Nací sin conocerte, sin saber nada de ti, sin suponer tan siquiera que pudieras existir. Creo que fue un ángel quien me acompañó hasta encontrar la luz de la vida, un ángel asignado por ti, para mí. Desconocía cómo era en realidad tu sonrisa, cómo sería el color de tus ojos –se me antojan azul como el cielo-, el calor que desprenderían tus abrazos al estrecharme entre ellos, y cual sería el tono de tu voz. A expensas de conocerte, era a mi madre -cuando me alimentaba- a quien miraba con ternura, viendo en ella la claridad de sus ojos –azules como el cielo, azules como los tuyos-, sintiendo el calor de sus abrazos, oyendo el melódico tono de su dulce voz, y siendo la persona a la que sonreía cuando sus ojos se encontraban con los míos. Solo podía intuir el reflejo de tu Ser por medio de la mirada de mi madre y de mi padre, contemplando en ellas un amor transparente. Te sentía a través del cariño que depositaban cuando me acurrucaban entre sus brazos, a través de la luz que desprendían sus ojos al sonreírme, y por medio de la paz que transmitían sus palabras al susurrarme al oído cuánto me querían… Comencé a conocerte, a saber que existías gracias a mis padres. Tenerlos a ellos, era tenerte a ti. Mi meta, desde el momento en el que nací, era aprender a vivir, porque “vivir” es sentir, y “sentir” es acercarme a ti. Pero como te supongo algo lejos –que no distante- me aproximo a tu Ser, Fuerza o Energía, siguiendo la dirección de las preguntas que fluyen de mi pensamiento y que ignoran cuáles son las respuestas correctas. Por ello, continuamente activo el ejercicio de la duda, para que tú me oigas y puedas responderme a través de las múltiples “señales” que me envías, a pesar de reconocer que contigo, el sentido del oído no me funciona como debe ser, pues en ocasiones quiero escucharte y no sé percibirte. Tú eres Dios, alguien Grande. Yo soy tu hijo, alguien pequeño, así que, como habla un hijo con su padre -ante el desconocimiento frente a infinidad de dudas-, hablo yo contigo, ahora, sintiéndome muy pequeño frente a tu grandeza. Tómalo como un acto inocente, y lee lo que mis palabras dictan, de forma interrogativa, para exponer el pensamiento de muchas de las personas que moran esta tierra, una selección de inquietudes que alborotan inquietas nuestro sentir. Dime, Padre, por el hecho de que mis padres me quieran, ¿has de quererme tú? ¿Es un pacto?, o ¿acaso el sentimiento del amor es libre? Soy pequeño e ignorante, y más aún frente a tu grandeza, por eso sabes que mi razón es insignificante si ha de entender el lenguaje de tus Signos Divinos. Creo que no hay ninguna respuesta que aclare una posible lógica para mis preguntas…Tú eres más grande que todo lo que cuestiono, por eso deduzco que preguntar por mis inquietudes es inútil, pues lo que sabes pertenece a ti porque, entre otras cosas, posees el Don de la Sabiduría y “sabio” es quien calla silenciando cuanto sabe; quizá por eso recae sobre ti semejante responsabilidad, pues bajo tu potestad “todo” está protegido. Dios, Padre, Amigo, ¿por qué si tú eres quien nos creó, si tú eres la esencia del Amor, podemos generar odio? Supongo tu respuesta…Dos hijos nacidos de los mismos padres, con igual educación y cariño, serán diferentes en su persona, en su modo de afrontar la vida, y en la forma en la que sentirán las emociones. Puede ser que ocurra que uno de ellos sepa amar, y el otro, sin poder hacerlo, o por no saber cómo amar, odie. Sin embargo es la misma sangre la que fluye por sus venas. Creo que no reside en los padres la responsabilidad de lo que los hijos decidan como “bueno” o “malo”. Entonces, no eres tú el responsable de mis actos. Es así. Tú me sitúas en un camino recto, en donde la línea del horizonte es clara. Yo, sin embargo, tuerzo obstinadamente el camino, sin poder ver lo que hay frente a mí porque el claro horizonte se difumina frente a mis errores. Aún así, cuando creo que salgo de ese camino, no se muy bien cómo sucede, pero intuyo ese horizonte como una luz que creaste para mí, tal vez esa estrella que pudiera brillar en el firmamento anunciando mi llegada; entiendo que esa estrella reside en mí y en mis posibilidades para dar luz a una posible oscuridad en el caminar. Siguiendo con mis preguntas, hago una reflexión: ¿En qué basaste el peso de tu balanza para que unas personas pudiéramos vivir decentemente, mientras que otras no tenían techo en el que cobijar sus sueños?