Creo que un Ángel, sea de la Guarda, terrenal, alado, o cual fuere su procedencia, se posiciona delante nuestra para despejar posibles nubes; detrás de nosotros por si esas nubes deciden “llorar”, preparando el paraguas de la protección para cuidar de que no lluevan demasiadas lágrimas sobre nuestra persona.
Se sitúa al lado derecho de la existencia por si el izquierdo nos falla, y al izquierdo por si no tenemos mano diestra para actuar.
Un ángel representa más de lo que podemos suponer; nacemos y morimos con él, caminamos junto a él, sentimos con él, vivimos con él y vemos si él también ve con nosotros.
Un ángel da, y lo hace con la hermosa dádiva de no esperar a recibir nada a cambio; es paciente con las prisas y sabe dar su tiempo para amar.
Un ángel es amigo, y también es padre, un Protector que cuida de ti para que Dios cuide de todos.
Un ángel avanza a medida que tú también caminas. Tus alegrías son las suyas y tus tristezas su pena.
Un ángel te cuida cuando tú no puedes, o no sabes cómo hacerlo.
Es quien alimenta tus sueños e ilusiones abiertos a la esperanza.
Puedes percibir su reflejo en personas cercanas a ti que te ofrecen su amor, y si tus ojos están ciegos, podrás sentir a tu ángel en tu propio amor.
Si un día pierdes el rumbo, y encuentras una suave y firme mano amiga, te darás cuenta de que se trata de la mano del ángel guardián de tus pasos.
Al anochecer, cuando el día duerma, cuéntale a tu ángel cuánto le quieres y por qué le necesitas, simplemente. Él sabrá escuchar detenidamente tus palabras silenciosas, y si éstas llegaran a hablar, tú ángel las oirá con la profundidad con la que comunica el latir del corazón.
Amigo, si aún no has encontrado a tu ángel de la guarda es porque tus ojos estaban cerrados; no obstante búscalo. Es fácil. Estará cerca de ti.
Pilar Cruz González