EL PREMIO
No se si será verdad la noticia que acabo de recibir: me ha sido otorgado El premio.
Reconozco estar emocionado, al tiempo que me invade cierto temor ante la incertidumbre de poder responder como es debido, algo que según me cuentan es habitual ahí, abajo. Toda una responsabilidad.
Carezco de un nombre que me identifique. Sé que en breve lo tendré, y lo estoy deseando. Tampoco me puedo presentar como varón o hembra porque también estoy esperando a saberlo.
Ignoro cual será mi aspecto físico. Entiendo que a fecha de hoy no es algo como para tener en cuenta. Según tengo entendido, al nacer se nos concede un nombre elegido por los padres o personas que nos reciben al tomar tierra.
Me han contado también que cuando estamos de camino hacia el Gran Viaje –nuestro nacimiento-, a los padres no les importa demasiado la observación de que seamos niño o niña, tan solo apuntan a “que el bebé llegue sano”.
Ciertamente esta frase me consuela porque sano o no me iré de aquí en breve, para acudir abajo, al otro mundo. Sea rubio o moreno, también despegaré; hombre o mujer ¿quien sabe?, eso ya es pedir demasiado, y además me gusta la incertidumbre de los acontecimientos importantes, como es éste.
Algunas de mis compañeras dicen que prefieren tomar tierra en sitio seguro, tranquilo, con buen clima y poca gente –la justa para que no molesten demasiado-, que tenga buenos modales y un corazón sano (allí abajo lo de la salud tiene que ser algo primordial porque no dejan de nombrar esta palabra).
Tendré que plantearme este punto -el del lugar y el gentío-, y tenerlo en cuenta -si es que se puede elegir-, porque irme de aquí para estar mal no me compensa en absoluto. Ya veremos qué puedo hacer cuando llegue el momento.
Entiendo, como una observación personal, que una vez abajo ya no se puede subir, por lo que el lugar en donde se posicione como pista de aterrizaje deberá ser insignificante; lo fundamental será el vehículo en el que nos transporten hasta el que será nuestro hogar.
Lo válido es el objetivo del Gran Viaje, el de tener la valentía suficiente como para dar el paso de nacer a una vida desconocida por completo, un reto que me fascina, no lo niego.
Mi preparación para mi arribada a la tierra se ha desarrollado a lo largo de dos años, y analizándola bien sé que he de valorarla como una experiencia positiva para mi evolución personal, porque aquí, en “casa”, el modo de vida se torna fácil, pero abajo la convivencia debe ser algo más complicada. Sospecho que tendré que sudar lo mío para lograr ser alguien honrado, según cuentan las Almas.
Recuerdo cuando hace un par de años mi Protector –la Luz-, me recibió con la increíble noticia: “Alma, has ganado tu Premio. Ya puedes elegir”.
La asignación del premio llegó por sorpresa, no lo esperaba tan pronto, creía no estar preparado para su llegada, pero si mi Protector había decidido que era el instante de asumirlo sería porque me veía capacitado para ello.
Lo cierto es que no entendí con claridad sus palabras. ¿Qué era lo que tenía que elegir en concreto? ¿Qué había hecho yo como para ser meritorio de ese extraordinario premio? ¿En qué se basaban para decidirlo así?
Había muchas Almas conmigo que esperaban ese premio antes que yo, y sin embargo era a mí a quien le había sido otorgado. No debía ser tan torpe, entonces.
Una vez concienciado de que había llegado “la hora”, un sobresalto de inseguridad detuvo mi calma acelerando una intranquilidad imparable.
Comencé a cuestionar todas las dudas que mi pensamiento generaba al Protector y a las Almas Sabias, quienes estaban próximas a la Luz, las únicas que podían responder a mi curiosidad. Es increíble el poder de su Sabiduría: en un santiamén apaciguan la inquietud y aportan serenidad a un joven e inexperto espíritu como el mío.
Efectivamente, mi momento se había asomado por la puerta grande de mis sueños, de la misma forma que a un alma más de las muchas que viven conmigo esperando a recibir el ansiado premio.
