Olegario, el Gran Muchacho
En los pueblos siempre hay un tonto, y en éste, Cifuentes de la Fresnedilla, el puesto de tonto lo tiene asignado Olegario, por votación popular y por méritos propios.
Él es quien todo lo ve y quien nada cuenta, o el que quiere contar y a quien nadie cree. Él es, sin duda, el más listo del pueblo, porque sabe más que todos, y con su puesto de “atontao” puede refugiarse en un infantilismo al que se le perdona todo.
La gente le respeta con cierto cariño, pero apenas uno o dos hablan con él como un aldeano más. Parece ser que a los tontos no hay que considerarles –decían- y menos si son como Olegario, una sombra errante que fluctúa sin pena ni gloria entre los lugareños.
Pura, la mujer del pastor, prepara cada madrugada unas gachas “bien apretás” para que Olegario las coma en compañía del alba. La vieja tartera, donde las gachas van a buen recaudo, herméticamente cerrada, junto con una hogaza de pan, una cuchara de madera –la suya-,y una bota de vino añejo, es más que suficiente para iniciar, con arranque, la marcha diaria a los pastos.
A pesar de que el Gran Muchacho desayuna con las primeras luces de la mañana, hora en que los estómagos siguen dormidos, no resta ni un ápice de hambruna, agradeciéndole su estómago tan calórico y rico alimento. Su cuerpo, de considerables dimensiones, se lo agradece también día a día. ¡Para qué pedir más si con ese banquete no se puede tener más! Él es así, simple, sencillo, eso es, quien buscar complicaciones a la vida no es en lo que pierde su tiempo.
Olegario es el ángel del rebaño de ovejas durante las mañanas, el pastor del banquillo cuando el auténtico ovejero, el dueño de semejante tropel, se halla indispuesto o afanoso en otros menesteres. Tener a Olegario es una tranquilidad, habiéndole criado desde niño. En el pueblo se decía pudiera ser hijo suyo, aunque los chismes cesaron cuando pasó el tiempo y el chiquillo no “daba pá más”. Pura, la cabrera, lo crió con amor, lo suficiente para que creciera sano y fuerte, y jamás permitió palabra alguna que pudiera causar daño al “sobrino”.
Bien abrigado, engañando al frío que arreciaba en la montaña y con la mochila sobre la espalda, iniciaba la subida, emergiendo de su mundo interno para sentirse como un dios, dando órdenes a diestro y siniestro, a las ovejas y al bueno de Sauno, el perro pastor fiel colaborador para el Gran Muchacho.
Y mientras sus gachas calman a sus enfurecidos jugos gástricos, Olegario dispersa a las ovejas por la superficie extensa del pasto. Sauno, al tiempo que el Gran Muchacho reposa su zampona, hace las veces de cabeza pensante de ese hombre que no quiere, ni puede, pensar en semejantes condiciones.
Hombre –cuando sus movimientos son algo más coordinados- y perro, aúnan fuerzas ante un rebaño de cien ovejas, todas ellas blancas, todas ellas libres, como el viento, bajo la potestad de Olegario, ese dios, rey del pastizal, que libera a su séquito animal y lo deja campar a sus anchas…Menos mal que ante cualquier situación de alarma está la atenta mirada de Sauno, quien con unos cuantos movimientos protege al rebaño de animales que se acercan con las claras intenciones de darse un buen banquete. Un grito a tiempo de ese gran hombre hace temblar al más fiero animal.
El Fausto, el hijo del farmacéutico, una de las manos jerarcas del pueblo, tiene entre ceja y ceja al pobre Olegario.
<<Tú lo que eres es tonto, no se puede esperar más de ti porque tú cabeza no da más de sí>>
<<Seré tonto pero tú malo, y sé que haces daño a las mujeres porque lo he visto con mis ojos. Es mejor pensar con mi cabeza que hacerlo con la tuya>> ,le respondió Olegario.
<<Y tú qué sabrás lo que es hacer daño ¡mira que eres bobo!>>
<<Sé por cómo lo ven mis ojos y es diferente a lo que ven los tuyos>> ,respondió el gran hombre.
Así es Olegario, transparente y claro como el agua.
Por las tardes, repeinado y atomizado por el frescor de una agradable colonia, sale a pasear hasta la cantina, con la única intención de tomarse su chupito de pacharán y de paso ver a la Rosa, la chica más guapa del lugar, todo un magnífico espectáculo para la vista.
La muchacha, con aires femeninos que la engrandecen ante las pupilas de Olegario, se pasea por la plaza con desparpajo y gracejo sensual, abriendo todas las bocas que encuentra a su paso.
La chusma dice que es mujer de todos pero para el Gran Muchacho es solo suya; el secreto de su amor lo guarda solo para él y más a partir del día en que una de esas tardes de paseo, la Rosa, al pasar por delante de él, le guiñó pícaramente un ojo espetando una frase que quedó grabada en su memoria con tinte de preferencia.
<<Ay Olegario, cada día estás más guapo y hueles mejor>>
Esas palabras fueron flechas de Cupido que dieron de lleno en su almidonado corazón. Ya nada podía tener más valor que esa frase, y a partir de entonces, la Rosa y las ovejas, junto con Sauno, eran faros necesarios en su vida.
Tarde tras tarde engalanaba su empaque y esperaba ver pasar a la musa de sus sueños, la Rosa, quien seguía regalándole sus piropos cautivadores.
