101 escalones separan a la “Santina” (Virgen de Covadonga) de peregrinos, devotos y curiosos llegados de diferentes partes del mundo, congregados en un enclave único próximo a los Picos de Europa, el lugar elegido por la Virgen (lo que se conoce como Santuario de Covadonga) para mostrarse ante Don Pelayo, noble godo de sangre real (primer Rey Astur) y pieza clave en la Reconquista española. La mayoría de los peregrinos oran con fervor a la espera de que la Santina se apiade de ellos y alivie el peso de sus penas, y frente a Ella, mirando a sus ojos, le hablan con el corazón derramando lágrimas de ruegos, coronados por una fe que les transporta a un pasado lejano, justo en el año 722, cuando la Virgen se apareció a Don Pelayo. Parece ser que en el transcurso de la aparición mariana la Virgen ofreció una Cruz al noble con la que, según cuenta la leyenda, venció a sus perseguidores (a la Santina también se la reconoce como La Virgen de las Batallas). Ésa milagrosa pincelada del pasado permite que a día de hoy se recuerde con emoción el extraordinario encuentro, lo que propicia fe, intensa emoción, miles de esperanzas y millones de ilusiones. Es por ello que los allí congregados suben, a modo de ofrenda, cada uno de los escalones de piedra que coronan la subida a la roca, y lo hacen con lentitud, desde el silencio de quien precisa acercar su vida a la de la “Santina”. La mirada reflexiva de sus ojos, el sello del silencio en sus bocas cerradas, rostros de agradecimiento, o bien de pena, duros jadeos por el esfuerzo, son los acompañantes en tan solitaria escalada.
Hace apenas una semana me convertí en uno de los muchos “visitantes” que se acercan al lugar, y lo hice acompañada de mis padres y de mi santo esposo. Nuestro objetivo no era otro que sentirnos peregrinos en disposición de ofrecer a la Santina la desnudez de nuestro pensamiento y la sinceridad del alma (culpas, pecadillos, ruegos y quiebros). Reconozco que ése día me encontraba cansada, pues habíamos amanecido relativamente pronto para recorrer los paisajes que regala el magnánimo Principado Asturias, disimulando mi fe tras la sombra de una discreta fuerza y achicándose la energía al contabilizar los 101 escalones que nos acercarían a la Virgen…Aquella empinada escalera nos suponía un reto, sin duda, pero la hazaña de “conquistarla” bien merecía la pena.
Me inquietó el modo en el que mis padres se enfrentarían a la subida. Preocupada, les propuse obviarla. Mi madre, sin escatimar intentos, aunada por la fe que acompaña su vida, subió cada peldaño, empujada por la necesidad de encender velas con las que iluminar el camino familiar. Todo sea por la Santina. Mi padre, con serias dificultades para caminar y con una severa fibrilación auricular que le impide respirar correctamente, me susurró al oído una frase imposible de olvidar. “Subiré a ver a la Virgen por tí”…Era imposible, había que quitarle la idea de la cabeza y hacerle entender que era mejor rezarla sin la necesidad de llegar hasta Ella. “Quédate cerca de la Fuente de los Siete Caños esperándonos, que yo iré a la Virgen para manifestarle tu ruego». Me miró dedicándome una de sus serenas sonrisas y calló. Y armada por la fuerza del amor que me brindó mi padre, me enfrenté a las temidas escaleras. A media ascensión, cuando quedaba la mitad del recorrido, miré hacia atrás para asegurarme de que mi padre se había quedado sentado tranquilamente. Pero cuál fue mi sorpresa al encontrarlo subiendo uno a uno los peldaños a pocos metros de mí, agarrado del brazo de mi marido, con el semblante blanco, la respiración agitada y cierto mareo. No pude por menos que aceptar su valentía con la emoción propia de verle superando el esfuerzo de conquistar cada uno de los 101 escalones. Así es mi padre. En ése momento fui yo quien le rogó a la Santina que nada le ocurriera, que venciera la subida dentro de una normalidad. Y me escuchó. Sorprendentemente, en cuestión de pocos minutos se restableció. Miré a la Virgen y miré a mi padre. La emoción estaba asegurada en ese instante. Comprobé, de igual manera, el gesto de fe en el rostro de mi madre y en el de mi marido. Los cuatro habíamos logrado nuestro objetivo… Frente a la Santina, presenté a mi padre como un ser excepcional que antepuso el amor a la dificultad. He de decir que mis padres tienen cinco hijos y quince nietos, por lo que sufren la carga de más de cinco o quince problemas continuamente, teniendo almacenadas lágrimas amargas en el refugio de su corazón y una generosa muestra de dificultades en disposición de ser protegidas por la fe (mi madre encendió velas por cada uno de sus retoños).
Desde este espacio del blog, en donde los sentimientos son libres, digo públicamente, “GRACIAS, PAPÁ”. Esos 101 escalones representan para mí las 101 muestras de amor que a lo largo de la vida mamá y tú nos habéis concedido a los hijos y nietos, y aunque solo unos pocos conozcan nuestra personal historia frente a la Virgen de Covadonga, una más entre las miles que existirán con igual dosis de emoción, tu siempre serás mi personal “Santín”.
(Y no quiero finalizar esta entrada sin advertir a quienes acudan al Santuario de la Virgen de Covadonga que, no necesariamente se han de subir todas ésas escaleras para llegar a Ella, ya que hay un pasadizo por donde el recorrido es más fácil y en el que se requiere menor esfuerzo)
QUE LUJO DE ASCENSO Y QUE DECIR DEL RELATO DE ESOS 101 PELDAÑOS…SIN OLVIDAR AL SANTN Y SANTO MARIDO ..QUE QUIERES QUE TE DIGA , SANA ENVIDIA DE NO PODER HACERLO DE IDENTICA MANERA ..UNA VEZ MAS NOS HAS TRASLADADO CON SUMA FACILIDAD , NATURALIDAD Y CARIÑO ESA SINCERA ADMIRACION QUE TIENES A TUS PREDECESORES ( a los que seguimos necesitando por mucho tiempo)…TODA 1 LECCION , YA QUE AUNQUE LA TENGAMOS , NO SIEMPRE SOMOS CAPACES DE COMUNICARLO !! BESOSSS
Bonita historia para contar y recordar,como dicen, «la fe mueve montañas» y en esta ocasión os dio a los cuatro fuerza y energia para poder llegar hasta arriba y encender esas velas. Gracias
Besos-B
Que bonito. Mi tierrina es mucho.Aunque esté exiliado en La Coruña nunca me olvido de este lugar al que tantas veces he ido.
Un saludo.
preciosa historia , muchas gracias por compartirla con una asturiana que ama a su tierra
un besito
Marife Antuña
fibroamigosunidos
Precioso Pilo…es una historia para recordar….
Besos desde Asturias.
Este verano iré a poner unas flores y encenderé una vela para ti y tu familia,luego te mandare una foto para que tengas el recuerdo.Un abrazo muy grande