¿RESPETAMOS LAS PLAZAS DONDE DEBE APARCAR UNA PERSONA CON MOVILIDAD REDUCIDA?
En 1998 la Unión Europea dictó una Recomendación a los Estados miembros sobre la creación de una tarjeta de aparcamiento para las personas con movilidad reducida. Esta tarjeta permite a la persona discapacitada (o, si no conduce, al conductor que le acompañe) aparcar sin ser multada en las zonas restringidas de todos los países y municipios: puede estacionar en las plazas reservadas para este colectivo, en las zonas de carga y descarga, y también de forma gratuita en las zonas de parquímetros.
Se me había hecho tarde. Ya íbamos con el tiempo justo. Mi padre tenía médico y no podía retrasarse. Ése día le acompañé yo, ya que mi madre no podía. El hospital no está demasiado lejos de casa (andando, a unos 20 minutos), pero mi padre, con los lógicos achaques de la edad, debe utilizar el coche para dicho desplazamiento. Él siempre hace gala de su puntualidad, y salir con media hora antes de lo previsto asegura su tranquilidad, y más si se trata de una cita médica. A las 11,30 deberíamos de estar ya sentados en la sala de espera, pero una lavadora, y un dichoso pisto al fuego me hicieron retrasar quince minutos, con el consiguiente agobio de mi padre, quien muestra nerviosismo si es él quien tiene que hacer esperar a los demás…
Llegamos al hospital a las 11,25. Faltando apenas 5 minutos para la cita, me fue imposible acompañarle, ya que TODAS las plazas de coches estaban ocupadas. Finalmente acordamos quedarme en doble fila, lo más cerca posible de la puerta principal para que no tuviera que andar demasiado (se mueve con dificultad). En un beso, una palabra: ¡suerte!, y un “luego me cuentas”, consistió nuestra despedida. “Tranquila, vuelvo pronto, no te muevas de aquí”.
Mientras le esperaba, calculando que tardaría 30 minutos en regresar al coche, hice la intentona de seguir buscando sitio para poder acompañarle y estar con él en la consulta médica. Imposible, había “lleno completo”. Y como no tenía otra cosa que hacer, me dediqué a observar –hay quienes aseguran que las personas que nos dedicamos a plasmar por escrito lo que nuestros ojos ven, somos muy observadoras, y no les falta razón. Como Terapeuta Ocupacional también me fijo en el patrón postural de las personas, y analizo los posibles dificultades motoras en su cuerpo. Sin ser del todo consciente, considerándolo simplemente como un gesto cotidiano, desde mi punto de vista, observo cada gesto postural de los viandantes, de la cabeza a los pies.
Dos plazas próximas, destinadas a personas con algún tipo de minusvalía, eran las únicas que estaban vacantes. De pronto, una de ellas fue ocupada. Nadie bajó del coche de manera inmediata. Su conductor esperaba dentro. A los cinco minutos, la otra plaza colindante también fue ocupada. Me fijé en las personas que ocuparon sendas plazas. Una mujer, rubia, muy arreglada, con altísimos tacones se bajó del primer coche. La miré de arriba abajo. No me llamó la atención nada especial para considerarla con alguna minusvalía. Se movían sin dificultad, y andaba con excepcional soltura. De pronto, llevada por las prisas, comenzó a correr para cruzar la calle, de una acera a otra. Dos coches venían a demasiada velocidad, por lo que ella, necesariamente, tuvo que esquivarlos para que no se la llevaran por delante. Con la urgencia, se le cayó el bolso al suelo. Sin ningún esfuerzo, y con evidente agilidad, lo recogió y colocó sobre su hombro derecho. Del segundo coche aparcado en la zona destinada a “personas minusválidas”, bajó un jovencito. Antes de aparcar me llamó la atención el volumen de la música que escuchaba, pues con las ventanas abiertas se escuchó de maravilla. ¡Esta juventud no tiene tímpanos sensibles! El muchacho, de apenas 20 años, mientras se encendía un cigarro, se dispuso a limpiar los cristales del coche. Y, una vez finalizada la limpieza, cerró el coche y se encaminó a un supermercado cercano.
Como yo estaba relativamente cerca de ambos vehículos, me bajé del mío para comprobar el justificante (la tarjeta que acredite que es minusválido) de que ambos automóviles podían aparcar en sendas plazas. O mis ojos se cegaron por el efecto de los rayos del sol, o los dos conductores podían haber aparcado en cualquier otro sitio, menos en donde estaban estacionados.
Si algo no tolero es la falta de respeto hacia las personas con algún tipo de discapacidad, y el creerse por encima de los demás a la hora de “apropiarse” de lo que no es de uno, y menos si en ello se juega la facilidad que debe precisar una personas con disfunción motora. Puedo asegurar que tanto el chico como la mujer podían moverse con una soltura abrumadora, comprobando que carecían de una minusvalía.
Menos mal que el tiempo se alarga cuando uno lo necesita y, justo cuando el chico salió del supermercado le pude aconsejar, y hacerle ver que el trayecto al supermercado, para él, no suponía ningún esfuerzo físico, pero que para una persona que necesitaba aparcar en donde estaba su coche, seguro que era demasiado esfuerzo. La inconsciencia de algunos jóvenes es evidente, pero la de personas que ya han pasado la mayoría de edad, como la señora del primer coche, quien sus tacones la hacían correr con una movilidad en perfectas condiciones, no tiene perdón. Hay hechos que no “deberían” ver los ojos porque sencillamente…¡no “deberían” pasar! Y no es la única ocasión en que he visto algo semejante, desgraciadamente, pues estamos acostumbrados a que estas plazas de minusválidos no solo estén a disposición de quienes las NECESITAN, sino de quienes las prisas, la comodidad, o la pereza, hacen de ellas un estupendo sitio de “todos”.
El chico pudo comprar sus patatas y cocacolas. La señora pudo cumplir con su objetivo ésa mañana con total tranquilidad. Yo, sin embargo, no pude acompañar a mi padre porque no había plazas en donde poder aparcar.
Hola Pilo, has dado en el clavo… Me llama la atención el parecido entre tu padre y yo… Y lo observadora q eres, Jeje… Todavía estoy esperando mi tarjeta y ya no puedo subir a mi coche… Curioso el cartel…