<<Eres el más alto>>, <<eres el más fuerte>>, <<eres el más bueno>>… Olegario podía tocar el cielo elevándose con sus suspiros cuando oía su melódica voz…Al pobre se le caía la baba en el babero del tierno e ingenuo amor.
En la cantina, emborrachado de su disimulada ternura, Olegario oyó algo que no le gustó demasiado. Las voces, irónicas, tenían un tono despreciativo y burlón; una de ellas surgió como de la nada:
<< Dicen por ahí que la Rosa es carne del Fausto. Que de amores ná de ná, pero que pasión le sobra. Dicen también que el tío este tié intenciones de dejarla preñá pa que naide se la quite. Si es que ¡esa chavala está de muy buen año! Quién fuera el Fausto>>
Olegario, con el corazón maltratado no pudo por menos que callar y romper su silencio para dentro de sí. Sería tonto, pero esos comentarios los entendía hasta un niño…
Y las desconsideradas referencias continuaron en boca de todos ellos.
<<Esa lo que es, es una fresca, carne de gallinero pasá por la piedra de tós los hombres del pueblo, y encima no es tan guapa como dicen. Esa ni es moza ni es ná>> clamó Basilia, la dueña de la cantina.
<<Cuidadito, que está el Olegario oyendo lo que no debe. ¡No vaya a asustarse el pobrecillo, que no ha catado hembra alguna, con los pecados de esa cualquiera!>>
<<Pero Basilia, ¡qué va a decir si el pobre es tonto!>> respondió sarcástico un aldeano, que de tanto beber vino tinto tenía las mejillas tintadas del mismo color.
Pero al muchacho lo único que le asustaba era la pena de no llegar a ser correspondido como un novio normal. El amor, cuando se ama de veras, no deja de vigilar su sentir, y el Gran Muchacho, tarde tras tarde, esperaba a la Rosa, callado, sin mentar ni una sola palabra que desnudase su secreto, con sus ojos relucientes ante la espera ansiosa de verla.
Hasta que un día, armado de un valor impropio en él, y tras oír la frase esperada de su amada, se acercó a ella susurrándole al oído.
<<Rosa, ve con cuidado. Hablan mucho de ti. Me parece que no es bonito lo que dicen, y a mi no me gusta que hablen cosas feas de ti, que eres la única que sabe decir cosas bonitas de mí>> Hizo un alto en su respiración y prosiguió <<Soy tonto, eso dicen, pero es mejor parecerlo que serlo>>
Ella respondió
<<Se van a enterar todos esos cobardes de quién es la Rosa, para algunos “su Rosa”. Serán…>>Meneó su cabeza de lado a lado intentando sacudir su ira. <<Tú eres el mejor, Olegario, el que más vale y el que menos daño hace. Tú si que eres el auténtico caballero de este dichoso pueblo>>
Para él esas palabras estaban endulzadas con el almíbar de la hombría, de la dignidad y del respeto.
<<Yo sé mucho, Rosa, pero como nadie me cree tengo la suerte de esconderlo y sé que no me creerán nunca. En los pastos, donde mis ovejas comen y pasean, pasean, otros que no son ovejas, sus amores, y se comen como si tuvieran demasiada hambre..>>
Rosa no salía de su asombro al escucharle.
<<Yo vi al Fausto cómo se comía a la Basilia -la cantinera, la mujer del cantinero-, y cómo ella chillaba y reía sin parar. Yo, mientras, callaba y abría bien los ojos. No los podía cerrar, como haces tú con la boca, ahora…>>
Rosa cerró su boca de inmediato.
<<También he visto al Fausto con la Hortensia, la hija del Alcalde; ¡esa si que tenía hambre porque no paraba de mordisquear las orejas del pobre Fausto. Yo creo que chillaba por eso, porque ¡daño le tenía que hacer! Mientras se daba el banquete, ella gritaba y reía. Pensé que se había vuelto loca porque entre eso y que andaba desnuda, aún haciendo un frío de muerte…<<
Rosa rió.
<<El Fausto es como las atracciones de la Feria porque las muchachas no paran de reír y gritar cuando están con él. Y creo que no chillan porque tengan pena, aunque se tiren de los pelos los dos, sino de algo que les contagia la risa>>
<<¿Y eso que tú sabes lo sabe alguien más?>> Preguntó ella.
<<¡Quiá, ni mi tía!>> respondió airado. <<Fíjate, Rosa, todos los hombres hablan de ti cosas feas y a ti es a la única que no he visto reír ni chillar en los pastos. ¿Ves como tú si que eres guapa?¿No serás mala por eso, eh?>>
<<Olegario, creemos que una persona es buena cuando es discreta, callada y va decentemente vestida, pero lo que no sabemos es que quien es bueno de verdad es quien no necesita adornar su cuerpo, porque su belleza, la que está dentro, como la tuya, es la única que merece la pena. No importa si somos listos o tontos, guapos o feos, lo que importa es que conozcamos la nobleza de personas como tú. A ningún rufián del pueblo le digo cosas bonitas, pero a ti sí, porque eres el más caballero de todos>>
Y el Gran Muchacho, que andaba por las callejuelas con su gran cuerpo y su enorme corazón, guardó sus secretos con la luz escondida del amor.
Es más sabio quien sabe callar lo que sabe, que el que cuenta lo que cree saber.