Por ello, un día, mi Protector propuso comenzar a ver los Videos de la Vida, entendiendo que me encontraba preparado para afrontarlos, y en cierto modo pletórico por la ilusión de descubrir el enigma que rodeaba al Premio.
Confieso que visionar la vida a través de imágenes me parecía una aventura divertida, diferente a la que estaba acostumbrado a hacer a diario, como era convivir con las almas pequeñas -como yo-, esperando lograr convertirnos en almas grandes y luminosas -como las Sabias-.
Una vez concienciado de la asignación de mi premio, comencé a prepararme para el Gran Viaje, el que me llevaría hasta la tierra.
El modo de llegar era seguro -el mismo para todos-, como pude acreditar en los primeros vídeos que me pasaron. Me mostraron varios, y fue curioso visualizar aspectos de diferentes historias de personas repletas de emociones. Observé al detalle cuál era su modo de vida, y me agradó que la mayoría de las personas utilizaran, para vivir, algo que generaba su ser, desde sus raíces más profundas, un activador del corazón llamado sentimiento. Creo que éste es el vehículo que les transporta a su autenticidad.
Me llamó la atención lo rápido que pasan sus vidas y lo poco que reflexionan sobre ello. Dicen no tener tiempo para nada, y el poco que les queda lo malgastan en fomentar problemas que no debieran existir –en vez de enfrentarse a ellos mostrándoles la cara, les dan la espalda y generan así mayores dificultades-.
Su periodo de vida, acelerado, precipita su cuerpo a un deterioro inevitable: envejecen con prisa y a destiempo. Los hay que siendo mayores, en edad, mantienen un espíritu joven, y quienes pudiendo disfrutar de una juventud, envejecen prematuramente acortando su duración vital.
Comprobé la luz de sus risas, la oscuridad de sus temores, y también algo que no quiero aceptar como positivo: la envidia. Con ella alimentan su fragilidad emocional, y finalmente es ella quien engulle un posible bienestar. Sus miedos y sus éxitos personales adornan, de igual forma, el envoltorio de la vida.
Cuando el humano nace son seres individuales, y después, al pasar un intervalo de tiempo, se integran en una familia o grupo, con similares características, uniéndose entre ellos para luego, si así lo acuerdan, desunirse con una facilidad asombrosa. Lo llaman desavenencias. Este comportamiento no lo entiendo, no sé para qué sirve y cuál es su fin. Creo que estaban mejor juntos, pero la saturación de problemas les provocaba poner punto y final a una relación que inicialmente tintaba como hermosa y fructífera.
Las personas a las que pude conocer gracias a los videos, eran meritorias de una vida favorable a sus sentimientos, sin obviar a quienes utilizaban la crueldad y la maldad para desestabilizar la felicidad de personas que no lo merecían. ¿Por qué?, pregunté.
“Dañan por dañar. No pueden, ni saben, amar”, respondieron las almas.
Algunos individuos vivían alegres –los menos- y en otros su modo de vida era bastante triste -los más-. Al fin y al cabo no dejaban de ser personas que nacían para en definitiva morir.
Me permitieron elegir a un humano para visionarlo al detalle, pudiendo desmenuzar a fondo su vida. Ése, concretamente, me llamó la atención y no sé exactamente el por qué. La imagen inicial que recogí de él me dejó sin palabras, y en cierta forma sin respiración. No pude reprimir la pregunta al ver la primera sensación de la vida. ¿Es obligatorio nacer como él? Pobre señora, qué dolor. Pobre niño, que sufrimiento también.
“Se nace y se muere, como vida y muerte que es. El final y el principio, para todos, es el mismo. La manera de llegar es lo que les diferencia. Hay varias formas de “entrar” y “salir””.
Estoy empezando a pensar si me interesa, o no, preparar mi viaje, si puedo dar marcha atrás y retirarme a tiempo de esta aventura porque creo, por lo visto hasta ahora, que no me va a gustar demasiado…
Algo nervioso le pedí al Alma Sabia que detuviera el video. No lo quería seguir viendo, me estaba mareando, me encontraba mal, algo inusual en mí. Intenté relajarme y una vez pasado el mal trago continué con las imágenes de lo que suponía la vida para cualquier ser humano.