… Ese pensamiento se convierte en pesadilla porque se escapa de lo que debiera ser lógico; es la lógica la que me provoca pensar en equivalencias, en repartos iguales, en equilibrios entre unos y otros. No en vano, intentaré creer en una respuesta como válida: yo vivo bien, tengo aquello que me puede aportar tintes de felicidad, aunque la mezcla con el color oscuro de determinados problemas lo ensombrece todo; pero si aquello en lo que creo como válido, respecto al modo de vida, confunde mi estabilidad y me provoca un vacío difícil de llenar, es probable que decida observar a los demás para intentar entender que hay quienes no teniendo lo que a mi me sobra son ricos en sonrisas, en ternura y en amor, en un amor al que yo llamo continuamente pero que se niega a abrir sus puertas, un amor que me habla con reproches preguntándome: ¿acaso amas más por tener más?, o, ¿no sabes amar porque tienes demasiado?, un amor sabio que elige los corazones en donde anidar sus valores, protegiéndola de su enemigo: el odio. Me pregunto: ¿Por qué enferma el cuerpo de quienes tienen la mente sana? ¿Por qué mueren los que debieran vivir, aquellos que saben amar y no odiar? Es probable que les quieras proteger de los problemas de una vida cruel que incita mostrando la cara del desamor. Cuando se acerca la sombra de la muerte y alguien conocido, o cercano, se despide de la vida, me pregunto por aquellos que se niegan a conocerte y niegan tu existencia. ¿Cuál es el consuelo que encuentran tras la muerte? ¿Quien les abre la puerta a la otra vida? Como humano que soy, y viviendo en una vorágine que desgasta las fuerzas después de una jornada estresante, me siento cansado…Me ocupo de ser el pilar que sustenta mi casa, el apoyo para mi familia, el “proveedor” que abastece de lo necesario para que no les falte nada y que vivan dentro de una felicidad posible; pero reconozco que cuando el tiempo y el trabajo me lo permiten, exprimo unas cuantos instantes de relax para descansar y dedicar unas horas que pertenecen exclusivamente a mi. Quizá, cuando me encuentro en ese estado, cuando interiorizo escapando de mis problemas, apareces Tú en mi mente, como un remanso de paz que me transporta a tu sentir, y es en ese momento cuando reflexiono: No es justo, yo me puedo permitir un descanso retando a la pereza, y Tú no. Y digo: ¿Todas las horas de tu existencia las ocupas en vigilar nuestros pasos intentado evitar que tropecemos demasiado, para que suframos lo justo y que seamos medianamente dichosos? ¿No tienes ningún día en el que poder descansar y dedicártelo a ti? En fin, creo que has podido comprobar a través de estas líneas, lo ignorante que es mi razón y la inestabilidad que define a mi voluntad. “Solo se que no se nada” es una frase que acompaña a mis días y mis noches porque no se absolutamente nada, y te diré que tampoco pretendo saber más, no fuera a ocurrir que si supiera no te buscara, no deseara conocerte porque “no me harías falta”, creyéndome capaz de poder solucionar todas mis inquietudes. Por eso, prefiero sentirme vacío para llenar mi corazón de tu amor, deseo ser ignorante para saber a través de tus señales, comeré lo justo para alimentarme de ti, y andaré despacio para avanzar buscándote. Dios mío, gracias por haberme elegido para nacer en éste mundo que, aunque resulta algo “loco”, me da la suficiente cordura como para saber que todo lo que hay en él pertenece a ti. Aquí tienes mis manos para acompañar a las tuyas. Únicamente te pido que no te alejes demasiado de mí, porque me asusta estar solo, porque sin ti pierdo el rumbo de mi vida y porque sin tu luz mi mundo es oscuro. Pilar Cruz González. * Publicado en el Boletín Informativo de la Hermandad de Jubilados de los Ministerios de Comercio, Economía y Hacienda |