(Dedicado a cuantos sufren, o han vivido, una depresión)
Cuando acaricia la desagradable mano de la angustia y la desesperanza en la piel de la vida; cuando nos vemos inmersos en un “mundo oscuro“ con repechos por los que subir, mundo del que no podemos escapar porque no hay salida visible, es necesario intuir la existencia de una luz en el faro de la esperanza, un destello que nos permite valorar aquella ilusión de la que en tiempos pasados pudimos disfrutar, y que durante el “estado de tristeza” no percibimos. Ni siquiera sabíamos que ésa ilusión podía sustituir a la pena, ya que no existía en nuestro horizonte. Sencillamente, estaba ausente, perdida, escondida en un espacio de nuestra vida al que no hay acceso en niveles conscientes. En muchos casos, tampoco la anhelábamos…
Mi propósito con estas palabras, es dar un MENSAJE de ESPERANZA a las personas que han pasado por una DEPRESIÓN. Estimo que no hay que tener excesivo miedo, aunque sí respeto, a aceptar lo que nos ocurre, mirándolo de cerca para entenderlo mejor.
Puedo hablar de esta enfermedad sin reparos, sin velos que cubran mi sinceridad, la de haber sufrido por espacio de dos años, y algún que otro coletazo en diferentes tiempos de mi vida, una DEPRESIÓN, originaria, seguramente, de la enfermedad que marca mis pasos desde hace más de veinte años: una Fibromialgia…
Me considero una persona vital y optimista, pero reconozco, sin titubeos, sufrir también de “momentos de bajón”, algo que es habitual en muchos de los seres humanos que moramos esta tierra. Está claro que no somos dioses, más bien aprendices de vida que hemos de encontrar atisbos de equilibrio dentro de una moderada felicidad.
Soy Terapeuta Ocupacional, por lo que sentir la depresión en mi propia piel supuso “darme cuenta de que algo poco agradable me estaba pasando”, una destemplada sensación que me producía un intenso MIEDO. Me sentía demasiado mal como para verlo bajo el prisma de la realidad.
Sumergida de lleno en este proceso, pensaba que no me podía estar ocurriendo, y más cuando “no lo había buscado”. Una máscara de aceptación, y de asumir mis sensaciones diarias, aliviaba instantes de mi angustia. Comprendía que estaba “atrapada” por las garras de una depresión, un pozo del que tarde o temprano saldría, aunque la duda incomodase tal esperanza.
Sabía, pero sin querer verlo de cerca, estar sumergida en ése pozo oscuro y solitario. Me sentía “extraña”, diferente, melancólica. Me costaba llevar a cabo un gesto que a menudo nos puede resultar fácil: sonreír. Una sonrisa es sinónimo de alegría, de complacencia, de bienestar, pero llegado el punto en que la comunicación con el mundo que hay fuera de ese mundo interior que tejes desde la “ausencia”, una simple sonrisa desaparece del rostro y de la dicha del alma cuando se pasa por un estado como éste.
Aún así, y dentro de un aceptable marco de vida, me tocó vivir una DEPRESION, pudiendo escribir ahora ésta palabra con letras mayúsculas por estar “alejada” de sus garras, cuando ya han pasado nueve años de ello. Reconozco que mientras conocí al enemigo (la depresión), quise borrar ése nombre de mi cabeza, inclusive no era capaz de leerla siquiera en un papel. Me chirriaba su nombre, y aceptar que fuera conmigo.
Durante esa etapa fui consciente que había algo que yo no podía controlar, una sensación que me hacía pequeña, indefensa y que me estaba llevando a un espacio limitadamente sombrío que no me gustaba, que me asustaba. Estaba ante una situación, y unas sensaciones desconocidas para mí y que amargaban mi vida. Las palabras sobraban porque ni siquiera había palabras suficientes para describir mi estado…No podía abrir la boca para articular una sola frase, y solo pensar en “esa sombra que azotaba mi ánimo” me perjudicaba.
Enmudecí, cuando las circunstancias cotidianas me permitían mostrarme callada, y hablaba, en tono bajo, fingiendo naturalidad, cuando debiera “mostrarme bien” ante los demás.
Tenía una sensación extraña: no sabía porqué durante las mañanas no era capaz de ver el sol, ni la claridad del día (algo que yo misma me preguntaba a diario y que me provocaba la consciencia de dicho estado), máxime cuando soy persona que necesita los días soleados para iniciar una optima jornada. Todo era oscuridad: no había diferencia entre el día y la noche, salvo que cuando llegaba la noche, en donde podía evadirme de mis pensamientos durante las horas de sueño, evitando prolongar mi estado de angustia. Lloraba a escondidas, sin que nadie me viera, y cuando “no podía mas”, esas lágrimas eran visibles para quienes comprendían lo que me estaba pasando.