Reiniciamos por donde me había quedado: el nacimiento.
Después de realizar un colosal esfuerzo por nacer, vi al niño plácido, envuelto en una manta y acurrucado por la pobre señora que horas antes se quejaba de dolor. Ahora, con ese niño en brazos, lloraba de emoción. Me resultó milagrosa la forma en la que podía suceder un acontecimiento como ese, un enigma para mi ignorante ser.
El niño que proyectaba el video era valiente, y la mujer aún más por ceder su cuerpo para ayudarle a abrir los ojos a la luz de la vida…Ejemplar.
Era agradable percibir con cuanto amor le besaba y cómo acariciaba su carita susurrándole al oído algo que debía ser apaciguador, pues cuando ella le hablaba el bebé detenía su llanto. ¿Cómplices acaso? No lo sé, intentaré averiguarlo. Siendo simple espectador me siento como un auténtico aprendiz, todo un explorador de los sentimientos, y eso me gusta.
Esa escena tan bella, sin duda, me ayudó a serenarme, retirando el miedo que sentí en un principio. Pensé que esa experiencia no debería de ser todo lo mala que había imaginado ya que sus caras no eran de infelicidad, más bien todo lo contrario, de absoluta placidez y entrega. Esa vida comenzaba a resultarme cercana.
De igual forma que advertía ternura entre madre e hijo, mi Protector me sonreía, y acariciando mi cabeza afirmaba:
“Tranquila alma, todo irá bien”.
Él tendía a emitir palabras escuetas, sin ser necesario utilizar la expresión verbal como medio de comunicación con nosotras las almas. Sintiéndole próximo teníamos suficiente, no necesitábamos más.
Al ser un alma pequeña me dejaba tutelar por la impaciencia, y descubrir el final de la historia de aquel sujeto era algo que me fascinaba. Mi inexperta y joven inquietud me incitaba a saber más, pero debiera ser paciente para entender cada logro que experimentaba antes de lograr el premio. Por ello me comprometí a ver todas las imágenes al detalle, descubriendo, a través de ellas, el objetivo vital en el humano, mediante una prolongada o corta existencia, todo un hallazgo para mí.
Pienso que quien creó el mundo, y al ser humano, no lo hizo del todo mal. Seguro que mi Protector conoce a ese “ser”. ¡Igual hasta son parientes cercanos! Ya sería casualidad…
A lo largo de dos años he sido testigo de los pasos que marcaba este niño por su particular esfera, y cómo de ser un pequeño indefenso que dependía enteramente de sus progenitores, pasó a caminar por sí solo para contactar con su entorno. Era una personita inquieta e intrépida que no dejaba de corretear por todos los espacios de su vida, husmeando, con olfato inocente, por cada rincón de sus vivencias. Y así, día a día, fui conociendo en profundidad a este nuevo amigo.
Recuerdo, con cierta impotencia, cuando me trasladé a una de sus vivencias. En ella, mi amigo, con diez años, jugaba con otro grupo de chavales de su misma edad. Era curioso, todos se expresaban felices con el solo hecho de empujar un balón con el pie, pero repentinamente pasó algo que me asustó. El chico se cayó al suelo en el intento de recuperar la pelota, lo que le acarreó una herida abierta en la pierna y un espectacular sangrado…
Confieso que me desagradó verle así de asustado, sintiéndome solo como un elemento pasivo en ese juego de la adversidad, un escueto espectador al que se le negaba la oportunidad de estar cerca de él, simplemente, para ayudarle a levantar. Como me dijo el Alma:
“Son situaciones normales, alma pequeña, algo habitual en niños inquietos como él. No te asustes porque tarde o temprano se le pasará”.
Y así fue.
Me pareció bonito ver cómo ese niño iba ganando en altura a sus padres y hermanos. Había cuatro retoños más que nacieron después de él, lo que quiere decir que mi amigo era el mayor de los hermanos. El muchacho tuvo suerte de llegar en el primer puesto para ser la primera ilusión de unos padres frente a la llegada de un hijo. Me alegro por él.
