Creo que es un deber explicar el funcionamiento de lo que fuera de nuestras casas, mejor dicho, de nuestros hogares, “la selva callejera” está tramando de manera determinante y destructiva. Nuestros “nidos”, cimentados con un especial amor, se convierten últimamente en cárceles de problemas viviendo en ellos tensiones que enjaulan la felicidad y las ilusiones.
Desde que era niña, y cuando algo no funcionaba bien, alguien en quien yo confiaba paliaba una angustia inocente expresando una frase que culminaba en paz, serenidad y en una normal tranquilidad: “No pasa nada”. Más tarde, si sufríamos en la edad de la dulce ingenuidad, y los que estaban a nuestro alrededor querían evitarnos un amargo dolor, nos tranquilizaban diciéndonos: “No pasa nada”. Cuando en la edad rebelde de la adolescencia las trabas de la vida nos jugaban malas pasadas, seguro que alguno de nuestros progenitores se acercaba a nosotros para alternar una palmadita “milagrosa” en la espalda con una frase que necesitábamos oír imperiosamente: “No pasa nada”. Ya, toreando la edad adulta, en la que la madurez de la persona se enfrentaba a una serie de responsabilidades vitales, y en la que los problemas se terciaban interminables caminos hacia la frustración, alguien a quien teníamos cerca, y, que reflejaba cierto grado de afecto sincero, nos calmaba apuntando justo lo que necesitábamos oír: “No pasa nada”. Magnífica palabra, magnífico aliento y triste inicio de una batalla en la que ganan solo los “héroes” que confían en su baja autoestima y en su inexistente fuerza interna.
Y vosotros, que habéis detenido vuestro tiempo por unos instantes para ofrecérselo a mi lectura, estaréis preguntándoos el porqué de mis palabras. Intentaré aclararlo de la forma más sencilla posible, retirando toda crispación de mi pensamiento para que las palabras fluyan con todo el respeto que merecen, pues a quienes van dirigidas son a vosotros, padres, educadores, y personas que necesitan vivir en una armonía consigo mismo y con el entorno que les rodea.
He sido testigo visual, auditivo y emocional, de realidades espeluznantes que amenazan la vida de quienes se ven asediados por ellas, encarcelando la voluntad, las ilusiones y, en definitiva, la frágil personalidad de quien se alimenta con saña de ellas. La juventud está perdida en un mundo en el que la frase predilecta es aquella que en épocas anteriores necesitábamos oír para asignarla a nuestro propio sosiego, y que ahora surge de la insensatez de quienes se creen en el derecho de expresarla como si de una llave mágica se tratara, una llave que abrirá el camino al engaño, al miedo y a la degradación de la esencia humana. ¡Maldita frase!… A estas alturas de la vida, y frente a un modo de vida “rápida”, tenemos que decirles a nuestros hijos pequeños, cuando se enfrentan a un problema: “No pasa nada”, y no especificamos que verdaderamente ”Sí que pasa”, pero quizás, nosotros, no tengamos el tiempo necesario para explicarles que “su problema” adquiere dimensiones importantes para ellos, pero que si le restamos atención y tiempo conseguiremos que lo olviden…Ahí está el fallo: a los problemas hay que darles la cara pues si nos escondemos de ellos nos persiguen hasta encontrarnos…Ese niño puede ser que no aprenda a enfrentarse a esa situación, porque nosotros, sus educadores, hemos decidido no dar mayor importancia a un conflicto aparentemente trivial, absurdo, insignificante, acumulando esa pequeña frustración a un sinfín de ellas a medida que esa personita vaya creciendo. Cuando son adolescentes, son indomables, nos desesperan por su “natural actitud defensiva”, y omitimos cualquier desafío verbal con ellos para evitar problemas mayores que hagan daño tanto a uno como a otros. Pensamos “No pasa nada”, ya se le pasará, está creciendo, y pasa por una situación que “es normal”… Ese chaval crecerá sin plantearse cuestiones vitales para su vida futura porque en realidad nadie le comunicó que sus desajustes eran producto de su etapa, pero que también tenían la importancia que se merecían no excluyéndolos de una esfera de posibles soluciones. Como “No pasa nada”, sigue caminando, algo perdido, por un mundo que no se detiene ante él, sino todo lo contrario, un mundo que le engulle para obviar las dificultades, y así poder continuar con su andadura con una venda en los ojos que le impedirá ver aquello con lo que se enfrentará en su día a día, la esencia de su persona, la que habla de sus defectos y de sus virtudes, pero la que nadie, ni siquiera él, es capaz de oír ni percibir.
Pero el miedo, a medida que los años van sumándose a una vida inestable emocionalmente, será quien comunique que “No pasa nada”, que el chico –el proyecto de hombre-, puede vivir, no con libertad, sino con libertinaje, que tiene que respetarse a sí mismo (pobre incrédulo), pero que no es imprescindible hacerlo con los demás, y que frente a las “amargamente dulces tentaciones” del alcohol y la droga, debe posicionarse frente a ellas, bien cerca para no perder la oportunidad de probarlas, porque en definitiva, ¡No pasa nada!.
Os animo a que reflexionéis conmigo y nos preguntemos: ¿qué estamos haciendo? Seamos realistas, tenemos miedo a preguntar a nuestro interior por el verdadero significado de la dichosa frase: “No pasa nada”, quizás porque sabemos de sobra que “sí que pasa”, y que cada vez es más difícil parchear las dificultades que nuestra juventud genera. Pero, estamos ahí, con ellos, mano con mano y con la intuición real de que ellos nos necesitan, esperan unas palabras que frenen sus impulsos vitales de “ser como todos”, pudiéndoles decir a tiempo, cuidado, hijo que “Si que pasa, y es algo destructivo que puede llevar tu vida a un abismo”; mírate frente al espejo de tu persona para comprobar qué ves en él, y si tú solo no puedes conseguirlo, nos tienes a tu lado para ganar juntos la partida al desconocimiento de los problemas reales.
Empecemos por el principio, desde que nacen indefensos bajo nuestra protección y cariño, para que cuando crezcan lo hagan con una fortaleza que les prepare para decir ¡No! manifestando un ¡Sí! a la vida. Es nuestro deber porque quien sabe encender su amor es capaz de iluminar la vida de cuantos le rodean.
Pilar Cruz González.
(Terapeuta Ocupacional y madre)
pilocruz@gmail.com
* Publicado en la Revista Informativa de la SEGO.Nº 23 (2ºsemestre 2006)
* Publicado en el Boletín Informativo de la Hermandad de Jubilados de los
Ministerios de Comercio, Economía y Hacienda. Nº.192 –Julio-Año 2006