Hay quienes creen que el infierno es el lugar en el que vivimos, la tierra que pisamos a diario, el sitio que nos envuelve de intranquilidad . El fuego en el que arde el miedo y la inseguridad son los problemas que nacen con nosotros, los que dejamos crecer a nuestra vera de forma inconsciente, o aupados con pleno consentimiento.
Sinceramente creo que es bueno, necesario y justo que nos acerquemos a un cielo esperanzador que ahuyente los quiebros, un lugar en donde las sonrisas las pintan las nubes en las que se mece ese cielo. Permitamos tambien que las estrellas, las sábanas luminosas que cubren el espacio celestial, quienes vigilan nuestros sueños al anochecer y nos permiten imaginar, nos aproximen a la paz interior que merecemos; vive quien busca la luz de la vida que hay en la profundidad de nuestro ser.
Sinceramente creo que es bueno, necesario y justo que nos acerquemos a un cielo esperanzador que ahuyente los quiebros, un lugar en donde las sonrisas las pintan las nubes en las que se mece ese cielo. Permitamos tambien que las estrellas, las sábanas luminosas que cubren el espacio celestial, quienes vigilan nuestros sueños al anochecer y nos permiten imaginar, nos aproximen a la paz interior que merecemos; vive quien busca la luz de la vida que hay en la profundidad de nuestro ser.
Tengo una amiga que habla de los sentimientos con claridad; su nombre es Paola. Tiene un bebé precioso a quien ella se refiere como «su vida», y, el otro día, en un comentario que hizo, dijo que su bebé era su cielo. Estoy de acuerdo con sus palabras: un hijo es un trocito que el cielo nos regaló, y una luz en el hermoso cielo de la vida.