Un dato curioso, en la muestra de los vídeos, era el hecho de visionar las imágenes de esas vidas sin poder escuchar sonido alguno. Por ese motivo no pude reconocer el tono de sus voces, con qué matiz sonarían sus palabras, si acaso serían mudos. No lo creo. Una de dos, o la cinta era defectuosa o es que el aparato tenía demasiados años –lo más razonable-, pero lo cierto es que yo no entendía nada de lo que hablaban, lo cual me inquietaba, y por más que insistía en que subieran el volumen, o que arreglasen el video, no escuchaban mis súplicas, algo que me hizo perder un sinfín de detalles que consideraba necesarios e importantes para mi enseñanza.
Un día el Alma respondió a mi pregunta:
“No se puede tener todo en la vida. Aprendiendo no somos maestros y no es necesario saber hasta el último detalle porque no se es sabio, solo discípulo del destino”.
El consuelo que me quedaba era saber que la imagen siempre la tendría, aunque el sonido no lo escuchara. Me tendría que consolar de esa forma.
“Todo tiene su por qué, no hay nada casual”, dijo el Alma.
Aún así me sigo preguntando: “Sin la documentación debida –al no haber “oído”, y solo “visto”- ¿cómo quieren que elija la vida que me ha de corresponder? ¿Y si la elección la hago mal? ¿Serán para mí las culpas?”
Mientras prosigo envuelto en un sinfín de dudas, siguen pasando los días para ese chico, al unísono que para mí. ¡Qué barbaridad, cómo crecen de rápido ahí abajo! El niño al que vi nacer ya tiene pelos distribuidos caprichosamente por su cara, es alto como una torre y en su caminar se percibe cierto desgarbo.
El semblante le ha cambiado en poco tiempo. Su mirada se muestra ausente, como si no estuviera. Según dice mi Alma Maestra, ha entrado en la etapa de la adolescencia. ¿Y por qué esa edad les genera tanta inseguridad? Le veo extraño, callado. Sobre la mesa de su habitación –el lugar donde estudia- se ve la fotografía de una chica bien bonita, por cierto. La acompaña un libro abierto en el que solo se observan páginas repletas de números. Al pasar sus hojas sobresale un papel dibujado con corazones que hablan de “amor”, y una frase en letras grandes que confiesa su estado: ANA, TE QUIERO.
Según me cuentan las Almas, este pobre humano se ha enamorado, y justamente lo ha hecho de quien no le corresponde en su amor. ¡Qué lastima!
Protector respóndeme ¿Es necesario que sufra por lo que en teoría debiera ser bonito? ¿Por qué el desamor desgarra el alma y rompe el corazón?
“Porque el amor elige amar sin limites y sin ataduras solo con el alma, a pesar de que pueda provocar el dolor del desamor”.
Pues quien creó el amor lo debiera haber concebido sin pena ni dolor, solo con la intensidad del cariño.
“Quien ama no sabe de razones, solo entiende de sentimientos”.
Os contaré que finalmente mi amigo se enamoró, y lo hizo de una mujer que supo corresponderle con el mismo afecto que él estaba dispuesto a ofrecer. Su corazón se iluminó con el brillo del sentir verdadero, y eso ya me gustó más, dejándome con la esperanza de que este hombre finalmente pudiera ser feliz.
Y se casó. Una boda –según dijo mi Alma Maestra- de fábula, rebosante en felicidad, en sonrisas y besos, algo que me indujo a pensar que en la vida no todos los hechos se acompañaban de problemas y contratiempos.
Los acontecimientos que visualizaba iban sumando puntos para aferrarme al sentir de la vida. Boda -estado de unión entre la felicidad y la alegría-. Convivencia óptima entre dos personas –entrega de un amor compartido-. Llegada de unos hijos –plenitud del amor-. Risas, llantos, noches en vela, prosperidad e ilusiones.
En esos dos años tuve la oportunidad de comprobar cómo era la vida de un ser humano dispuesto con cierta normalidad.