¿Pero, qué me estaba ocurriendo? Era algo que no veía lógico, que me angustiaba cómo se manifestaba, sin tener control alguno sobre ello. Quería luchar por salir de ese estado, ¡pero no sabía cómo!
Era plenamente consciente de que había una fuerza mayor que me empujaba a seguir mirando hacia delante, y era el AMOR de mi familia. Mis hijos me necesitaban, y jamás dejé de lado mi faceta como madre y como esposa. Ellos me necesitaban, no podía defraudarlos, y ése reconocimiento me daba la fuerza que necesitaba para salir adelante.
Me miraba al espejo y sentía pena por mí misma. Ése espejo me ayudó a salir adelante día a día. A él le sonreía, forzadamente, con el fin de lograr sonrisas a la vida (una simple terapia que me ayudó).
Sabía que debiera intentar superar las sombras que rondaban a mi desánimo, como eran la angustia y el miedo, y conseguir quitármelas de encima para poder vivir el día a día, ejerciendo de madre, esposa, hija, y ante todo, persona.
Pero experimentaba temor por todo, ya fueran situaciones, estados emocionales, a estar con gente, al futuro, al presente. Pero, en definitivm…¿Miedo a qué ?
No estaba segura de nada. Pocas cosas me proporcionaban seguridad, salvo el estar en mi casa, protegida por cuatro paredes que “conocían” mi desazón.
Aunque buscaba “silencios”, eran mis dolores quienes me “gritaban” para hacerse notar. Reconozco que muchos de los dolores me sirvieron como medio para evadirme de las personas. Amparándome en ellos no me era obligado salir de casa. A pesar de ello, yo misma me imponía salir (sabía que tenía que hacerlo). No quería frenar la actividad normal de mi familia. Era injusto para ellos, injusto para mi frágil ser. Poner empeño en salir adelante a través de pequeños pasos, me abrirían puertas a las ilusiones que aún quedaban por venir. Ilusiones, incongruentemente, anuladas y añoradas.
Reconozco que las señales del cuerpo eran alarmantes: me dolía “todo” (por aquél entonces yo no sabía que tenia una Fibromialgia, y por tanto no entendía la causa de mis dolores). Pero las molestias corporales eran insignificantes comparadas con lo que más sentía: el dolor punzante en el alma. Me generaba impotencia poder dañar a los demás con mi sufrimiento, y más SIN PODERLO REMEDIAR (quien no haya pasado por una depresión no puede comprender a fondo esta frase en letras grandes. “Aunque se quiere, no se puede”). Ésa era la verdadera cuesta que debiera superar en el día a día. Me planteaba si me comportaba como una cobarde, si no tenía recursos suficientes como para salir de ésa agonía, zarpazo que hería también a los míos. Pero me sentía dentro de una cárcel con robustas rejas que me impedían moverme con libertad, con un miedo atroz a quedarme encerrada “ahí” para siempre.
Necesitaba aislarme en el secreto de mis silencios, perderme en la ausencia de palabras, pero por encima de todo necesitaba el apoyo de mi familia, quienes me otorgaban fuerzas a diario. Confieso que me alejé de mis amigos, a quienes mantenía ajenos a mi situación. No fui sincera, y mis continuas excusas eran abanderados de mi “no relación” con ellos.
Llegó un momento en que “todo” me molestaba, y necesitaba cualquier excusa para quedarme en casa. No tenía fuerza para dar un paseo, estar con los amigos, o acudir a una reunión familiar…Pero conseguía, pese a la resistencia de mi voluntad, salir de casa.
En primavera fuí incapaz de percibir el color de ésas flores que siempre armonizaban mis ojos. Eran inexistentes para mi, y no me gustaba sentirlo. El mar ya no era ese remanso de paz que necesitaba año tras año.
¿Pero cuál era el verdadero motivo de sentir ésa pena interna, cuando me consideraba una persona alegre?…
Aunque no paraba de pensar en cómo alejarme de la depresión, durante un tiempo llegué a aceptarla como un estado de tristeza permanente, sin poder salir nunca de “ahí“, algo me restaba fuerza vital. Aún así no me podía dar por vencida, pues estaba ¡viva! Durante unos meses el llanto era mi compañero habitual, desde el silencio, a escondidas, evitando que alguien me viera. No estaba preparada para preguntas, y menos para compasiones. Evitaba provocar pena. Era muy difícil enfrentarme a mi estado anímico. Carecía de fuerza, de confianza en mi decisiones. No podía llamar por su nombre a lo que me pasaba; la palabra DEPRESION era rechazada rápidamente.
