Un buen amigo -“fiero» escritor y manso ser humano-, por el que profeso sincero cariño y respeto, y a quien la vida decidió traicionar con la cruel máscara del engaño por la que trampea la muerte, susurró al oído de su corazón, en una sonora melancolía que escuchara su pena, que cuando uno está solo se llora mejor. Comprendo cual lejanía de todo sonido externo a tu interior necesita ese llanto.
Desde el silencio, en donde el eco acompaña la sombra de doloridas lágrimas, el llanto se siente más próximo a un retiro afligido que quisiera ser causa de ansiada paz, de un necesario instante para recobrar lo existido o abrazar lo querido. Y desde ese espacio reservado a la íntima evocación de lo pasado -en donde la silueta del recuerdo perfila doblados renglones de felicidad-, se muestran lágrimas solitarias que acompañan a una memoria que niega olvidar soplos de vida que el alma hospeda en la antesala de la eternidad.
Hay lágrimas que se asoman para acercarse a la vida.
Desde el silencio, en donde el eco acompaña la sombra de doloridas lágrimas, el llanto se siente más próximo a un retiro afligido que quisiera ser causa de ansiada paz, de un necesario instante para recobrar lo existido o abrazar lo querido. Y desde ese espacio reservado a la íntima evocación de lo pasado -en donde la silueta del recuerdo perfila doblados renglones de felicidad-, se muestran lágrimas solitarias que acompañan a una memoria que niega olvidar soplos de vida que el alma hospeda en la antesala de la eternidad.
Hay lágrimas que se asoman para acercarse a la vida.
Hay otras que se deslizan llorando lo que la muerte arrebató.