Comentaba las imágenes, y los sentimientos que ellas me producían con las almas que se encontraban como yo, en espera a recibir su premio, y experimenté que todas sentíamos cierto miedo a lo desconocido, al aterrizaje en un mundo perfilado por las dificultades.
Entendimos que los humanos han de buscar la felicidad porque por sí sola no sabe encontrar el camino adecuado, y anhelarla no es suficiente, sino que se han de lograr méritos para conseguirla y poner empeño en conocerla.
Yo, al igual que mis compañeras, pensábamos que este estado de bienestar no sería del todo complicado de lograr. Gastaría mi tiempo de vida, con su paso natural, intentando no malgastarlo para ser feliz.
Sentía pena e intranquilidad cuando presentía que se acercaba el momento de abandonar lo que había sido hasta el día de hoy mi hogar. De lo que suponía una morada segura -por ser donde permanecía-, pasaría a la mayor de las inseguridades –la tierra no era lugar que conociera de antemano, salvo por los videos que tuve la oportunidad de ver-, y eso me producía cierto desasosiego.
Mi vida aquí era una espera continua, pero paciente, frente a la llegada del premio. Allí, sin embargo, mi vida consistiría en evolucionar con el fin de regresar de nuevo a éste, mi hogar, con los deberes cumplidos, y la conciencia tranquila de haber hecho lo posible para ser una buena persona.
La inseguridad aturdía mi seguridad porque me alejaría de la Luz y de las Almas, quienes solo querían mi bienestar, para acercarme a personas que quizá me pisaran, si fuera preciso, para alcanzar logros personales.
Arriba morábamos con la tranquilidad de saber vivir. Abajo tendríamos que aprender a malvivir, dependiendo de las circunstancias a las que nos viéramos sometidos, pero sabíamos que ese era el inicio de una vida entre el Cielo y la Tierra.
El niño, al que un día vi nacer, me enseñó el valor de las virtudes y el costoso precio de los defectos en el devenir de la vida. Me transportó a su auténtica realidad, aquella por la que merecía la pena seguir adelante con su existencia.
Cuando le percibía anímicamente mal, es decir, triste, me disgustaba; de la misma forma que sentía su felicidad cuando sus elementos existenciales transcurrían satisfactoriamente.
En ocasiones me enfadaba ante la impotencia de verme como un simple testigo mudo de sus vivencias, sintiéndome congelado frente a sus emociones, como si yo no fuera nadie para compartirlas con él, porque ni él me oía, ni yo le oía a él.
Confieso que desde el lugar en el que estoy todo se enfoca desde un punto de vista nítido, transparente, pero la lente por la que miran los de ahí abajo es opaca, turbia, lo cual les impide percibir con claridad lo que tienen delante de sus ojos, posiblemente algo que se muestra con autenticidad.
Viendo las cintas los nervios avivaban mi inquietud, pero mi Protector me tranquilizaba animándome a continuar con el recorrido de este hombre, quien no dudó en abandonar su juventud para entregársela a unos hijos y una mujer a los que adoraba. Era una buena persona que sabía caminar sin pisar a nadie, y desde un principio sus pisadas marcaron profunda huella en mí.
No puedo rescatar los detalles puntuales de su vida; algunos de ellos se me escapan, y a medida que pasan los días, aún más. La mayoría no soy capaz de retenerlos en mi memoria, entendiendo que me vendrían bien como patrón de aprendizaje para mi vida futura. Debe considerarse como “regla” para quienes visionamos todas las imágenes, y lo debo aceptar tal cual debe ser. Ver, sentir y no escuchar.
Mi amigo, a quien no identifico con un nombre, se ha convertido en alguien muy querido y necesario para mí. Ya son dos años sintiendo sus momentos de felicidad y aquellos otros que hablan con tristeza.
He comprobado que pretende ser medianamente feliz, pero el revés de las circunstancias paraliza sus intentos de serlo; no obstante, no se da por vencido y lucha por conseguirlo.
Eso me da pie a preguntarle a mi Protector, si el mecanismo de “anhelar y no conseguir” es decisorio para la evolución personal, y si es así, para qué bajamos entonces a la tierra si arriba podemos ser felices tal cual somos.
