lo haces desde un pequeño gesto de consuelo mental, de calma interior necesaria que no sabes ni de dónde la sacas, pero lo haces, y por narices lo consigues, aunque no a ciento por ciento, como buenamente puedas.
En muchos, muchos momentos, consideras tu dolor y tu debilidad poco asumible, porque ambos tienen la desfachatez de despertarse y acostarse contigo. Poco amigables, amigo, pero no lo pienses demasiado no te vayan a oír, aunque pensar, lo que se dice pensar, poco piensas, solo en lo que es justo y necesario.
Y entramos en una segunda parte, importante, aunque incómoda, lo sé, y es el MOVIMIENTO, y es que moverse, ya sea lento, despacito, suave, apenas casi nada, algo, es necesario para no detenerse, para no frenarte, algo que el cuerpo no entiende porque lo que quiere es manejarte a su antojo. No se lo permitas, aunque en realidad le entiendas, y le entiendas bien… Tu mente y tu voluntad son quienes deciden las pautas, no lo olvides. El cuerpo se rendirá a tu impulso, -tarde o temprano, ten paciencia-, a lo que le propongas, aunque sea “a ratitos”, aunque tus articulaciones no den de sí, no respondan como tú necesitas, aunque roces la casi debilidad muscular, es decir, una flojera en toda regla.
Permítete moverte lo justo, o más, como decidas, o descansar lo que necesites, es tu cuerpo y tu brote, y quién mejor que tú para saber qué hacer.
Y surge, como atisbo de espejismo, la ansiada esperanza, justo cuando estás en plena crisis, y esa esperanza te dice, «no pierdas la calma que mañana será otro día superado, y también el de hoy», pero resoplas, porque te cuesta quitarte cierta intranquilidad, porque el miedo es quien invade tu espacio vital, y es que se junta todo de repente: un SI, un NO, un PUEDO, un NO PUEDO, un ÁNIMO, el DESÁNIMO…Es algo difícil de gestionar, y más cuando lo sufres en tus propias carnes.
Y pasan los días y sigues preguntándote qué hacer: opto por ascensor o por escaleras –si tengo esa opción a mano-, cama, sofá, o…andar. Trabajar o pedir la baja. Preguntas que añaden más angustia a la angustia de verse flojucho.
Mejor no pensar para dejar de pensar tanto, mejor dejarse ayudar a que creas que puedes con todo, no pasa nada por reconocer lo que no gusta reconocer, como las condiciones en las que estás con ese brote de fibromialgia del que desconoces cuándo saldrás y en qué condiciones lo harás.
Hoy es hoy, ayer fue como hoy, y mañana…Dios dirá.
Ánimo, cuídate, date tu tiempo, tus pausas, y escucha a tu cuerpo, lo mismo que a tu mente; seguro que cuando se pongan de acuerdo te sentirás mejor.