Hay momentos agradables para compartir, proclives a la alegría.
Algunos de dulces confidencias y diálogos suaves…
Los hay que se acaban con el anuncio del olvido. Recurren al monólogo para pensar en la laguna de una solitaria reflexión.
Hay unos momentos que atrapan el suspiro de un instante.
Otros que se abandonan en el silencio de la voz interior, aquella que escucha permanentemente el sonido de nuestro corazón.
Los hay suficientes, escasos, intensos, personales…Ésos prefiero guardarlos para mi, en la soledad que anhelan mis reflexivas palabras.
No estoy recubierto con la fibra del poder absoluto. Lo tengo claro, no lo voy a cambiar…
Nací desnudo.
Con la vestimenta efímera que el tiempo me otorga remiendo los retales de mi vida con el impulso de mis intenciones.
Confio en doblar los sobrantes cuando siento que tengo poco que hacer. Que no suele ocurrir nunca…
Solo me cobija la piel de la sensibilidad, quien me aporta un extra de calidez.
Convivo con días altos que suben hasta el techo de mi coraje…
Y soy testigo de esos días bajos de mirada vencida que me aproximan a ésa «nada» que tan poco me aporta…¡Nada!
Elegir una medida que apacigüe la sed de la tranquilidad es el camino para hallar el equilibro…