Verme con una depresión, sin reconocerlo abiertamente, me ofuscaba (en el sentido de no creer necesitar la ayuda de un especialista). Creía que yo sola podría vencer mi estado, “un mal momento que pasaría”. Pero en el fondo estaba convencida de que el miedo a enfrentarme a ella me estaba cerrando puertas a cualquier ayuda externa. El primer paso: reconocer que estaba mal, y asumirlo, no estaba resuelto. ¡Qué equivocación mas grande¡ Son precisamente en estos momentos, en los que uno NO tiene la fuerza suficiente para salir “solo” del pozo, cuando hay que aferrarse a todo aquello que nos pueda ayudar, evitando prolongar este amargor para uno, y para quienes nos rodean. La AYUDA de un ESPECIALISTA es NECESARIA para salir adelante.
Al principio recuerdo estar “triste”, simplemente. Después ya era algo habitual. pero fue mas tarde cuando dije creer tener una depresión siendo consciente del problema.
Mi marido, con una ayuda prudente, paciente, y, sobre todo con un tierno amor, me ayudó discretamente a encontrar el camino para salir hacia delante. Necesitando de los míos buscaba la soledad, aunque suene absurdo. Por otro lado no dejé de trabajar porque veía que me mantenía despierta, que y llenaba mis “vacíos”.
No obstante hubo algo mucho más fuerte que modificó mi actitud y fue el amor que me daba mi familia y mi gran amor por ellos. Sentí desde lo más profundo de mi ser, que me necesitaban de la misma forma que yo a ellos.
Fueron dos años de “miedos” no buscados (nadie desea estar así), hasta que comencé a caminar lentamente, a “darme tiempo“, a generar sentimientos de amor hacia mi propia persona, a comprobar qué era lo que verdaderamente me importaba en la vida ,a valorarme más, a arreglarme , a ver qué me hacía sentir tan caótica y a intentar ver el sol y las flores, lo cual me seguía resultando tremendamente difícil ,pero no desesperanzador..
Fue entonces cuando tuve fuerza para plantearme el empezar a dar “pasitos”. Sabia que iba a ser el inicio de un buen fin y que no podía detenerme. Así fue.
Comencé a notar que necesitaba salir de mi limitado espacio interior y oír a la gente, sin yo poder hablar todavía. Me costaba hacerlo, pero sabía que eso me podía ayudar, y ¡tenía que intentarlo!… Yo quería ver la “luz” en ése túnel oscuro, y la tenía que encontrar.
Sentí que algo comenzaba a cambiar muy dentro de mí. Empezaba a estar algo más contenta, a compartir momentos de alegría.
Los pensamientos positivos iban surgiendo, incitándome a salir hacia adelante y desconociendo los cambios que se iban generando en mi interior. Mi actitud negativa iba alejándose poco a poco. Saqué fuerzas para dar lo poquito que en aquellos momentos podía ofrecer, no me dejé vencer por la apatía de los sentimientos y de las emociones.
Fue una época difícil la que viví, una etapa de oscuridades en donde había el sol para los demás, pero no para mí. Supe desde el primer momento que padecía ésta difícil enfermedad pero nunca lo llegué a reconocer a nadie, para evitar pedir ayuda. Ése fue mi gran error, pues con un tratamiento terapéutico hubiera mejorado antes, sin duda.
Finalmente, pido a las personas cercanas a un amigo o familiar que padece una depresión, que tengan PACIENCIA con él, que CONFÍEN en su mejoría, que RESPETEN sus silencios, su malestar (nadie sabe lo MAL que uno se siente en la compañía de una depresión), que sean TOLERANTES, y que le ofrezcan mucho AMOR.
Las pautas de un buen terapeuta son esenciales para superar una depresión.
El sol existe para todos. Toda oscuridad tiene un reflejo de luz…
Ánimo, no te detengas…
Me alegro de que como dices las garras de esa maldición te hayan soltado hace ya mucho tiempo. Ahora a disfrutar de la vida en compañía de los tuyos y a procurar sobrellevar tu enfermedad de la mejor manera posible. Tus amigos aquí estaremos para apoyarte siempre.
Gracias por ser como eres.
Besos
«Toda oscuridad tiene un reflejo de luz..» Me quedo con esta frase. Al fin llegaste a ver esa luz.Imagino lo mal que lo pasarías, pero ahora ya superado, tienes la valentía de contar tu experiencia y con ello ayudar a los demás. Eres increíble. Tu fuerza me llega al alma y mi sufrimiento se mitiga un poco. A veces el dolor de los demás nos ayuda a levantarnos y remontar de nuevo. Espero que cuentes conmigo, desde la distancia y por medio de tu blog estoy contigo. Un beso. Mari Carmen.
Esperemos que la gente tenga tu misma fuerza… poco más puedo decir, guardo muchos silencios
Me topé de casualidad con el artículo por la imagen de tu post : )