Nuestro oído, si mantiene sus funciones en buen estado, está predispuesto a captar cualquier sonido externo, o interno, que llegue hasta él. De igual forma lo está para escuchar lo que en verdad queramos, lo que nos resulte nítido, lo que nos convenga, o que no haya de pensarse más de una vez (se recurre a la ley del mínimo esfuerzo). Es agradable apreciar palabras que proporcionan musicalidad a los oídos: las que adulan o alaban virtudes y las que nos mantienen en actitud de calmosa conformidad. El resto de escuchas que no se adapten a lo anteriormente citado, no requieren ser captadas necesariamente por nuestra percepción auditiva, intentando, por todos los medios, ser relegadas al olvido, aunque éstas hayan tomado “la directa” para llegar al pabellón auditivo y conectarse con el conocimiento. Son las voces que identifican lo que no queremos percibir; frases que ofenden, que producen algún tipo de daño; que chirrían en la mente como martillo insultante. ¿A quién no le gusta que le rieguen los oídos con el agua de la complacencia, del alabo, o de palabras almibaradas? Pero, ¿y si esto no sucede? ¿Y si lo que se escucha es desagradable o no coincide con nuestro sentir?… Una de dos: se pueden hacer oídos sordos, o, en su contra, disponer de un contraataque hacia el “enemigo”, quien es capaz de lanzar por su boca lo que piensa sin el filtro de la prudencia, o, por lo menos, de la falsa verdad, y es que hay personas a quien no les gusta escuchar siempre descaradas “verdades”: “¿Dejaste ya la dieta?“ ”¿Eso es una cana?” “Sin pelo jamás te hubiera conocido” “Que bien te quedan las gafas”. “¡Quién diría que llevas aparato dental!” “Estás tan bien que no necesitas ni silicona”. Muchas veces es bueno disimularlas con alguna que otra mentira piadosa (aunque sepamos que se nos engaña como cosacos). También es cierto que un mismo comentario, expuesto por personas a las que situamos en escalafones afectivos de lo más variado, es recibido de diferentes maneras: si es dicho por alguien a quien apreciamos, podemos incluso hasta llegar a perdonarlo: “Estoy seguro de que no lo dijo para molestarme. No se dio cuenta de que me podía haber perjudicado”…Y ahí queda, o por lo menos creemos que no nos afecta en gran medida, aunque en nuestro interior quede el poso de la congoja. Pero si ese mismo comentario es sugerido por alguien que es desagradable, o no nos importa lo más mínimo, el comentario puede ser una cruzada en toda regla. Sería aconsejable la opción de que pasara desapercibido y perdiera fuerza para ser olvidado, y evitar posteriores agravios encadenados con la fuerza de la rabia y del rencor.
Una sola palabra que juega el papel de juez en nuestras vidas, expresada por un desalmado contrincante con solemne soniquete de ataque, puede herir profundamente, o, en su contra, ser tapada por un sensato olvido en propio beneficio. En definitiva, hiere la persona a quien en verdad se quiere, y no el sujeto que no significa absolutamente nada en la vida.
En resumidas cuentas, es mejor recurrir a unos buenos tapones de goma que obstaculicen sonidos desagradables, antes que disponer nuestros oídos a quienes no merecen la pena ser escuchados.
Para lo que hay que oír…
Una sola palabra que juega el papel de juez en nuestras vidas, expresada por un desalmado contrincante con solemne soniquete de ataque, puede herir profundamente, o, en su contra, ser tapada por un sensato olvido en propio beneficio. En definitiva, hiere la persona a quien en verdad se quiere, y no el sujeto que no significa absolutamente nada en la vida.
En resumidas cuentas, es mejor recurrir a unos buenos tapones de goma que obstaculicen sonidos desagradables, antes que disponer nuestros oídos a quienes no merecen la pena ser escuchados.
Para lo que hay que oír…
muy bien, siempre he pensado que los comentarios malos de las personas que no apreciamos no me interesan y los de las personas que queremos no los debemos tomar mal pues lo dicen con todo su amor, besos
Me encanta escuchar tus palabras escritas…y me gusta saber que las mías te llegan de alguna manera.
En ésto de las «escuchas» de nuestros pobres oídos, complicamos lo sencillo; le damos demasiadas vueltas a los comentarios que nos llegan por diferentes frentes, y, ante eso, es mejor BLOQUEAR pabellones auditivos y dejar de escuchar lo que nos fastidie. Gracias Paloma por tus siempre nobles comentarios. Desde luego que a tí si que me gusta ESCUCHARTE. Sigue contándome cosas que tendré los oídos preparados para oirte. Gracias y besos a ti también.