“Para “subir” definitivamente, hay que bajar”.
¿Cuándo disfrute de mi premio volveré entonces contigo?
“Si”
“Quiero que sepas que siempre estaré contigo, en cada lugar en el que estés, porque soy “tu Protector”.
A medida que avanzaba la cinta de su existencia, mi amigo seguía progresando en su formación humana, hasta que un día paralizó su desarrollo personal de manera tajante. Según me dijeron, la vida le había propinado un golpe fuerte con la pérdida de un ser muy querido para él, ramificando su pena por todo un campo de sueños aún por cumplir.
Dejó de sonreír para dar su sonrisa a otros que sentían alegría, porque la poca que a él le quedaba se agotó.
Pregunté a las Almas qué es lo que le había pasado, por qué de repente avejentó, pero nadie me lo supo aclarar, o quizá decidieron no hacerlo.
¿Por qué?
“Hay preguntas que no deben conocerse su respuesta”, respondió el Protector.
En fin, solo soy una pobre alma ignorante…
“No, eres un aprendiz de la vida”
—–
Tengo entendido que hoy es mi último día de revisión de imágenes, es lo que me ha comunicado el Alma Sabia, quien me ha ido poniendo con paciencia cada una de las cintas que me iban asignando. Gracias a su especial compañía no me he sentido solo en mi preparación, algo que le agradeceré siempre allá donde esté, ya sea aquí, o en la tierra.
“Amar no significa olvidar sino recordar”, me dijo cuando me despedí de él.
Mi amigo ya no está en las imágenes, ha desaparecido como si nunca hubiese existido. Lo siento intensamente porque me había acostumbrado a él. Su ejemplo de vida ha supuesto una lección de emociones para mí
Protector, ¿dónde se encuentra mi amigo? ¿Por qué no lo veo?
“Él está en ti. Alma, tú eres él porque él eres tú.
Has de bajar a la tierra para que tu tiempo de vida comience ahora. Te diré que no estarás solo. Tranquilo. Te daré un Ángel para que te guíe en tu caminar, tu Ángel de la Guarda, el Alma Sabia que compartía contigo los vídeos de la vida, aquél que siempre te acompañó.
Has podido visionar cómo será tu vida, desde el nacimiento hasta tu muerte, algo que olvidarás en el momento exacto en el que ocupes tu cuerpo.
Serás feliz, como bien has comprobado, pero también sufrirás; ese es el impuesto que se paga por “bajar y vivir”, y cuando tu Destino cumpla con su cometido volverás aquí para vivir en Paz.
Quiero que seas feliz, y que hagas dichoso a quien tengas a tu lado para que regreses con el deber cumplido y que tu Ser pueda vivir en Armonía.
Un día me preguntaste cuál era tu nombre y yo te respondí: “Te llamas “Alma” porque estás a mi lado”, pero ahora te diré que tu Alma acompañará a tu verdadero nombre, el que han elegido tus padres para ti.
Alma, te llamas “Sam”.
Has podido comprobar que eres un varón.
Ahora he de apagar tu luz para que sepas iluminar la tuya en la tierra, desde el mismo momento en el que nazcas, porque cuando una luz se apaga hay otra que se enciende para iluminar lo que debe permanecer encendido.
Y ahora toma, dame tu mano para entregársela a tu Ángel, quien espera el momento de la partida.
Libera tu alma, Sam, porque tu momento ha llegado.
Ya tienes tu Premio: “Nacer para vivir”. Tu sueño está a punto de cumplirse.
…Y recuerda que a la vida has de ponerle el sonido que tú desees para oír su Mensaje con claridad”.
Protector, ha llegado la hora de iluminar la luz de Sam, su vida, mi vida, pero antes de partir respóndeme a una pregunta, quizá la última que te haga. Un día pregunté por mi nombre y me dijiste que me llamaba Alma porque vivía contigo, pero se te olvidó decirme el tuyo, a pesar de llamarte Protector. Dime entonces ¿cuál es tu nombre?…
“Mi nombre es Dios”