¿Cuántas veces nos escondemos bajo el disfraz de una excusa para no llevar a cabo una determinada acción?
Hay pretextos que nos protegen de los deberes pendientes: “Se me hizo tarde… No tuve tiempo. No me di cuenta. Las prisas con las que me empuja la vida. Quise, pero no pude…”
Ante el vacío que aparece tras desaprovechar la ocasión, es inevitable que nos surja la reflexión, “¡Ojala pudiera dar vuelta atrás a las manecillas del reloj de la vida para modificar algunas acontecimientos importantes que se han ido como simple soplo de mis recuerdos, o para al menos vivirlos de otra forma diferente a los que en tiempos pasados viví!”….
Pero no nos engañemos y seamos realistas… En el hipotético caso de que “se nos diera una segunda oportunidad” para rematar algo inacabado, o para vivir aquello que se “nos escapó” como agua escurridiza de las manos, ¿desaprovecharíamos la ocasión con la excusa habitual “Me faltó tiempo”, o seríamos conscientes del significado de tan magnífica dádiva, procurando espacio a nuestras posibilidades?…
Solemos recurrir a una queja, más que habitual, cuando no hemos logrado el objetivo de alguna decisión: “Necesito más tiempo” Pero…¿para qué?… ¿Acaso el tiempo del que disponemos se ahoga asustadizo en el piélago de nuestras limitaciones, de nuestras inseguridades, malgastando el ritmo que nos ofrecen las ocasiones?
La sombra de la ignorancia juzga al tiempo existencial como “insuficiente”, período que corre a paso veloz por el estribo de la vida. Hay incluso quienes se convencen de que el tiempo pasado se perdió en la trayectoria de un escaso segundo con el que pudiera haberse justificado una determinada actitud…
¿Sentimos necesario aumentar el tiempo para alargar nuestro espacio de tiempo, o tal vez debiéramos aprovechar inteligente y funcionalmente el tiempo del que ya disponemos?
La vida no es cuestión de “tiempo”, sino de cómo aprovechar el tiempo de la vida…